Llego hasta aquí
Messina
Messina, el puerto más importante de Sicilia y el objetivo principal de la campaña está ocupada. Patton se ha adelantado a ese sobrevalorado Monty. ¡Les hemos ganado! Dicen los soldados estadounidenses sin referirse ni a los alemanes ni a los italianos. La Sangrienta Siete no es ajena a la alegría general, pero veteranos en estas lides de las ocupaciones ya se han agenciado algunas vituallas adicionales y un cómodo lugar donde pasar la noche. Son latas calentadas a la luz de una lumbre y botellas de vino de una dudosa calidad, pero para un soldado de la Uno Rojo es el manjar de la victoria. De aquí a Roma aseguran con confianza.
Lo que se antojaba una velada especial, lejos de la guerra, es interrumpido por la llegada de un oficial británico de mirada perdida, con un enorme bigote pelirrojo, pero casi ningún cabellos en su cabeza. Se gira a un lado, se gira a otro y cae desplomado al suelo. Un enorme charco de sangre empieza a formarse alrededor de él.
-Me cago en... -suelta un novato.
-No podía morirse en otro sitio -maldijo Peters mientras escupía un trozo de carne cocida.
El sargento Rogers fue el primero en reaccionar. Se acercó al cuerpo y comprobó que estaba muerto. No había prisa en llamar a los sanitarios. Tenía una fea cuchillada en la espalda. Nadie habría sobrevivido a esa herida y era sorprendente que hubiera llegado hasta allí.
-Algunos no saben ganar una guerra -apuntó Snelling acercándose al cadáver.
-Lo han asesinado.
Poco imaginaban nuestros amigos de la Sangrienta Siete que la búsqueda de un posible agente enemigo les llevaría a conocer las cloacas del Alto mando británico y cómo los celos profesionales habían sacado lo peor de un oficial británico.
-Es una trampa -fue todo lo que dijo Moore cuando descubrió qué estaba pasando.