Llego hasta aquí
KUWAGUKI, Enemon
Número: 163.641
1905-1957
Esta es una de esas historias que si te la cuentan en medio de una partida o alrededor de una hoguera en la noche de San Juan, no acabas de creértela. De hecho, yo mismo, a pesar de que me fío de las fuentes de donde he obtenido esta historia, no acabo de creerme la mala suerte de Kuwaguki Enemon.
Antes de iniciarse la guerra, Kuwaguki consiguió acabar sus estudios de ingeniería lo que le valió para obtener un puesto en una fábrica de Mitsubishi. Posiblemente su condición de técnico cualificado fue la que impidió que acabara alistado por la cada vez más militarizada sociedad japonesa. La mencionada fábrica estaba en Hiroshima y, naturalmente, estaba dedicada a la industria bélica lo que la hacía objetivo de algunos bombardeos Aliados. Kuwaguki no deseaba quejarse, los bombardeos eran peligrosos, pero se repetía a sí mismo que más peligroso era estar fuera de Japón.
Todo cambió, para él y para el mundo, la mañana del 6 de Agosto de 1945. Estaba en su despacho ya que las sirenas de la ciudad no habían advertido de la aproximación de un bombardero B-29 de la USAF. Tampoco tenían motivo para hacerlo ya que un sólo habían no implicaba un bombardeo sino que podía ser un avión de reconocimiento o un avión de propaganda. En los últimos días habían estado muy activos lanzando pasquines advirtiendo de sus próximos y demoledores bombardeos. De todas formas, como precaución, los obreros de la fábrica se dirigían a los refugios y él, ocupado en su trabajo, se demoró un instante antes de seguirles.
Los primero que sintió fue un intenso resplandor y después perdió el sentido. Al despertar, estaba desnudo (su ropa había ardido), en una fábrica desierta que era pasto de las llamas [la fábrica de Mitsubishi estaba a unos 5 kilómetros del punto cero]. Había recibido dos heridas, una en la cabeza, debida a un hierro, y otra en la espalda, debida a una teja. Ensordecido y aturdido, Kuwaguki se alejó de la fábrica y del centro de Hiroshima desde el cual soplaba un hiriente aire caliente. Cerca de la fábrica había un río y él se introdujo en él para cruzar al otro lado, pero al llegar a éste descubrió que en la otra orilla la situación no era mejor que en la que estaba, así que permaneció un tiempo en el agua, más tarde se subió a un farallón desde el que contempló toda la ciudad en llamas y, finalmente, tras seis horas agotadoras, se echó en la orilla y durmió.
La fresca brisa del mar lo despertó a las cinco de la tarde. Las heridas le dolían y las quemaduras también, pero el aire fresco parecía clamarlas. Anduvo errante hacia la periferia de la ciudad y siguiendo las vías de tren encontró un vagón. Ya había anochecido y tenía frío. Acurrucándose en el interior, volvió a dormirse.
Despertó dos días después. Estaba a bordo de un tren y médicos y enfermeras habían atendido sus heridas. El tren avanzaba y avanzaba y parecía no detenerse nunca. Al final, la mañana del 9, el tren se detuvo y Kuwaguki bajó del vagón por su propio pie y junto a otros compañeros de viaje supervivientes, empezó a caminar hacia el centro de la ciudad. En aquel instante, Nagasaki les parecía una hermosa ciudad alejada de la guerra y de sus horrores. Sin embargo, en pocos minutos oyeron el sonido de un solitario B-29 acercándose desde el mar. Estaban en la carretera de Yunin Maki (a unos 4 kilómetros del centro de Nagasaki)y Kuwaguki se arrojó contra la cuneta y se pegó al suelo todo lo que pudo. Los otros caminantes que pasaban por su lado le miraban sorprendidos creyendo que se había vuelto loco. Nuevamente vio el resplandor, la oleada de calor y la destrucción. Pero esta vez no perdió el conocimiento y pudo ver el hongo nuclear y como los que estaban a su alrededor estallaban literalmente en llamas.
Kuwaguki no consiguió recuperarse de su doble experiencia atómica. Tras curar las heridas sufridas por la segunda explosión se dedicó a vagar sin rumbo por el país, casi perdida la razón. Vigilaba temeroso y constantemente el cielo por si volvía a ver aparecer un solitario bombardero. Finalmente, su cuerpo no fue capaz de soportar la radiación recibida, le aparecieron pústulas y fue degradándose poco a poco. En 1957, doce años después de su terrible experiencia, Kuwaguki moría en un hospital de Nagasaki como el caso clínico 163.641, el hombre que sobrevivió a dos bombas atómicas.