Benneckenstein, Alemania. 19 de abril de 1945
El camino no les llevó a Berlín, sino que avanzaron con decisión hacia el este, cada vez más cerca de Leipzig, lo que no les pareció un mal objetivo para después girar al norte y entrar en Berlín. ¿Cuán equivocados podíamos estar? Sin ellos saberlo, el Alto Mando había dado ya la orden a algunas unidades su propio Ejército que se detuvieran, que no avanzaran más. No así a ellos. Además, creían que el ejército alemán estaba destruido y que solo encontrarían unidades dispersas y mal organizadas con armamento antiguo o sin él, pero para su sorpresa, les esperaban unidades motivadas que querían resistir lo suficiente para dar tiempo a la mítica ofensiva final que les salvaría del desastre.
La Sangrienta Siete siguió avanzando, combatieron en las montañas Harz, un entorno lleno de bosques y escondrijos donde tenían que tener ojos en la nuca para esquivar a todos esos malditos tiradores apostados. Y cruzaron la frontera alemana con Checoslovaquia (la vieja frontera aunque los alemanes la habían movido un poco de sitio) y se enfrentaron en terrenos de bosques y aldeas a dispersos defensores alemanes, en Kyn?perk nad Oh?í, Prameny hasta llegar a la pequeña localidad de Mnichov. Allí combatió por última vez la Sangrienta Siete, aunque ellos aún no lo sabían.
Tras estos últimos e intensos combates y la rendición de sus defensores, también les llegó, por fin, la orden de detenerse, habían llegado al final. Praga apenas estaba a 140 kilómetros, aunque Berlín quedaba un poco más lejos. Los combates de los alemanes con los soviéticos por la capital checoslovaca les llegaban con desgarradora claridad; algunos de los primeros trataban de llegar hasta sus líneas, pero no todos lo conseguían.
He oído comentó Moore mientras observaba a los recién llegados con la mira del fusil que a todos estos pobres diablos los van a devolver con los soviets en cuanto atrapen a su jefe.
Debes hacer menos caso a Gonzalez le reprendió el sargento.
No, en serio, se lo he oído a un tipo que es conductor del estado mayor.
Puff fue la escueta respuesta de Peters.
¿Y a qué crees que estamos esperando, sargento? fue la pregunta de Gonzalez a quién el desdén de Peters le había invitado a comentar una idea que llevaba horas rondando su intranquilo cerebro. Si nos vamos a enfrentar a los ruskis, mejor avanzar ahora que siguen ocupados con los alemanes, ¿no?
Puff repitió su respuesta el no muy hablador Peters
Yo espero respondió el sargento que estemos esperando para que nos devuelvan a casa. Ya le hemos sacado las tripas a la alimaña y yo he tenido suficiente guerra.
Y no se equivocaba mucho Rogers, la verdad es que se equivocaba pocas veces. Un mes después les relevarían de sus posiciones en Checoslovaquia y aunque el temor era que los mandarán al Pacífico (eran de los soldados más veteranos del ejército), este se disipó en Agosto cuando los japoneses se rindieron. Muchos fueron licenciados y enviados a casa, entre ellos los supervivientes de la Sangrienta Siete, pero la división en sí permanecería en Alemania hasta 1955.