En algún lugar de Guhohego (sector Veta, La Federación)
Las cámaras flotantes se detienen un momento frente al escenario. Acaban de hacer una pasada por encima de los asistentes que los comentaristas han contabilizado en unos diez mil, pero que serán más cuando se haga el recuento oficial. El escenario está iluminado como si la luz de los soles gemelos le diera directamente, algo difícil esa noche, pero las cortinas negras parecer absorberlo todo, los fotones y las miradas del silencioso y expectante público. La autoridad planetaria les ha prometido Justicia (incluyendo las mayúsculas) y Retribución.
Las luces cambian de posición de repente y pasan a iluminar a los asistentes. El silencio se hace más denso y acalla, incluso, los murmullos de las últimas filas se acaban. Las luces vuelven poco a poco y el telón negro se levanta. Una plataforma metálica, con un brillo apagado, y circula se revela. Sobre ella, y sujeto a dos mástiles en forma de aspa, hay un qatar, casi desnudo, pero exponiendo todo su vello dorsal lo que, para esta especie, es algo reservado para los momentos más íntimos. El prisionero hace esfuerzos por girar la cabeza, pero sus ataduras no le permiten ver dónde está. Forcejea contra ellas y sale un poco de sangre de su muñeca izquierda. La audiencia libera la respiración contenida.
Un militar, al menos por su uniforme, sale al escenario. Lleva varias estrellas en el hombro, pero parece joven para tener tanta graduación. En estos planetas de este extremo de la galaxia es algo complicado conocer la iconografía de los militares. Saluda con contundencia al público. Está acostumbrado a hablar en público, se le nota cómodo, pero sigue teniendo ese tono marcial. Se dirige a la gente como si estuviera en un campo de instrucción. No parece explicar, da órdenes. Explica a los asistentes, a los miles de personas que están siguiendo el acto por conexión en directo y a los millones que lo verán mañana cuando se haga viral en la GWW, que la persona que está en la plataforma se llamaba Aloon y que tenía tres hijos (si alguien nota que habla en pasado, nadie le corrige). Luego desglosa su currículo y donde la gente esperaba una lista de actos ignominiosos, descubre un buen ejemplo de la comunidad: marido fiel, trabajador leal, cumplidor de sus obligaciones, voluntario en los servicios sociales, donante de causas de interés social, un ejemplo de la sociedad. La gente empieza a preguntarse si es tan buena persona, qué hace ahí amarrado. No hay intentos de liberarle. El orador señala al prisionero y dice: «Pero este ya no es nuestro respetado Aloon». Hace una señal a alguien oculto entre bambalinas y continúa: «Tuvo la desgracia de cruzarse en el camino de lo peor que hay en la galaxia?»
Y mientras el militar va desgranando los terribles males de algo que nunca menciona, el cuerpo del prisionero empieza a sacudirse. Un pie primero, luego una mano y el temblor se extiende al cuerpo. Es ligero, luego fuerte y llega un momento que parecen espasmos de un enfermo. Pierde el control de sus funciones corporales, se orina, grita, aúlla como si le estuvieran arrancando las entrañas desde dentro y, de repente, se calla. El cuerpo sigue temblando, pero en silencio. De su cuello, rapado al cero para la ocasión, surge una herida. Las cámaras se acercan y lo reproducen en todas las pantallas gigantes. La incisión se abre hasta tener unos centímetros. Algo lucha en su interior. Un bulto que aparece y desaparece, pero que cada vez deja un poco más fuera. Unas convulsiones más y se convierte en un tentáculo, luego en otro. La audiencia ahoga un grito. Al final, una gran bolsa blanda y tumefacta cae sobre la plataforma. Allí sigue convulsionando mientras intenta arrastrase fuera del campo eléctrico. No le dará tiempo.
El militar se acerca al despojo que ha salido del cuerpo de Aloon y hace la señal para que detengan la corriente. La bolsa aún palpita, pero deja de hacerlo cuando introduce en ella una porra eléctrica similar a la que se usa para controlar a los animales salvajes. Miles de voltios recorren el pequeño grumo cerebral. Los reproductores con sensores mejorados esparcen aromas de carne quemada. Clavando el arma hasta el interior del ser, lo levanta hasta la altura de sus hombros. Gotea, como un corazón recién arrancado.
Las cámaras se acercan. Cogen un primer plano en el que se ve al militar y el cerebro goteante de lo que queda del NheTi:Narä. Dice:
-¡No pasaréis! ¡No en mi guardia!
Los espectadores gritan y aplauden.