Autor: Don Toribio Hidalgo
Y el trabuco naranjero,
Desafío al mundo entero
y el poder del huracán.
Hijo soy de la Aventura
Y mi patria las montañas
Que en sus lóbregas entrañas,
Seguro asilo me dan.
Puesta a precio mi cabeza
Por el mundo se pregona,
Pero si el Rey me perdona,
Desprecio el perdón del Rey.
Que es mi dicha mi caballo
Y la presa el bien que adoro,
La libertad mi tesoro,
La independencia mi ley.
Era 1906, Jaime hacía guardia en la finca cuando descubrió a un bandolero en el interior que intentaba robar la cosecha de uvas de la finca. Sin pensárselo mucho, mató al intruso de un disparo de trabuco que le acertó en el pecho. El fallecido era el famoso bandolero llamado «El Zurdo» que tenía una banda propia (que buscaría venganza) y alguna influencia en las autoridades locales. Temiendo por su vida, a manos de los bandidos o de la justicia (no es que los guardas de fincas pudieran ir por ahí matando bandoleros) escapó hacia Orihuela (donde había una barraca familiar dejó a su mujer e hijos), pero temiendo que las represalias les alcanzaran, terminó echándose al monte (Santomera) y convirtiéndose también en un bandolero acuciado por el hambre y las penalidades. Sus actividades se centraron en la zona oriental de Murcia y en parte del Altiplano, por la zona de Abanilla, Jumilla y Alicante; sus refugios estaban en la Sierra de la Pila. Su lista de delitos se incrementa con robos, asaltos y más asesinatos. Si bien, se dice, el objeto de sus asaltos siempre era la gente más pudiente e incluso se afirma que parte del botín lo repartía con los más humildes. El «barbudo«, que así le llamaban porque nunca iba bien afeitado, llegó ha ganarse cierta popularidad entre las gentes de la región. Algunos llegan a compararlo con la figura de Robin Hood.
La llegada de las tropas de Napoleón supuso un paréntesis a su carrera delictiva y comenzó su labor como guerrillero en la zona de Murcia. Se dice que el «barbudo» era un maestro del disfraz y que podía pasearse por delante de las guarniciones francesas con total impunidad. Llegó a reunir un abigarrado grupo de 200 guerrilleros y juntos diversas acciones, algunas cercanas al bandolerismo, que no fueron bien vistas por las autoridades. De hecho, el gobierno español, la Junta de Cádiz, llegó también a poner precio a su cabeza (¡30.000 reales!). Esto inclinó su apoyo hacia el bando absolutista cuando el rey Fernando VIII se impuso sobre las ideas liberales que defendía la Constitución de 1812. Se dice que el «barbudo» perteneció a la sociedad secreta conocida como «El Ángel Exterminador» (un grupo de absolutistas pro-Fernando que cometieron diversos crímenes contra políticos y personalidades liberales). Es, sin embargo, bastante más creíble que el «barbudo» continuara haciendo lo que había hecho siempre para sobrevivir: asaltar a que tenía (franceses, liberales). La decisión de no atacar a los absolutistas no era una cuestión política, sino, tal vez, porque era la única forma que veía para salir de su vida criminal.
Entre engañado y traicionado, el «barbudo» aceptó un acuerdo de indulto. El proporcionaría pruebas contra las actividades delictivas de un personaje (que parece que pretendía casarse con la hija de un poderoso señor de Murcia implicado en esta traición) y a cambio se le daría un indulto por sus actividades. Todo fue una trampa y Jaime José el «barbudo» fue detenido a principio del verano de 1824. Con cierta rapidez, el 5 de julio de ese mismo año sería ahorcado en la plaza de Santo Domingo de Murcia. Además, como quería darse ejemplo con su muerte, su cuerpo fue troceado y expuesto en diversos lugares, incluida la plaza pública de Abanilla (eje de sus correrías y donde tenía bastante apoyo), pero también en Crevillente, Hellín, Sax, Fortuna y Jumilla.