La Sangrienta Siete se quita las telarañas y olvida las emociones arqueológicas de los últimos días y se prepara para partir. Beamister, ese pueblo de importadores de té quedará grabado en sus corazones, pero frente a ellos se extiende la tarea por la que vinieron a Europa: África del norte.
– ¡África, señor! ¡En serio! ¿No habíamos venido a liberar Europa?
Nadie responde esta pregunta. Tras varios días de preparativos, traslado al puerto y navegación silenciosa por la costa portuguesa y española, divisan las luces del puerto de Gibraltar, saben que su destino está cerca. Ocultándose por las olas, alcanzan a ver las luces del puerto de Orán. Les han enseñado algunas palabras en francés y les han asegurado que la aviación ha lanzado pasquines para que la población local no oponga resistencia.
– ¿Les han avisado de nuestra llegada, señor? ¿Es eso buena idea?
Nadie responde tampoco a esa pregunta, pero la respuesta la tendrán en breve, tras subir a las lanchas de desembarco y dirigirse al puerto. Les recibe el fuego disperso de un par de ametralladoras, pero están lejos y no hay mucha convicción en sus disparos. Aprovechando la oscuridad, la Sangrienta Siete se interna por las pequeñas calles de la ciudad árabe y cuando se dan cuenta, están solos. Se han separado de la unidad y allí, en la tierra de nadie, escuchan claramente una voz en alemán. No entiende muy bien lo que dice, pero parece estar avisando de la invasión.
Fusil en mano, sin pensar mucho en lo que hacen, irrumpen en la casa. La voz calla y tras unos gritos y algo de confusión, la Sangrienta Siete se encuentra rodeada de varios FG42. ¿Una maldita unidad de paracaidistas alemanes? Todos se miran, más sorprendidos que decididos.
– ¡¡Granada!! – grita alguien…