1808 – Juan Martín Díez «el Empecinado»

Autor: Don Toribio Hidalgo

Juan Martín Díez nació en 1775 en Castrillo de Duero en la provincia de Valladolid (su casa aún se conserva). Eran labradores en su familia y, según las fuentes, no les iba mal. La agricultura y la ganadería eran uno de los principales motores económicos de España en 1808. El trabajo de labrador era duro, pero si las tierras eran fértiles, como las de Valladolid, y el agricultor las tenía en propiedad, era posible tener una vida desahogada. Eso sí, las sequías o la climatología adversas podían arruinar a cualquiera en el momento más inesperado.

Óleo sobre lienzo de Francisco de Goya, actualmente en manos privadas

Entre 1793 y 1795 tuvo lugar la llamada Guerra del Rosellón (o Guerra de los Pirineos o Guerra de la Convención) en la que España, junto a otras potencias europeas, se pusieron en contra de la revolución francesa (eso de que fueran cortando cabezas de reyes y aristócratas no hacía mucha gracia a los reyes y aristócratas de otros países). Francia atacó Cataluña, pero las tropas españolas contraatacaron y llegaron a ocupar varias localidades en el Rosellón francés, aunque más tarde serían expulsadas por el ejército francés lo que llevaría a la Paz de Basilea.

Juan Martín, que por entonces contaba solo con 18 años, participó en el conflicto. Siempre había tenido aspiraciones militares y la Guerra de Rosellón fue su bautismo de fuego. No se le conocen gestas memorables, pero sin duda fue una experiencia que más adelante le valdría. Otra de las cosas que adquirió en esta campaña fue cierto odio a los franceses (también le valdría en el futuro).

Terminado el conflicto y licenciado del ejército (en esta época, gran parte del ejército, se creaba y licenciaba según las necesidades), conoció a Catalina de la Fuente con quién se casaría en 1796. Ella era hija de un pueblo de Burgos, Fuentecén, y en él se asentaron como labradores. Su vida como labriegos se desarrollaría con tranquilidad hasta que en 1808 las tropas de Napoleón invadieron Fuentecén (y España). Se cuenta que un soldado francés cogió a una muchacha de la localidad y la violó y que Juan Martín atrapó al soldado y lo mató por su agresión. Posiblemente, esta historia no sea del todo cierta, aunque su consecuencia sí: desde los primeros instantes de la Guerra de Independencia, Juan Martín se oponía a los franceses.

Junto a amigos y familiares organizó un grupo de guerrilleros y empezaron a operar en la ruta entre Madrid y Burgos. Esta era una de las rutas principales del ejército francés desde Francia a la capital de España, no sólo de suministros, sino de comunicaciones. Muchos correos se perdieron por acciones de los guerrilleros de Juan Martín en los primeros meses de la guerra.

En Julio, su partida se unió al ejército español y combatió a los franceses en Valladolid, en concreto en el puente de Cabezón de Pisuerga y en Medina de Rioseco. Las dos batallas, con apenas un mes de diferencia, fueron sendas derrotas españolas. Juan Martín comprendió que el ejército español no estaba a la altura del francés para enfrentarse a él en campo abierto y por ello volvió a dedicarse a las guerrillas. En esta ocasión, sus acciones se desarrollaron en la cuenca del río Duero, ampliando sus actividades en 1809 a la sierra de Gredos, Ávila y Salamanca, llegando a Cuenca y Guadalajara. En esta época, el mando español le nombraría capitán de caballería.

Sus acciones llegarían a dar tantos quebraderos de cabeza a los franceses que estos nombraron a un «perseguidor» en exclusiva de «El Empecinado». Se trataba del general Joseph Léopold Sigisberth y una de sus «brillantes» ideas, tras varios intentos fracasados de captura, fue detener a la madre de Juan Martín. Este amenazó con fusilar a 100 soldados franceses si no la dejaban en paz. Su amenaza fue eficaz.

Las tropas bajo el mando de Juan Martín fueron aumentando con los años de la guerra y su cargo militar también. En 1811 estaba al mando de seis mil hombres, un regimiento de húsares, en Guadalajara y en 1813 ayudó en la defensa de la ciudad de Alcalá (una de sus acciones más memorables donde, en inferioridad numérica, detuvo a los franceses en el Puente de Zulema sobre el río Henares). Cuando acabó la guerra, se había ganado una merecida fama como militar y había sido ascendido a Mariscal de Campo. «El Empecinado» se había convertido en su nombre oficial, incluso firmaba con él.


Empecinado

Cuando se dice de una persona que es empecinado, se está diciendo que es obstinado. Algunas personas creen que el mote de Juan Martín tiene su origen en esa actitud. Militarmente, y políticamente después, fue bastante terco y cuando se empeñaba en una cosa parece que no descansaba hasta conseguirla. En realidad, es al revés. Hoy llamamos «empecinados» a los obstinados en recuerdo de la obstinación y terquedad de este personaje. Antes de Juan Martín, «empecinado» significaba otra cosa.

Por la localidad natal de Juan Martín, Castrillo de Duero, discurre un río, de nombre Botijas, cargado de cieno verdoso fruto de la descomposición de materias orgánicas (cuyo origen está, sin duda, en los campos de labor que lo bordean). Ese cieno recibe el nombre de «pecina». Se cree que el mote del personaje de nuestro artículo podría tener su origen ahí. A los habitantes de Castrillo de Duero los llamaban «empecinados» debido a la pecina del río.


Los años posteriores a la Guerra de la Independencia fueron bastante complejos. El retorno del rey Fernando VII y su vuelta al absolutismo supuso un jarro de agua fría para muchos combatientes (y oficiales) que creían las ideas liberales emanadas de las Juntas Centrales. De hecho, si no hubiéramos acabado de hacer una guerra, posiblemente habría tenido lugar una guerra civil entre liberales y absolutistas en ese mismo momento (pasarían unos años). Esta guerra fue más de pasillos y despachos, de correos y de políticos, pero a pesar de no estar declarada no fue menos cruenta. Juan Martín era un héroe popular, un mito de la guerra, pero también era un liberal y veía que Fernando VII quería hacer retroceder a España al siglo XVIII (o antes). Este le desterró a Valladolid. Casi toda la cúpula militar de la Guerra de la Independencia, leales a las Juntas Centrales y disgustados con el rey, sufrieron castigos similares.

El ambiente estaba tenso y, finalmente, se produjo el pronunciamiento militar de Rafael de Riego en 1820, lo que propició una época conocida como el trienio liberal. Fernando VII intentó que El Empecinado luchara en su bando (el absolutista), pero este lo rechazó diciéndole que, a diferencia de él, no pensaba faltar a su juramento sobre la constitución de Cádiz (dicen las crónicas que aquello no fue del agrado de su majestad).

El trienio liberal acabó, el apoyo francés con los «Cien Mil Hijos de San Luis» fue definitivo y Juan Martín se vio obligado a desterrarse en Portugal. Allí permanecería un año, tras el cual pediría permiso a Fernando VII para regresar a su casa. Este se lo dio, pero fue una autorización falsa (que mundo este en el que no puedes fiarte de la palabra de un rey). Juan martín fue detenido en la localidad de Olmos de Peñafiel junto a unas 60 personas que le acompañaban.

Juzgado en Roa por el corregidor Domingo Fuentenebro, fue encontrado culpable y condenado a morir en la horca (no fusilado). Camino de ella, Juan Martín intentaría fugarse, golpeó las esposas contra el cadalso para romperlas, intentó coger el sable de uno de los presentes (sin éxito) y huyó por las calles de Roa. Consiguieron atraparle y tras maniatarle completamente, lo ahorcaron.

Era el 20 de Agosto de 1825. Uno de los héroes de la Guerra de la Independencia moría por la traición de uno de nuestros reyes más infames.

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