Número: 45. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Historias susurradas al amor de la lumbre en la fría noche, pequeños rescoldos de esperanza en medio de la gélida oscuridad de la morkana, momentos en los que el coraje falla y es necesario saber que no estamos solos y que el Gran Espíritu cuida de sus hijos, es entonces cuando algunos pocos chamanes aisdwan cuentan la leyenda de la Piedra Luz. Su simple visión reconforta el corazón y el alma, ya que sus múltiples facetas arrancan los más diversos colores de la luz que en ella se refleja. No mayor que un puño mendwan tiene forma alargada, como una punta de lanza tallada para perforar la oscuridad. Es precisamente su hermosa apariencia la que la hace tan codiciada por hombres simples que no saben sus auténticos poderes, y en más de una ocasión han sido robada o vendida atendiendo únicamente a su valor como objeto ornamental, pagándose varias manos de pepitas de ambar por ella. Sin embargo si los ávidos comerciantes supieran su valor real, no existiría suficiente ámbar en Pangea para pagar el precio.
Su origen es incierto, pero está profundamente ligado a la Taga. La leyenda que más se cuenta menciona una oculta cueva en el norte de las Montañas Grises, casi en las Tierras del Wukran, en la que un poderoso siva se vio acorralado por los espíritus del Wukran. Desesperado el espíritu se refugió en las pálidas piedras que emergían de las paredes de la gruta. Allí donde habitó el frío fue detenido y la luz de las piedras iluminaba la oscuridad invernal, deteniendo el avance de los morkiva. Mucho tiempo más tarde la cueva fue encontrada por una tribu aisdwan que se habían perdido en una ventisca y vagaba por la inmensa blancura aguardando tan solo la muerte. En la cueva el calor del espíritu les reanimo y reconfortó, y vieron que la mano el Gran Espíritu les había guiado hasta allí. Se establecieron en la caverna, saliendo a cazar los pocos animales que la presencia del espíritu atraía y tejiendo grandes historias sobre él. Sin embargo el Wukran no conoce el descanso, y esa calidez tan cercana a sus tierras lo quemaba y enloquecía. Finalmente varios morkiva se reunieron y, en susurros, tentaron al chaman de la tribu para que traicionara a su gente y los condujese hasta las piedras habitadas por el siva. El chaman calló en la trampa y sucumbió a sus seductoras ofertas. Sus rituales mancillaron la esencia del espíritu y los morkiva pudieron entrar, pero en el último momento el iniciado del chaman, viendo la traición de su maestro, consiguió comulgar con el espíritu, consiguiendo atrapar parte de su esencia en un simple fragmento del cristal. Gracias a este fragmento, el iniciado, que en las historias se le conoce simplemente como El Portador, consiguió huir de la cueva y, guiado por ella, viajó hacia el sur, solo, sin poder salvar a su tribu del horrible final. A partir de aquí la historia diverge. Unos dicen que El Portador sucumbió ante la nieve y murió en ella, dejando la Piedra perdida en la blancura. Otros aseguran que él también fue corrompido, pero que la Piedra quemó su mano, cayendo a las bravas aguas de un río. También se cuenta que consiguió llegar al sur, donde fundó su propio pueblo hasta que la muerte le sobrevino, siendo enterrado con la Piedra. Sea como fuere todo parece indicar que en algún momento la Piedra acabó en manos de comerciantes, sufriendo múltiples intercambios y olvidándose su función primitiva.
La Piedra es un fetiche poderoso que tiene dos grandes funciones. La primera es iluminar las tinieblas de Wukran. Cuando este manda su oscuridad antinatural la piedra brilla, proporcionando una luz que alcanza las tres varas de distancia, reforzando el coraje que los que en esa luz se cobijan ante las amenazas wukránicas, otorgando un modificador de -5 a las tiradas de coraje. Esta bonificación solo se recibe cuando la piedra brilla al contacto con la oscuridad wukránica. La otra gran propiedad es que, en esos momentos tan críticos, refuerza el espíritu de los que bajo su luz se refugian ante los embates de los espíritus. De esta forma el Aura de estos no se resta a la fuerza espiritual de los protegidos, aumentando considerablemente las posibilidades de éxito para evitar una posesión.