Número: 230. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Montar en avión es una experiencia muy extendida; algún viaje por el aire ha caído a lo largo de la vida, pero muy pocos en comparación han disfrutado del pilotaje real de una aeronave. Y menos mal, porque no todos tendríamos las habilidades suficientes, pero hay opciones para disfrutar de experiencias inmersivas y muy parecidas sin necesidad de conseguir una licencia de piloto.
No estoy hablando de la cada vez más común realidad virtual, ni de un videojuego, aunque de lo que voy a hablar se parece a un juego de consola. Lo que narraré a continuación es una vivencia personal: voy a contaros mi experiencia en un simulador de vuelo.
Fue hace unos cuantos años, prácticamente la mitad de mi vida, en mi primer viaje a Londres. Iba con mi tía paterna, y nos gustaba ir a explorar museos y monumentos. En uno de estos centros de cultura londinenses pudimos hallar uno de estos simuladores. La gracia de aquella máquina es que no era de un avión comercial de pasajeros, si no de un caza.
Mi tía no quiso subirse, pero no fue mi caso; no pensaba desaprovechar la oportunidad, y ahí que me metí; después de unas instrucciones en inglés que me explicaron lentamente (hay que mejorar el nivel del idioma aún) me preparé y comenzó la experiencia de "pilotaje".
Antes de continuar puedo asegurar que es una experiencia curiosa, y la recomendaría como recomiendo probar otras actividades como el 3D en el cine, la realidad aumentada y la realidad virtual, pues para los profanos como yo es ocio que no siempre se presenta disponible y el disfrute de ese tiempo de diversión suele ser alto, al menos en mi caso.
Volviendo al asunto que nos ocupa, el tiempo que duró la simulación me permitió probar los controles más básicos: aceleración, deceleración, maniobras sencillas, cambios de altitud, disparar las armas (aunque si mi memoria no me falla lo último no lo usé demasiado al no encontrar demasiados enemigos a los que apuntar)... Lo que más me costó fue adaptarme a las vistas; no era la mejor visión, y los gráficos no eran precisamente espectaculares, pero sí era suficiente para la experiencia.
Cuando mis sentidos se adaptaron a lo más básico, pasé a un nivel más "avanzado": empecé a girar el avión y a colocarlo en posiciones más complejas, más de "combate" (o eso idealizaba mi joven yo). Movía las palancas con alegría para probar movimientos como la caída en picado, alguna pirueta, colocarme en ángulos extraños para mi joven y lozano cuerpo…era como un videojuego más realista, y así me veía: envuelto en una consola muy realista.
Desde fuera el simulador parecía una vaina enorme sujetada para que se moviera la carlinga; el espectador podía ver esa vaina moverse según la voluntad del piloto. El simulador era capaz de rotar y girar en cualquier sentido, no estaba limitado. Esto implicaba que los movimientos que provocaban el piloto se materializaran realmente. Si el morro se alzaba, la vaina apuntaba hacia arriba; si se hacía girar el avión sobre su propio eje a dar vueltas, el simulador giraba acorde y el piloto daba vueltas literales. El realismo ofrecido era alto en este aspecto.
Debo reconocer que después de acabar en el simulador el mareo no tardó en rondar por mi cabeza. Mi tía me dijo que salí casi blanco y llegó a insinuar que me podía desmayar. Pasé un mal rato, no voy a engañar, y se me quedó un mal cuerpo durante unas pocas horas. Entre los giros y las vueltas que di hice demasiados movimientos a los que no estaba acostumbrado (ni estoy a día de hoy, huelga decir).
Es más que seguro que con el entrenamiento adecuado habría aguantado mucho mejor, aunque con la edad que tenía esa posibilidad estaba descartada. Con el tiempo, cuando ya mis (muy escasos) conocimientos fueron suficientes, entendí por qué quienes pilotan deben pasar pruebas tan exigentes. Volar no es para cualquiera; para mí no sería, desde luego.
¿Repetiría la experiencia a día de hoy? De cabeza, sin lugar a dudas. Eso sí, no me atrevería a jugadas tan alocadas como la primera vez. Con ir poco a poco y con giros bruscos me conformaría. Puede que salga mareado igualmente, tengo muy comprobado que lo mío no es la velocidad o las maniobras bruscas… Pero ese mareo merecería la pena; la curiosidad mató al gato sería una frase que definiría la situación, sin duda.