Número: 225. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
En el periodo que fue desde el inicio de la democracia en este país y la declaración de Cunia como Distrito Federal, durante esos tiempos convulsos que azotaron a la ciudad sin piedad, un nutrido grupo de gente italiana del sur del susodicho país recalaron en estos lares, prestos a aprovecharse de las oportunidades que se les ofrecían en todo lo que hacía referencia a los negocios turbios. De la nada fundaron un clan mafioso en toda regla.
Sin prisa pero sin pausa, como se dice, se instalaron y fueron ampliando el rango de negocios que iban tocando y, mismamente, ampliaban su área de influencia. Desde las casas baratas, de pescadores algunas, que inicialmente estaban al lado del puerto hacia el norte, fueron infiltrándose hacia el interior de la ciudad.
Gente ruda que desde el primer momento impuso su mano firme y poderosa, sin piedad. Se creían los amos. Evidentemente los roces con las otras organizaciones "dudosas" de la época no faltaron, y con el incremento de operaciones y del territorio que iban controlando iban a más. Despiadados como ninguno, fueron tiempos muy complicados para la población en general, atrapada entre las, cada vez, más habituales escaramuzas y grado de violencia que conllevaban los encuentros entre todos estos grupos.
Al mando del clan y el que realmente imponía su sello de extrema rudeza y mano firme era el capo Massimo Dolceta, el Espagueti como era conocido, despectivamente, por el resto de sociedades malhechoras. Era él quien daba todas las órdenes, quien decía que y cuando había que comprar, vender, exterminar,… Evidentemente sus secuaces, que tenían en alta estima su propia vida, no dudaban nunca en obedecerlo al momento. Y esperar no fallar…
Una costumbre que tenía muy arraigada era ir a la Barbería Lorenzo, en el Casco Antiguo cerca del Barrio del Puerto, algo fuera de su zona de confort. Pero como lo que comentamos, se creía que era el dueño y señor de Cunia, o al menos uno de ellos, solía acercarse con dos guardaespaldas que lo esperaban en un bar que había más o menos en frente de la barbería. Allí lo afeitaban a navaja, como a él le gustaba y era prácticamente cada semana un ritual. Relajado en la silla, el afeitado, la loción para después, la toalla húmeda y caliente en la cara,… Decía que salía relajado al máximo y que durante este rato su mente no dejaba de organizar planes futuros.
Y en una de estas visitas a la barbería, los guardaespaldas empezaron a tener la mosca en la nariz al ver que el tiempo pasaba más allá de lo habitual y que, además, no se veía movimiento alguno en el local. Armándose de valor decidieron ir a ver cómo iba el tema y se encontraron la barbería vacía, salvo por el cuerpo sin vida de Massimo, en la silla de barbero con el cuello rebanado, empapado en su sangre.
Como Lorenzo, el barbero, desapareció y nunca más se supo de él, rondaron dos posibles hipótesis del crimen: que el asesino hubiera sido él, actuando bajo amenaza de alguien o por iniciativa propia, o bien que solo hubiese sido un mero espectador el cual fue raptado posteriormente, y quizás asesinado también, para no dejar ningún testigo.
El caso es que la desaparición tan sanguinaria del capo fue el detonante para la pronta disolución de la banda, volando lejos de la ciudad cada uno de sus componentes.
Por lo que se sabe de la posible navaja con la que se le cercenó el cuello, que tampoco estaba en la barbería, se cree que en un principio quedó en posesión del instigador del crimen como trofeo de su triunfo. Con el paso de los años se ha dado por supuesto que esta ha ido cambiando de manos algunas veces, siempre gente de oscuras intenciones. Es como un emblema de hasta dónde llegará para mantener su posición en el entramado de Cunia. Estos últimos años se susurra que está en posesión de Rafael González, como contrapunto a su amplia colección de espadas japonesas. Como mínimo, por su negro historial, cree firmemente que está a la altura de las armas niponas.