El caso es que, aún de forma silenciosa, el monopolio se acabó. Para principios de la década del 2000 habría un pequeño número de empresas y uniendo el negocio biotecnológico con los servicios militares privados y similares, reclutando, creando y entrenado posthumanos que actuaban al margen de la ley.
Varios estados empezaron a desarrollar sus propios proyectos Indalo, paralelos a los privados. La tasa de supervivencia aumentó hasta un deprimente once por ciento; no faltaban voluntarios entre buscadores de emociones y gente desesperada atraída por la cada vez mayor compensación económica.
La situación no podía sostenerse en secreto mucho tiempo, con la población de posthumanos encubiertos al alza. Todo el que estuviera metido en el asunto en el fondo sabía que esto acabaría ocurriendo, pero era difícil ser el primero en hablar de ello y peligroso serlo en dar el primer paso.
Ray Adams trabajaba en el puerto de Cunia. En teoría dirigía la seguridad de las instalaciones de Genotech, un competidor de KU.B.E. en Cunia. En realidad, era un agente posthumano cuyo nombre en clave era “Backfire”. Estuvo trabajando para el gobierno británico desde 1993 hasta que fue localizado y reclutado por Genotech y trasladado a la central en Cunia en 1999. Al principio, Ray creía estar haciendo algo bueno por su propia libertad, pero tuvo acceso a más información y pudo comprobar cómo, si era necesario, se le enviaría a destrozar las vidas de una población indonesia para asegurar la productividad de una fábrica de móviles.
Ray solía tomarse una copa con su mejor amigo al terminar la jornada. El 27 de septiembre de 2003 se despidió de él con más ternura, como si se despidiera para siempre. El día 28, «John» faltó al trabajo y a su cita.
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