Autor: Sergio Jurado
Como sabemos, en el año 143 a.C. Cunia fue sitiada durante un largo año por el Cónsul Lucio Servilio Rulo. Finalmente, gracias a la ayuda de traidores que abrieron las puertas de la ciudad durante la noche, los romanos consiguieron tomarla. La ciudad fue saqueada e incendiada y el orgulloso Templo de Cunia destruido hasta sus cimientos mientras que la gran mayoría de sus habitantes fueron pasados a cuchillo.
Sin embargo, los escasos supervivientes de la masacre no corrieron mucha mejor suerte. En vez de ser recompensados como esperaban por Rulo, éste se limitó a decirles que Roma «no pagaba traidores» (más tarde Quinto Servilio Cepión se apropiaría de la frase de su primo). Rulo ordenó que la ciudad fuese reconstruida en un nuevo emplazamiento, esta vez en la orilla opuesta del río Eore, dejando en el lugar una guarnición (en el lugar que hoy ocupa el Casco Viejo). Comenzaba así la dominación romana sobre Cunia.
Algunos historiadores afirman que la nueva Cunia se levantó en torno a un campamento militar desde el cual Roma habría lanzado las campañas de pacificación hacia el interior. Sin embargo, algunos historiadores cunienses niegan esta teoría afirmando que no existen evidencias fidedignas de la presencia continuada de tropas romanas en Cunia. Muy por el contrario, estos historiadores sostienen que Cunia habría sido una ciudad íbera libre aliada de Roma, dotada de sus propias fuerzas militares y que habría mantenido dicho estatus hasta que finalmente César Augusto habría exigido su sometimiento en el año 18 a.C. (con lo que, teóricamente, se convertiría en el último punto de la península en ser conquistado, un hecho del que siempre han hecho gala los partidos nacionalistas cunienses). Esta teoría se sostiene en el hecho de que no existe ninguna referencia escrita a la Legión a la que pertenecerían los soldados presuntamente acantonados en Cunia… si es que realmente se trataba de un campamento romano. Por el contrario, los defensores de la teoría del campamento militar afirman que las actuales calles San Juan de la Cruz y Berberiscos del barrio del Casco Viejo siguen el trazado del Cardo y Decumano del campamento, y que la porción de muralla que se conserva habría sido parte del perímetro defensivo del campamento.
Sea como sea, lo único cierto es que durante este periodo el estatus jurídico de Cunia fue dudoso y su importancia discreta, quedando eclipsada por otras ciudades de la Tarraconense. La suerte de la ciudad solo cambiaría cuando Ignato Coneso, gobernador de la ciudad, se levantó en armas contra su pariente, el legatus Marco Petreyo, y se pasó al bando cesariano durante la segunda guerra Civil Romana. Se sabe que durante dicho conflicto Cunia fue asediada por los partidarios de Pompeyo. El cerco a la ciudad duró varios meses durante el cual se produjo la batalla de Cunia, un asalto masivo en el que los defensores de la ciudad llegaron a luchar casa por casa y en el que a duras penas lograron rechazar a los atacantes, si bien la ciudad resultó destruida casi por completo. El sitio tuvo que ser levantado súbitamente cuando Julio César avanzó hacia el sur desde la Galia. Tras su retirada un maltrecho pero vengativo ejército cuniense salió en persecución del enemigo y las tropas de Coneso aún llegaron a tiempo de unirse a César para participar en la batalla de Ilerda.
Tras las guerra, los cunienses serían ensalzados por algunos poetas como «insignes ejemplos de valor hispano» y la ciudad considerada por algunos cronistas como «la Numancia romana». El propio Julio César visitó brevemente la ciudad en el año 49 a.C. para rendir honores a los hombres que con tanta bravura se habían unido a su causa. Julio César ordenaría reconstruir las fuerzas militares acampadas en Cunia y las rebautizaría con el nombre de la XIV Legión Tenax, la cual serviría en otros conflictos durante los siguientes dos siglos.
En cuanto a la ciudad en sí, César concedió a los cunienses la plena ciudadanía romana como recompensa por su fidelidad y apoyo. Esto resulta especialmente relevante porque los enclaves romanos quedaban libres de cargas tributarias, un hecho que sin duda entronca profundamente con la posterior tradición cuniense. También por mandato de César se erigió en las cercanías de la ciudad un Templo a Apolo que, lamentablemente, no ha llegado a nuestros días. Según algunas fuentes el motivo sería que durante su visita habría sufrido una grave crisis epiléptica de la que pudo recuperarse gracias a que una anciana le proporcionó un remedio que emplearía durante el resto de su vida.
Poco a poco, la ciudad fue reconstruida de nuevo y poco a poco medraría hasta convertirse otra vez en un núcleo comercial de importancia. Sin embargo, poco o nada ha llegado hasta nuestros días del pasado romano de la ciudad, apenas un lienzo de muralla que hoy en día forma parte del Palacio de Guiseppe Montegui. En él se puede contemplar el llamado «falo de Cunia», considerado el primer graffiti de la ciudad (y muy posiblemente de toda España).