Por: Olef, hijo de Oleg
La carvana del Lobo avanza lentamente hacia el este soportando las nevadas y el acoso de algunos depredadores. Quién más y quién menos muestra alguna herida y hantenido que abandonar parte de la carga para que las bestias no se hundieran en la nieve bajo su propio peso. Cada paso es un pequeño triunfo y en la desolada planicie nada indica que no estén andando en círculos. Lobo va en cabeza, abriendo el camino con una especie de conchas que ha atado a sus pies y parece tener claro el destino aunque sus ojos son incapaces de ver más allá de una mano de pasos.
Kel es el que está más grave y es trasportado en una improvisada camilla tirada por Patas quien, sabedor de su responsabilidad, se queja menos que sus otros compañeros. No han vuelto a cruzarse con criaturas del Wukran, pero varios dientes de sable les han seguido algunas jornadas hasta toparse con la punta de hierro de Lobo. Dos nuevas pieles les acompañan en su viaje y Slissu, que es el que peor lleva lo del frío, se ha apropiado temporalmente de una para abrigarse un poco más.
En la distancia, rebotando en los cañones de montañas que no pueden ver, les llega el sonido de un cuerno. Es profundo, grave y recuerda el tronar de las piedras, el retumbar de las avalanchas, la cabezonería de los dwaldur. Lobo coge si propio cuerno y responde a la llamada con dos toques, deja que el grupo le alcance y les confía: «Hemos llegado, no os fiéis y estad atentos«. Han llegado a la tierra natal de Lobo, un lugar del que no suele hablar mucho, ni en buenos términos…