Autor: Sergio Jurado
El labrys imperial fue, durante siglos, el mayor símbolo del poder del imperio Veddio. Bajo la forma de un labrys (hacha de doble cabeza), la leyenda afirma que fue forjada por el primer emperador, el legendario Rey Forjador, quien para ello empleó el metal de la compuerta principal de la primera nave humana que aterrizó en Extrema; el crucial acontecimiento que, según los historiadores veddios, marcó el nacimiento del imperio Veddio en el año 245 antes de Vettera.
Durante doce siglos, el hacha pasó de manos de un emperador al siguiente y hasta tal punto llegaría a identificarse el artefacto con la figura del emperador que, a menudo, durante los convulsos períodos de agitación y guerra civil, su posesión significó la legitimación del aspirante al trono que lograra retener su posesión durante el tiempo necesario para ser coronado.
En una docena de ocasiones el labrys fue robado y otras tantas fue restituido, regresando tarde o temprano a su lugar, en el salón del trono imperial. A lo largo de los años, sus sucesivos propietarios fueron restaurándola y modificándola a su gusto: se le añadieron y quitaron adornos y metales nobles en función del amor por la funcionalidad o el ornato del emperador de turno. Su gastado filo fue reforjado. Su mango fue forrado de nuevo con aleaciones más resistentes. En algún momento se le añadió un afilado puñal, inserto en la empuñadura. Otros dicen que un emperador especialmente paranoico ordenó que ocultasen en el mango un arma de fuego disimulada…
Sea como sea, lo que sí sabemos con certeza es que, durante dos milenios, la nación de renegados conocidos como «Piratas veddios» la ha buscado desesperadamente. Y no es para menos, la posesión del labrys significaría que un nuevo y legítimo emperador podría reclamar el trono. Seguramente, todos los demás caudillos le jurarían lealtad y, probablemente, serviría como acicate para que muchos respetables ciudadanos veddios, actualmente perfectamente integrados en la sociedad refepera, sintiesen renacer en las cenizas de su corazón el indomable ardor guerrero de sus ancestros.
Las consecuencias que, a largo plazo, podrían suponer para la galaxia tales acontecimientos resultan completamente imprevisibles.