Número: 205. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
El comendador ha muerto. Su cuerpo fue encontrado por el ama de llaves cuando, extrañada por su tardanza en levantarse, fue a ver si necesitaba algo. El grito de la pobre se escuchó en la plaza y poco tardó todo el pueblo en enterarse de que la desgracia había alcanzado al pueblo. La muerte del prócer había ocurrido en extrañas circunstancias, su cuerpo estaba azulado y en su rostro y manos había un rictus de miedo como si hubiera vista a la misma parca en el momento de su muerte. De esto, también se enteró todo el pueblo quienes empezaron a especular sobre las causas que habían terminado en tan terribles consecuencias: malas compañías decían unos por su afición a visitar determinados locales nocturnos, tratos con demonios, decían los más puritanos, venganza de su mujer fallecida hace ahora dos veranos. Y en todas las versiones, la figura del comendador no salía bien parada. Y fueron esos corrillos en los mentideros de la localidad lo que hicieron que algunas fuerzas vivas acudieran por ayuda al cabildo de la capital provincial.
Tus personajes recibirán el encargo de ir al lugar de los hechos e investigar la causa de la muerte del comendador para así acabar con las habladurías que están dejando en mal lugar, al pueblo, a la familia y al ejército (nota: el comendador tenía bajo sus órdenes algunas unidades militares, no muchas porque la posición no era tan importante).
Pueden ser miembros de las mangas verdes, pueden ser inquisidores (o miembros del clero), pueden ser militares o, quizás, algún político de la zona. No es necesario que todos los personajes sean de la misma orden o grupo. De hecho, un grupo variopinto podría tener intereses diferentes (que no se acusara de la muerte a los suyos) y, además, facilitará que tengan habilidades dispersas útiles para la investigación. Si decides meter personajes de la inquisición, recuerda que parecen sacerdotes, pero dan bastante miedo. Una palabra suya es suficiente para una sesión de tortura. La gente les tiene miedo, incluso más que a los mangas verdes. Si incluyes políticos, tendrán que definir si son afrancesados, realistas, liberales, etc. Su ideología política podrá (y deberá) influir en sus pesquisas detectivescas.
Como pronto descubrirán, el comendador no era una buena persona y su muerte, que no ha sido un accidente, no ha entristecido a mucha gente.
Al comendador lo han matado entre varias personas (al estilo Fuenteovejuna) y mucha gente del pueblo está en el asunto. Emborracharon al comendador (lo que era difícil de conseguir) y el sargento y el boticario hicieron el papel de llevarlo a casa y dejarlo en la puerta, pero la verdad es que entraron poco después donde ya estaban otros conspiradores. Belinda, las pobre prostituta maltratada, fue la última en llegar y entre todos subieron al comendador a su habitación, le sujetaron entre todos y le obligaron a beber un tónico que le mataría entre grandes dolores; sus gestos son debido a ello. ¿Por qué elegir una forma tan bárbara de matarlo? Sencillo, se trata de un acto de venganza y querían que el comendador pasara un momento de horror supremo antes de su muerte.
En esta partida no hay acontecimientos. Si los personajes no hacen nada, nada ocurrirá y el pueblo seguirá con sus tareas habituales (ganadería, algo de recolección y elaboración de aceites y quesos, etc.) Deben obtener la verdad (o una verdad) hablando con los diferentes protagonistas del pueblo. A continuación te ponemos una lista de ellos y también te indicaremos, cuando proceda, si están o no implicados en la trama.
Se trata del boticario del pueblo que administra remedios y ungüentos a los vecinos. Es de mediana edad (39 años), de andar vigoroso y rostro alargado. De hecho, parece un cuadro del greco que haya salido a dar una vuelta. Estudió en la universidad de Madrid y gracias a un patrocinador pudo asistir un curso a la Sorbona de París.
Armando es quién fabricaba y facilitaba a Rigoberta las cremas contra la gota y un jarabe contra el ardor de estómago que el comendador también sufría. Además, también le daba unas hierbas tranquilizantes a la pobre Rigoberta porque desde hace unos meses no podía dormir.
La noche de la muerte del comendador, el sargento le pidió ayuda para llevarlo a casa (estaban juntos en el bar de la plaza). El comendador se había excedido mucho y temprano con la bebida. Le llevaron hasta la puerta de casa y allí le dejaron entrar solo.
Lo más fácil es encontrarlo en su establecimiento o en la casa que hay encima de él, pero al llegar la tarde también se le verá con los parroquianos en el bar del centro del pueblo. Bebe con moderación, un vino y a casa.
El boticario fue quién certificó la muerte del comendador y quién describirá con detalle los rictus de terror del paciente. Los achaca a una pesadilla que le provocó un paro cardiaco que es, según su docta opinión, la causa de la muerte. La noche de su fallecimiento, el comendador salió a tomar unos vinos como hacía casi siempre. Todos saben que era amigo de los excesos y aunque le ayudaron para llegar a casa (hasta la puerta), quién sabe lo que su mente ahogada en alcohol pudo hacerle ver en sueños.
El boticario es quién consiguió el extraño veneno que acabó con la vida del comendador. Se trata de un veneno extraído de un pez de las colonias y el hombre lo consiguió a través de un amigo que trabaja en el puerto que se lo mandó vía un mercader.
El comendador se había enterado, no sabe cómo (ver nota), que la estancia en la Sorbona de París es un camelo inventado por el boticario y que su supuesto título universitario es más falso que la tortilla de los franceses. En realidad, Armando se fue a Francia huyendo de un embarazo no deseado en la hija de un profesor de la universidad de Madrid. Ni volvió a esta, ni nunca estuvo en la Sorbona. El comendador le amenazaba con contar la verdad a todos los vecinos si no le facilitaba algunas sustancias más recreativas (y caras): derivados del opio.
Nota: el título que orgullosamente muestra en la pared es falso. Está firmado por el rey como todos los títulos universitarios, pero cualquiera que haya visto la firma del rey (¿alguno de los PJ tiene un título?), sabrá que no es la que hay en el título.
En la noche de autos, él y el sargento recogieron al comendador del bar y lo llevaron a casa. Dejaron que entrara solo e hicieron como que se marchaban (por si alguien les observaba), pero regresaron a los poco minutos y entraron en la vivienda por la puerta trasera utilizada por el ama de llaves.
Una mujer que debió ser hermosa en su Juventus, pero a la que la vida ha tratado bastante mal y ha hecho estragos con su cuerpo que se ve cansado y enfermo. Sigue destacando por su belleza, pero la piel de su cuerpo muestra manchas amarillentas (son hematomas si se fijan un poco). Belinda será amable y solícita, dispuesta a intercambiar favores sexuales a cambio de unas monedas.
Podrán encontrarla en la taberna de mala reputación que hay en las afueras del pueblo. El comendador era asiduo de esa taberna y si preguntan, sabrán que también era asiduo de Belinda.
La última noche el comendador estuvo en el local. Solía venir una o dos veces por semana y, como siempre, ella estuvo con él. Le tenía en gran estima y siempre pedía que ella le atendiera. Sin embargo, la última noche se pasó con la bebida y apenas podía mantenerse en pie. No, no fue ni capaz de acostarse con ella (le pasaba muchas noches). Fue ella la que buscó al sargento para que se lo llevaran a casa. No era la primera vez que lo hacían.
Belinda sufría unos terribles malos tratos a manos del comendador que le ha dejado el cuerpo como si fuera un campo castigado por la artillería. Además, hace unos años, se quedó embarazada por accidente (de él) y el comendador le provocó el aborto dándole la que sería la primera de las palizas. Belinda nunca ha podido perdonárselo. Aquella criatura era, posiblemente, lo único bueno que le hubiera pasado en la vida.
En la noche de autos, Belinda emborrachó al capitán ofreciéndole bebidas de alta graduación y animándole a beber sin mesura. No era difícil convencer al comendador de ello. Cuando el sargento y el boticario se lo llevaron de su habitación (en la parte trasera del bar), ella misma los siguió minutos después. Ya en la casa, entre todos, le sujetaron para obligarle a beber el veneno. Ella le abrió la boca y aún muestra una herida en un dedo de un mordisco recibido. El condenado se defendió a pesar de su borrachera.
Sus vecinos le apodan el afable Don Camino y es que es un hombre que se esfuerza por ser un ejemplo para su comunidad. Es un político, que tus personajes no se dejen engañar, y siempre tendrá buenas palabras para cualquier propuesta que pueda mejorar la localidad. Recibirá con alegría la presencia de los PJ como una forma de acabar con el trauma que ha sufrido el pueblo.
Es un hombre entrado en carnes al que la vida ha sonreído, algo no muy difícil ya que su familia es una de las fortunas de la región y esta alcaldía, ganada con prebendas (nada de elecciones) es una justa recompensa a todo lo que su apellido ha hecho por la gente de la región. Él cree, con toda sinceridad, que los puestos de gobierno deben ser designados porque quién los elige, muchas veces inspirado por el propio Dios, elige al mejor para cada puesto. Si le hablan de elecciones democráticas (o de alcaldes elegidos por el pueblo, como uno de los dos alcaldes de Móstoles) dirá que son tontería liberales que van a acabar con la sociedad. ¿Dejaría usted elegir el menú a las moscas? ¡Y lo preguntará en serio!
Se enteró de la muerte del comendador a la mañana siguiente y claro se personó en la casa para ayudar con los trámites. No, no vio el cuerpo, pero bajo la sabana que alguien había colocado se veía que no estaba en una postura natural. Prefirió no verlo porque no sería una imagen agradable para recordarlo.
Tendrá palabras amables para el comendador. Era un hombre de espíritu difícil, pero capaz de anteponer los intereses de la patria ante otras cosas. Un hombre justo y ecuánime y muy querido por la comunidad.
Miente, miente mucho. Es político.
El comendador había averiguado (ver nota) que el alcalde no era trigo limpio y que parte de los impuestos que debían llevarse a la corte acababan en el bolsillo del político. No unas sumas importantes, pellizcos que nadie echaría en falta, sobre todo porque eran impuestos falsos que cobraba a los vecinos. Amenazándole con denunciarle, el alcalde se vio obligado a compartir el botín con él, pero cada vez pedía más y era insaciable.
El comendador lo sabía porque el alcalde añadió un impuesto para la guerra y el comendador supo que era falso porque no le había llegado la comunicación informando de dicha decisión militar. El alcalde pecó de avaricioso.
En la noche de autos, el alcalde ya estaba en la casa cuando llegó el comendador borracho y con sus amables palabras le ayudó a subir la escalera y le animó a tumbarse en la cama. Una vez allí, fue de los que le sujetaron mientras le envenenaban.
Militar de carrera y orgulloso de ello. Tiene la altura y la constitución de un soldado de las colonias. También lleva un enorme bigote estilo húsares que no deja ninguna duda de su profesión. Es algo estricto con los hombres y con las normas, pero tiene un gran corazón y muchas veces hace que su unidad colabore con los vecinos, preparando una cerca, manteniendo el puente que cruza el arroyo y otras tareas de obras públicas que justifica diciendo que son para mantener la logística del ejército. Es muy respetado y querido por los parroquianos (a diferencia de su jefe el comendador).
Su lugar habitual es el cuartel, pero en ocasiones se le puede encontrar en el bar de la plaza del pueblo donde alguien, siempre, le invita a un vino. No es de mucho beber y solo acepta que le inviten a una copa, la segunda la paga él y luego vuelve al cuartel.
La noche que murió el comendador, Belinda, su chica del prostíbulo, vino a buscarle al otro bar donde estaba charlando con el boticario y le contó que el comendador se había excedido mucho esa noche. Él y el boticario fueron a la habitación de Belinda y se lo llevaron a casa, pero el comendador tenía una borrachera escandalosa y debió enterarse medio pueblo de que lo llevaban. No le acompañaron al interior (eso hubiera sido descortés) y dejaron que entrara por sus propios medios. Cuando cerró la puerta, ambos se marcharon cada uno a su casa.
El sargento Henar odiaba al comendador. Consideraba que incumplía sus deberes militares y que era un ejemplo pésimo para la comunidad y para las tropas bajo su mando. Esa falta de moral estaba afectándoles y se parecían cada vez más a una banda de guerrilleros que a un ejército oficial. Además, el comendador le había hecho llevar cartas a una casa a un par de jornadas de la ciudad. Allí debía dejarlas en el buzón y volver con lo que hubiera dentro (bolsas con monedas). En una ocasión, cansado de esos encargos, el sargento abrió la correspondencia y descubrió que el comendador vendía secretos al enemigo a cambio de dinero. ¡Era un traidor! ¿Cómo un simple sargento podría acusarle?
En la noche de autos, después de dejarle en casa, él y el boticario se marcharon, pero dieron un rodeo y entraron en la casa por la discreta puerta del servicio. El comendador ya estaba arriba ayudado por otros a subir (en su estado posiblemente hubiera dormido tirado en la escalera). Allí, mientras los otros le sujetaban, él le administró el veneno. Era una cuestión de honor castrense y debía ser él quien acabara con su vida.
El sargento no imaginó que el veneno fuera a ser tan doloroso para el comendador y eso le reconcome un poco la conciencia, pero sus compañeros conspiradores querían que fuera consciente de su muerte y que les viera a ellos en sus últimos momentos. Ahora cree que el sufrimiento extra podían habérselo ahorrado y está dispuesto a asumir la culpa él solo.
Todos los pueblos tienen fuerzas vivas que tienen la propiedad de la mayor parte de las tierras y las haciendas. Bien, pues Don Juan de Alameda es uno de ellos. Dueño de pastos para el ganado, arboledas para madera y amplios terrenos de caza donde practica su deporte favorito. Don Juan es un privilegiado de la sociedad del siglo XIX, con propiedades tanto en España como en América y vive bien, muy bien. Considera que el pueblo es eso, el pueblo e intenta no tener trato con ellos, solo con la gente con capacidad de decisión: el alcalde (que amablemente le ha dado una exención de impuestos a cambio de unas cacerías), el sacerdote o el comendador.
Sí, se ha enterado de la muerte del comendador, pero no hace caso de las habladurías de los criados. Todo eso que dicen de que estaba endemoniado y que su cuerpo presentaba símbolos satánicos no le interesa. No entiende porque los PJ han venido a molestarle con esas tonterías.
Don Juan de Alameda es un aristócrata que aún vive en el siglo XVIII: su pueblo, su gente, sus tierras y su territorio de caza. El comendador, a pesar de su cargo, era un tipo zafio, vulgar que no sabía estar en su sitio. Sus soldados iban en ocasiones a cazar a su terreno y le hacían de forma inexperta espantando a toda la fauna. Don Juan se había quejado al comendador de lo que consideraba un abuso, pero este le había despachado sin miramientos, sin cortesía y amenazándole con hablar con la Junta acusándole de colaboracionista con el enemigo y expropiándole las tierras. Y claro, esa fue la gota que colmó el vaso. Uno no amenaza a un De la Alameda y vive para contarlo.
En la retorcida mente de Don Juan, está impartiendo justicia, no cometiendo un asesinato (y no aceptará esas acusaciones nunca). Cuando el sacerdote le ofreció participar, no tuvo ninguna duda. Podría haber mandado a su guardés a ocupar su puesto en la conjura, pero quería ver la cara de ese gordo bobalicón mientras expiraba su último aliento.
Un delgado y estilizado sacerdote que aparenta más altura de la que realmente tiene gracias a unas alzas que lleva en los zapatos (un pecado de vanidad, sin duda). Amable y solícito, atiende a todos sus feligreses como si fueran la mejor de sus amistades, un oído al que acudir y una voz que escuchar. No lleva mucho tiempo en el pueblo (un par de años), pero se ha ganado el respeto de toda la población adulta.
Cuando la pobre Rigoberta descubrió el cuerpo del fallecido, le mandaron llamar para darle la extremaunción al pobre. Fue de los primeros en llegar a la casa y sí, pudo ver el horrible estado en el que estaba. Dios le perdone; el comendador era un pecador que no se arrepentía de sus actos y murió sin comulgar. Le apena mucho porque aunque Dios es misericordioso, había mucho que perdonar en el comendador.
El padre Laracas tiene un oscuro secreto del que el comendador se había enterado. La carne es débil y al padre, le gusta en especial la carne de niños jóvenes con los que se solaza, en ocasiones, en un antro de la capital (cuando la visita sin ir vestido de sacerdote, claro). El comendador le descubrió en una de sus visitas y, desde entonces, le amenazaba con contarlo, amenaza que solo aplacaba compartiendo el vino de la sacristía con él (y aguando el de los feligreses). Su sed de alcohol parecía no tener fin y casi dedicaba toda su paga a satisfacer e ese hombre. El padre no podía permitirse otro escándalo porque era la razón por la que le habían trasladado de su anterior destino. Un incidente más y le expulsarían del sacerdocio.
Es el fallecido y cuando los personajes lleguen llevará ya unos días enterrado. No es esta una época en la que se pudieran conservar los cuerpos. Por las descripciones de los vecinos, sabrán que era un hombre demasiado apasionado y que se entregaba a sus vicios sin mesura. Con sobrepeso, sin agilidad y con una enorme capacidad de beber vino, que tras un rato le atacaba el pie hasta el punto de no poder andar (lo que hacía que los vecinos le llevaran a casa). Un tipo bastante roñoso que solía dejar cuentas sin pagar o discutía el precio de los vinos con los meseros. Además, era bastante mezquino y utilizaba su posición (y a los soldados a su cargo) para hacer requisas irregulares, inspecciones y detenciones dudosas. Abusaba de su posición, pero no parecía importarle mucho el futuro. Sabía que o bien le mataban en la guerra o bien la maldita gota. Solo pensaba disfrutar del momento.
Se trata del ama de llaves del comendador que se encargaba de la casa y de que el hombre desayunara, comiera y cenara todos los días. También se encargaba de atender algunas de sus dolencias (como un principio de gota) comprando los medicamentos y recordándole que se los pusiera o tomara.
Es una mujer mayor que ya ha superado los 60 y que enviudó a finales de siglo. Tiene la piel clara y anda con una rectitud que hace que engañe su edad. Su pelo es negro, así como sus ojos y el comendador la llamaba «la gitana» cuando creía que no la oía. Su marido, militar, nunca fue muy adinerado y la pobre mujer aceptó trabajar para el comendador como una forma de no morirse de hambre. Lleva 10 años trabajando para él.
Rigoberta se marchó de la casa a las 20:30 como tenía por costumbre. El comendador no estaba, pero tampoco era raro que no estuviera a esas horas del día. Dejó la cena hecha en la cocina y se marchó. Como siempre que estaba fuera, dejó la puerta abierta por si el señor volvía sin llave (o sin atino para utilizarla). La mujer cree que su asesino pudo aprovechar esa costumbre y entrar en la casa para esperarle, lo que, indirectamente, hará que sea culpa suya su muerte. La pobre está destrozada por ello. También está preocupada por su futuro porque sin cuidar del comendador qué va a ser de ella en el futuro.
El ama de llaves es la conspiradora necesaria del asesinato. Fue ella la que abrió la puerta a los asesinos y la que consiguió el veneno con el que le mataron. Lo de dejar la puerta sin llave es una mentira para encubrir cómo entraron en la casa. Rigoberta odia al comendador por el trato que ha recibido estos años, pero, sobre todo, cuando descubrió una carta en la que el comendador pedía al oficial de su marido que lo mandara a las colonias (donde falleció). Al parecer, el marido de Rigoberta había afeado la actitud de éste y el comendador había usado sus influencias para quitárselo de en medio. Cuando se enteró que era el responsable del traslado de su marido, el odio hacia él creció tanto que no se negó cuando le propusieron participar en la conjura.
Como los acontecimientos se explican parcialmente entre los personajes, te contamos aquí lo que ocurrió en la noche de autos.
El comendador acudió al bar/prostíbulo de las afueras del pueblo a tomarse unos vinos y a pasar un rato sacudiendo a Belinda. La puta le recordaba a su mujer, ya fallecida, y lo pasaba bien volviendo a darle palizas. [Nota: la mujer del comendador murió de una de esas palizas, pero no hubo investigación]. Belinda hizo todo lo posible para que el comendador se cogiera la mayor borrachera de su vida. No era difícil convencerle para beber, pero «la mayor de su vida» era un reto bastante grande para la mujer. El caso es que llegó un momento que el comendador no era capaz ni de hablar. Belinda fue a buscar al sargento y al boticario como habían acordado al otro bar y los dos se llevaron al interfecto a su casa. Lo dejan en la puerta para que entre solo (por si alguien les está mirando) y se marchan para dar un rodeo y volver por la parte de atrás, a la puerta de servicio donde les abre Rigoberta.
En el interior, cuando el comendador abre la puerta (con la ayuda del sargento, claro) le esperan ya el sacerdote, el alcalde y Don Juan quienes, con palabras zalameras, le ayudan a llegar a su cuarto y le tumban en la cama donde el comendador no tarda en llegar.
Belinda sale de su cuarto cuando cree que ha pasado un tiempo prudencial y se dirige a la casa del comendador entrando también por la puerta de atrás. Todos suben al cuarto donde duerme su futura víctima y Don Juan, el sacerdote y el boticario sujetan al comisionado (que se despierta en ese momento). Rigoberta le sujeta la cabeza (sin mucha fuerza, por cierto) y Belinda le abre la boca recibiendo un mordisco en el empeño. El sargento vierte el veneno y él y Belinda le cierra la boca y le tapan la nariz para obligarle a tragar. Sin embargo, el veneno ya está haciendo efecto antes de tragarlo, el dolor recorre el cuerpo del comendador que entre estertores consigue librarse de sus captores quedándose en esa posición tan grotesca al fallecer.
Toda la conjura sale por la puerta de servicio de uno en uno teniendo cuidado de que no les vea nadie. La última en salir es Rigoberta que cierra la puerta y se va a casa a la espera de hacer su papel de descubridora por la mañana.
A continuación te incluimos una serie de personajes del pueblo que podrán ayudar a orientar las pesquisas de tus investigadores. Solo te damos los que nos han parecido necesarios, pero anímate a incluir en el pueblo todos aquellos personajes que necesites, aunque su implicación en la trama sea nula. Para la partida, el pueblo debe parecer vivo y lleno de gente. Por ejemplo, en la lista encontrarás un comerciante, añade uno o dos más para que los personajes tengan más gente a la que preguntar.
Uno de los soldados de la compañía que hablará maravillas del sargento, aunque no tan bien del comendador. No está bien criticar a los muertos, pero creo que el Señor no ha hecho un favor a todos.
Casarrias sabe que el sargento hacía viajes nocturnos y que volvía a primera hora de la mañana. No sabe el objeto de tales viajes, pero sí sabe que volvió muy malhumorado del último de ellos. Aquel día el sargento, de normal amable, era como un volcán a punto de explotar. El soldado no hablará mal del sargento, pero unos vinos desatarán su lengua.
Alfonso regenta el «bar de las afueras» que es un garito con bebida y comida mediocre, algún juego de cartas o dados y la atención de algunas señoritas que tienen cuartos privados en la parte de atrás, cuarto que les alquila por una parte de sus servicios. Sí, es un prostíbulo, pero esa es una palabra que nadie utiliza cerca de Alfonso porque se ofendería. Él mío, diría, es un local de oferta variada.
Alfonso sabe que el comendador era amigo de dar palizas a Belinda porque en alguna ocasión ha tenido que curarle las heridas. A él no le importa. No es que él pegue a las mujeres y cree que los hombres que pagan por una mujer y pierden el tiempo pegándolas están mal de la azotea, pero mientras paguen, él no se mete. Las palizas nunca han sido tan brutales como para que Belinda corra peligro.
La noche del fallecimiento el comendador estuvo allí y bebió más de la cuenta. Nunca le había visto beber tanto. Sabe que se lo llevaron el sargento y el boticario (aunque no son clientes de su establecimiento) y sabe, porque la vio, que Belinda salió después. Seguramente a acabar el servicio o a hacer una visita a domicilio. A Alfonso no le importa porque las chicas también tienen derecho a hacer negocio por su cuenta de vez en cuando. Y estaba claro que la noche con el comendador ya no daría más de sí.
No es su verdadero nombre, pero nadie sabe que se llama Encarnación, un nombre poco apropiado para su profesión. Trabaja en el bar de Alfonso y es amiga de Belinda. Es la única que sabe que perdió a su bebé tras una paliza del comendador. Si ella fuera hombre, le habría matado aquella misma noche.
Uno de los trabajadores del ayuntamiento que sentía una fuerte devoción por el alcalde a quién consideraba una persona elegida por la Providencia para estar en el pueblo. Sin embargo, según le ha ido tratando, su enamoramiento ha ido menguando. Como todos los políticos tiene buenas palabras, pero, en realidad, solo busca su bien personal.
Antes era un simple secretario, pero se ganó la confianza del alcalde que le ascendió a contable. Un trabajo difícil, mejor remunerado, por el que Matías le está agradecido, pero es un puesto en el que se ven bastantes cosas: impuestos que no deberían cobrarse, facturas infladas, bolsas con dinero que cambian de mesa y esas cosas. Todos roban un poco, eso no es raro, pero en las últimas semanas, la avaricia del alcalde parece haber subido unos enteros. Algún gasto debe tener para tener tanta necesidad.
Leal servidor de Don Juan de la Alameda a quién su familia ha servido durante generaciones. Siempre ha habido un Monteleón al lado de un Alameda dirá con orgullo. Su devoción es incuestionable y nunca hablará mal de su señor.
Sin embargo, si criticará a los soldados. Estos se cuelan en las tierras que él debe vigilar y en una ocasión a punto estuvieron de matarle confundiéndolo con una pieza. No le importa que cacen furtivamente, pero no a él. Cuando se lo contó a Don Juan se puso hecho un basilisco y le dio orden de disparar a cualquier intruso (cosa que no piensa hacer porque sabe que fue una orden en el calor del momento).
En realidad se llama Pablo Grimaldos, pero cree que el nombre extranjero facilita su negocio que consiste en ir todas las mañanas de madrugada al mercado de abastos de la ciudad, cargar su carro con varias cosas y llevarlas al pueblo donde las vende (abre su puesto por las tardes). Acepta encargos porque eso asegura la venta y no le va mal el negocio, aunque es bastante sacrificado, recorre unos 40 kilómetros todos los días.
Paolo es quien le trae al boticario alguna de sus sustancias raras. Hay un suministrador en la capital que le da paquetes para traérselo. Paolo recibe un pago del boticario por las molestias. Un negocio redondo. Él no lo sabe, pero en el último paquete venía el veneno que el boticario utilizó contra el comendador. Podrá describir el interior del paquete (no, no lo abrió, mentirá, solo lo vio cuando lo preparaban). Uno de los frascos estaba señalado como veneno, pero no era la primera vez que el boticario compraba venenos porque estos se utilizan en algunos remedios (esto es cierto).
El típico niño de ropa remendada, zapatos con agujeros y polvorientos que juega en la calle con cualquier cosa que encuentre. Estará golpeando unas herraduras, lanzando piedras, salpicando en un charco o diciendo obscenidades a algunas de las prostitutas de Alfonso. Si le preguntan, no sabrá nada, pero si le preguntan por el sacerdote, se pondrá blanco y saldrá corriendo.
Nota: el sacerdote le ha realizado algunos tocamientos indebidos cuando ha hecho de monaguillo en la iglesia y ha jurado que no volverá a pisarla jamás. Si le detuvieran, lo confesaría solo después de alguna amenaza igual de divina (un inquisidor aquí les vendrá bien).
Como imaginarás, la partida está planteada como una serie de entrevistas o interrogatorios por el pueblo hasta ir acorralando a uno o más de los culpables. Los culpables, por otro lado, saben que si les pillan no pueden delatar a los demás, aunque, Rigoberta, quizás sea el eslabón más débil (sobre todo si descubren la carta trasladando a su marido por orden del comendador).
El objetivo de los personajes no es descubrir a los asesinos del comendador sino acabar con los rumores que están manchando su nombre (satanismo por ejemplo) y el de la institución que representa. Su misión es encontrar una explicación a su muerte, no encontrar la verdad. Detener a los culpables puede ser importante si son de noble moral, pero si tus personajes son de diferentes organizaciones, señalar a un culpable concreto les podrá interesar más que a todo el grupo. Por ejemplo, un político liberal señalará al sacerdote o al terrateniente, mientras que el inquisidor preferirá señalar a la prostituta o al boticario, un político afrancesado señalará al sargento (que asumirá que es realista) o al alcalde que es de una ideología contraria a la suya (o aspira a su puesto). En otras palabras, la verdad tiene muchas caras, explota los diferentes intereses de los personajes para desarrollar la historia.
La partida concluirá cuando los personajes puedan presentar una explicación creíble de la muerte, sea cual sea, que aclare por qué estaba azul y tan aterrorizado. Incluso un exorcismo y una confesión de satanismo sería una buena explicación. Eso sí, cuanto menos salpique la explicación (menos enfangue a las instituciones), mejor para sus jefes, aunque quizás los personajes antepongan la verdad a los intereses políticos. Si son de esa clase de personas, que caiga quién tenga que caer. Es una decisión que tienen que tomar los jugadores en nombre de los personajes y es una decisión moral alrededor de la cual gira toda la partida. El comendador no era una buena persona, su muerte ha sido justa, pero sus asesinos (y su deseo de venganza) quizás tampoco sea el acto más honorable.
La decisión está en sus manos.