Número: 61. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Se cuenta que esto sucedió antes de que los seres inteligentes caminasen por la superficie de Pangea, cuanto los animales todavía eran capaces de hablar como las personas. ¿Que cómo lo saben los ancianos? Eso ya no lo sé, yo solo repito lo que a mí me contaron...
Se dice que, de todas las criaturas, el Elefante era el más arrogante, y que se aprovechaba se su enorme tamaño para abusar de los demás animales.
Un día, el Elefante le dijo a la Lluvia:
- Te ufanas de haber cubierto de verde la tierra, pero si yo arrancara toda la hierba y todos los árboles y arbustos, ya no quedaría nada verde. ¿Qué harías entonces?
A lo que la Lluvia contestó:
- Si yo dejara de visitar la tierra tampoco crecería nada verde, y tú no tendrías nada que comer. Y entonces, ¿qué harías tú, Elefante?
El Elefante montó en cólera y, a golpes de trompa, comenzó a arrancar todos los árboles, los arbustos y la hierba, en clara señal de desafío.
La Lluvia dejó de visitar la tierra y pronto el desierto se extendió por casi todos los rincones de Entrovia.
Al cabo de los días, el Elefante se moría de sed, desesperado, cavaba en los lechos de los ríos, tratando de encontrar agua. Al final, se rindió y gritó a los cielos.
- He sido soberbio y me arrepiento de ello. Por favor, Lluvia, no me lo tengas en cuenta y vuelve a la tierra de nuevo.
Pero la Lluvia permaneció en silencio.
Los días seguían pasando, cada uno aportaba un poco más de calor que el anterior. El Elefante mandó al Chimpancé para que intercediera por él ante la Lluvia. Después de mucho buscar, el Chimpancé la encontró escondida detrás de una nube y le suplicó que volviera a la tierra. Tan insistente y elocuente fue el Chimpancé que la Lluvia se ablandó y prometió regresar. Así lo hizo, y la lluvia que cayó sobre la tierra creó una pequeña laguna cerca de la casa del Elefante.
Al día siguiente, cuando el Elefante salió a comer le encargó a la Tortuga que vigilase el agua empantanada...
- Si alguien se acerca y quiere agua le dices que es mi reserva personal, y que nadie puede beber.
Y dicho eso, se marchó a buscar su comida. En cuanto se hubo ido acudieron numerosos animales sedientos, pero la Tortuga, siguiendo las instrucciones del Elefante, no les dejó beber.
- Esta agua pertenece al Elefante; no podéis beber de esta charca.
Pero entonces llegó el León...
El León, sin dejarse impresionar por sus palabras, apartó de un zarpazo a la Tortuga y comenzó a beber agua, tras lo que se marchó sin ni siquiera girar la vista para mirar a la pequeña Tortuga. Los demás animales, animados por su ejemplo, se acercaron de nuevo, dispuestos a beber.
Cuando el Elefante regresó a su casa no quedaba agua en la laguna. Riñó a la Tortuga por no haber sabido cumplir con la labor que le había encomendado. La Tortuga trató de disculparse y explicar que ella no era más que un pequeño animal a quien nadie le debía respeto.
- Señor, vino el León y me echó a un lado. ¿Qué podía hacer yo? Todos bebieron hasta hartarse.
Furioso, el Elefante alzó su pata delantera y lo dejó caer sobre la Tortuga con ánimo de aplastarla. Por suerte, su caparazón la protegió, pero desde entonces está aplastado por debajo.
Recordad: no hagáis como el Elefante. No desafiéis a quien es más poderoso que vosotros, ni destruyáis lo que luego podéis necesitar, ni encarguéis a alguien más débil que vigile vuestras pertenencias, ni castiguéis a un servidor inocente. Y, sobre todo, no seáis orgullosos ni tratéis de quedaros con todo; dejad que los necesitados compartan vuestra buena suerte.
Basado en un cuento popular masai.