Número: 170. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Las órdenes estaban dadas, ya no había marcha atrás, formarían parte de la primera oleada de invasión y desembarcarían en un sitio llamado Omaha.
-No sabía que Omaha estuviera en Francia, sargento. ¿No será otro entrenamiento de esos?
Rogers le miró como quién mira a un pariente al que o aguanta el día de Navidad, con esos ojos de "ojalá esto acabe pronto", pero ni el sargento ni el teniente estaban para bromas. Formados a última hora de la noche, el capitán les estaba soltando la típica arenga previa a la batalla: madres orgullosas, salvación de la civilización occidental, el día de los días y toda la artillería habitual. Tras esta, la orden de subir a los camiones y buscar el puerto de embarque asignado.
-Sargento -susurró Snelling cerca de la portezuela del M3-, nos falta uno de los novatos.
-¡Faltan tres! - Les sorprendió la voz del capitán que se había acercado a hurtadillas.
-¿Tres de los nuestros -respondió con rapidez y cuando se dio cuenta añadió-, señor?
-De los míos sí. -El sargento sabía lo que significaba esa sonrisa: problemas. Y esa fue la forma en la que la Sangrienta Siete se convirtió en el vehículo escoba de la invasión. Su misión buscar a todos los desertores en esa importante noche.- Tráigalos -había ordenado- y me encargaré personalmente de que desembarquen en primera línea. Saldremos sin ustedes si no llegan a tiempo.
Lo peor de la siguiente noche no fue registrar todo el campamento, todos los bares, iglesias, lupanares en 20 kilómetros a la redonda, lo peor de la noche fue aguantar a Gonzalez diciendo todo el rato: "No creo que los encontremos, no creo que los encontremos, será una lástima perderse la fiesta.".
Cada vez que alguno de la Sangrienta Siete estaba a punto de cerrar su bocaza, encontraban a uno de los desertores, lo ataban y lo echaban al camión. Al último, justo al de su unidad, lo encontraron en la casa de una amable y equivocada inglesa. No le trataron bien. Ella gritaba y exigía que se comportaran en su noche de boda, pero aquella afirmación enfureció a un más a los hombres de la Sangrienta y acabaron por hacer huir a la pobre muchacha con sus miradas.
Llagaban tarde, lo sabían y nunca antes y nunca después nadie vio a un camión del ejército estadounidense correr tan deprisa por las carreteras oscuras y traicioneras de la Inglaterra del sur…