Hace casi veinte años, tomé la decisión de dejar el trabajo en el que estaba (construcción), cambiarme de ciudad y dedicarme en exclusiva a Ediciones Sombra. Fue un cambio brusco, un golpe de timón que cambio mi destino laboral (de lo cual no me arrepiento).
No fue fácil, la idea inicial era trabajar desde casa (emprender que dicen ahora) y al principio tuve que reinventar la forma de trabajar; acostumbrarme a organizarme el tiempo, cuándo trabajaba, cómo, en qué. Hacer los papeles de Hacienda nunca apetece, sobre todo si te pican los dedos para escribir algo que lleva horas rondándote la cabeza.
Con más fortuna que sabiduría, fui aprendiendo y avanzando hasta que llegó una época, de varios años, en la que me atasqué. Tuve una crisis laboral, personal y que, al final, descubrí que era médica. Faltó muy poco para que lo mandara todo y a todos a paseo, estaba siempre enfadado y siempre disgustado conmigo mismo y con las personas que más cerca tenía (y que me aguantaron más de lo debido). Entonces volví a dormir (sí, porque lo que yo supuse que era un síntoma resultó ser la causa) y volví a soñar, algo que descubrí que era fundamental para mi proceso creativo y que no te das cuenta que has dejado de hacerlo hasta que lo recuperas y las cosas se enfilaron un poco más. Publicamos cosas, suplementos, incluso acabe (y me publicaron) una novela. Fue entonces cuando tomé la decisión de ampliar la distribución.
Y esa fue la decisión que me ha llevado a hoy. La distribuidora ha crecido mucho. Somos ahora más de 25 editoriales y llegamos a más de un centenar de tiendas. Y vimos, por fortuna antes de que nos pillara el tren, que aquello iba a exigirnos un trabajo y una organización que ya no podría hacer desde el despacho de casa. Encontramos un local, tuvimos muchos problemas nuevos y desconocidos, pero por fin conseguimos acondicionarlo lo suficiente (sobre todo a nivel de papeles) para poder trabajar desde allí.
Hoy, 9 de diciembre (que aquí no es fiesta), me he sentado en mi nueva mesa, con el ordenador y he empezado a trabajar desde este nuevo lugar; y también he empezado a darme cuenta que las rutinas y los protocolos aprendidos todos estos años ya no son válidos, que ya no puedes trabajar en pantuflas, que en la calle hace frío, que no hay una nevera cerca para picotear algo cuando te apetece, que el horario de comidas no es elástico o que no puedes ver un «drive» del partido de los 49th que tienes grabado para despejar la cabeza. Es un nuevo comienzo y hay que aprender las cosas de nuevo.
Espero que pronto se note la mejoría.