—¿Has mandado a los muchachos a casa? —preguntó mientras se ajustaba la coraza. Los años había pasado para todos y los malditas correas parecían haber perdido flexibilidad.
—Sí, les hemos dado viandas y lectura como ordenaste.
—¿Has cerrado todas las puertas? – siguió mientras ajustaba sus grebas.
—Sí, y he puesto obstáculos tras ellas.
—Bien, pues ha llegado el momento de que tú también te vayas a casa. — No acabó de ponerse el yelmo.
—¿Usted se quedará? —dijo mientras le pasaba la espada recién afilada.
—Sí, estos son mis dominios y si ese monarca infeccioso quiere invadirnos, estaré esperándole.
—Esto…
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