Un pequeño local en el barrio Gótico ha aparecido en las páginas de algunos periódicos locales como un ejemplo de la Nueva Economía del siglo XXI. Abira Sulama ha aparecido en esos mismos noticiarios a la puerta de su negocio ataviada con un traje típico de su país de origen (Burkina Faso). Según ella misma ha explicado, su negocio ya se practica en su país, aunque ella lo ha modernizado para una ciudad tan cosmopolita y moderna como Cunia.
La idea es muy sencilla, el dinero es una herramienta para poner valor a las cosas y, sobre todo, poder comparar aquellas que no son comparables, como la hora de trabajo con el kilo de arroz o una verdura con un viaje. Todo el mundo sabe que un kilo de naranjas vale la mitad que dos kilos de naranjas, pero si lo comparas con el metro cuadrado de un alicatado, ¿qué relación tiene? ¿Un metro cuadrado de alicatado son 100 kilos de naranjas? El problema con el dinero, informa Abira, es que impone sus propias reglas, está limitado y regulado, lo que lo encarece, y, además, hay un montón de instituciones empeñadas en sacar beneficios de la gestión del dinero: comisiones, impuestos, etc. Lo que Sulama propone es que las personas intercambien bienes y servicios de mutuo acuerdo y comercio justo es, además de una tienda física, una aplicación para móviles que permite que los usuarios estén en contacto.
Es muy difícil que quién ofrece algo encuentre a alguien que lo necesite que a su vez ofrezca algo que él quiera. Por ello, la aplicación ha sido diseñada para crear cadenas de peticiones/ofertas que acaben cerrándose a sí mismas ofreciendo solución a todos. Cuanta más gente participa en Comercio Justo, más numerosas son esas cadenas y más fácil es quedar incluidas en ellas. Abira Sulama señala que este no es un negocio exclusivo de particulares, sino que algunas empresas han encontrado, de esta manera, una forma de sacarle rendimiento a su exceso de producción (o de horas libres) y ponía como ejemplo un contable, autónomo, que gracias a Comercio Justo había conseguido intercambiar la realización de declaraciones de Hacienda por estancias en casas rurales.
Preguntada por la periodista sobre cómo obtiene su empresa beneficios, Abira explicó que utilizar Comercio Justo implica darle algo a Comercio Justo. No dinero, aclaro, pero sí, por ejemplo, espacios publicitarios. Gestionando esos recursos es como Comercio Justo obtiene beneficios que, según aseguró la entrevistada, revierte como inversión en el propio negocio en estas primeras fases del mismo.
Lo que la realidad esconde
Comercio Justo es una empresa de intercambios. Cuando dos personas quieren intercambiar algo de forma discreta y sin contacto entre ambas partes, recurren a los servicios de Abira Sulama y sus hermanos de la sociedad secreta de los poro.
Si el intercambio requiere la presencia de ambas partes, los hermanos acuden a una cita con cada una de las partes ataviados con máscaras ceremoniales de su sociedad (son de madera y representan cabezas de animales). Hacen de intermediarios y se comunican gracias a teléfonos instalados en el interior de las máscaras. Los hermanos son la única vía de comunicación y si ambas partes se muestran de acuerdo, recogen la mercancía o el dinero o ambos y lo entregan a la otra parte a las pocas horas. Por este servicio, reciben una suculenta tarifa.
Sin embargo, el mayor negocio está en la propia red de Comercio Justo que tiene un contenido sumergido o profundo al que sólo se puede acceder con invitación y tras una investigación preliminar de los Sulama. En dicha red se pueden ofrecer servicios no legales a cambio de pagos (con dinero o mercancías). Un usuario puede ofrecer droga (cosecha propia) o solicitar que le quiten a alguien de encima. Comercio Justo se encarga de gestionar y tramitar los pagos y de comprobar que la mercancía se entrega o el encargo se realiza. La sociedad secreta de los poro tiene máscaras de demonios de su tierra y si te hacen una visita, no hay una segunda.