Rol Negro – El asesinato del escritor (aventura)

Autor: Roberta Alias

Aaron Encina no era muy asiduo a las entrevistas en televisión, pero en una ocasión le preguntaron por el éxito de novelas como «Crepúsculo», «Juegos del Hambre» y similares. Él contestó que aquellas novelas eran fáciles de escribir y fáciles de leer, recomendables sólo para mentes aún en formación o que no dieran más de sí. La entrevistadora le respondió que si pensaba igual de «Juego de Tronos» y dijo que no, que esa novela era un plagio de la historia, apto para sólo mentes desinformadas, escrito como un folletín de folleteo y elevado artificialmente a la categoría de literatura de tercera. En este punto, la pobre mujer que le preguntaba empezó a ponerse nerviosa, estaba claro que la saga de Martin le gustaba y le atacó, error.

– Supongo que usted nos recomendaría novelas como el Ulises de Joyce.

– En absoluto – fue la respuesta del autor de «Centeno de Hormigón», la que está considerada la mejor novela en lengua española del siglo XXI, un retrato costumbrista con tintes de denuncia social ambientado en la ciudad de Cunia.– Joyce es insoportable, artificialmente recargado y que sólo le gustaba a su madre.

– ¿Y qué me dice del Señor de los Anillos? – nuevo ataque.

– Una novela victoriana escrita 30 años después de la época victoriana.

– Tolkien era un hombre de su época –la entrevistadora parecía segura de este tema– y en su novela se refleja la crueldad de la guerra y los peligros del fascismo.

– Se equivoca, Hemingway, que es de la misma época, sí era un hombre de su época, Tolkien no.

La entrevistadora sonrió porque, por fin, había conseguido un nombre para apoyar la siguiente fase de su entrevista.

– Entonces el autor de «Por quién doblan las campanas» es de su agrado.

– En absoluto, me disculpo si he dado esa impresión, Hemingway era un borracho y su estilo sobrio y minimalista o su desprecio por la adjetivación en realidad eran fruto de un profundo desconocimiento de su idioma…

Aaron Encina no era un hombre que hiciera muchos amigos. El día de su funeral sólo había cuatro personas. El capellán que pronunció unas rápidas palabras, los dos operarios de la empresa municipal del cementerio ajenos al momento y la sobrina del autor, Cristina, que cubriéndose con un paraguas escondía unas lágrimas que no existían.

Esa misma mujer está ahora en el despacho de la agencia de detectives, sigue sin lágrimas, pero está convencida de que la muerte de su tío no fue un accidente. La policía lo ha catalogado como tal y no ha seguido investigando, pero ella está segura de lo contrario. Como única heredera de los derechos de autor de Encina, tiene dinero para encargar una investigación privada.

El Accidente

Ya sea porque se lo cuente la sobrina, lo busquen en los periódicos o lo recuerden, los personajes conocerán que Aaron Encina murió de un accidente de tráfico a los 55 años de edad. Al parecer se saltó un semáforo en rojo y un camión a punto estuvo de embestirle por un lateral. Al esquivarlo, perdió el control del coche, dio varias vueltas de campaña con la mala suerte de caer al río y ahogarse.

La investigación posterior disculpó al camionero, con quién la prensa inicialmente se cebó acusándole de haber matado al mejor escritor de la historia. El pobre hombre incluso salió en varios platós llorando por lo que había sucedido. Según las pruebas, no fue el camión el que se saltó el semáforo, sino el coche de Encina. El abogado del camionero intentó presentar una denuncia por daños psicológicos a Encina (a su heredera), pero el fiscal de Cunia le advirtió que no se pasara de listo.

Lo que sabe Cristina

Ha pasado quince días desde el accidente y las noticias y los periodistas se han olvidado del asunto. La única persona que no lo ha olvidado es Cristina Encina, heredera y sobrina del fallecido. Ella sabía que su tío rara vez salía de casa y si lo hacía, rara vez iba en coche, normalmente iba en taxi. Si aquella fatídica noche iba en su coche, por la noche y a toda velocidad es porque algo le obligó a hacerlo. Ella quiere que descubran qué, por qué y a dónde iba.

La policía se ha limitado a investigar el accidente de tráfico, pero las circunstancias que lo provocaron, los momentos previos y la información de Cristina no las han tenido en cuenta.

Cristina tiene acceso a la casa de Aaron Encina. No ha ido a ella desde el accidente, así que está como su tío la dejó. No, no sabe como está. No ha quedo entrar en ella aún.

Empieza el juego

Tus jugadores se sentirán un poco perdidos al principio porque parece que no tienen ninguna pista para tirar del asunto, pero no es así. Ayúdales un poco si hace falta, pero déjales un tiempo para que descubran cómo continuar. Esta es una historia de investigación y esta incertidumbre inicial hará más creíble la historia.

Lo que ha ocurrido es muy sencillo. Aaron Encina se había convertido en un problema para su antiguo editor: José Huarte. Sí, antiguo, aunque eso aún no era público. Cristina lo sabe, pero no lo ha comentado porque no le ha dado importancia. Lo confirmará en caso de que la pregunten.

El antiguo editor no sólo iba a perder el contrato de venta de las novelas previas (bastante jugoso), sino que la siguiente novela de Aaron posiblemente iba a arruinar su siguiente lanzamiento y la nueva línea editorial en la que estaban trabajando. El mercado editorial es complicado y a base de buena literatura es difícil sobrevivir. Es difícil mantener un título en el escaparate de la atención pública, así que intentan vender títulos de éxito rápido. Sin embargo, si bien el éxito es efímero, el fracaso es más duradero. Una mala prensa, un comentario machaconamente repetido en internet, y todo tu trabajo como editor se irá por la alcantarilla junto con las lágrimas y la lluvia. En su desesperación, José Huerta, planeó la muerte del escritor. Según el contrato, que terminaba en unos meses, si Aaron moría antes de finalizar el contrato, él tendría los derechos en exclusiva sobre cualquier manuscrito que hubiera presentado a la editorial. Su plan era apropiarse de él e impedir que se publicara.

¿Y por qué ese manuscrito era tan importante? Fácil, la historia iba sobre un editor que vendía sus principios a cambio de dinero y de codearse con las altas fortunas de la ciudad en la que vive. En realidad, la novela de Aaron era casi biográfica de Huerta. Si eso se publicaba, y más con el prestigio de Encina, su carrera como editor habría acabado y todos sus contactos en la ciudad, legales e ilegales, le darían la espalda. La novela lleva escrita casi un año, pero Huerta se había negado a publicarla. Esa es la razón por la que Aaron había buscado otro editor. Cuando José recibió la carta anunciando el fin del contrato entre ambos, supo que le quedaban pocas alternativas.

José Huerta tiene contactos con una banda juvenil del barrio de Entrecruces. Va a publicar una novela escrita por su cabecilla (una cosa infumable destinada al público juvenil) y, en ocasiones, los ha utilizado para repartir propaganda, presionar a las librerías y algún otro trabajillo «editorial». Les comentó el problema, incluso les dijo que ellos salían en el libro de Aaron y que nos le ponía nada bien (lo cual era mentira). El primer impulso de los chicos fue darle una paliza al engreído del escritor, pero Huerta consiguió que fueran más sutiles y organizó una complicada trama para que pareciera un accidente: una manipulación del coche para que se bloquearan las ruedas en caso de una frenada fuerte, varios semáforos que repentinamente se ponen en marcha a la vez y una llamada telefónica que le hizo salir de casa a toda velocidad.

El cruce del accidente

el lugar del accidente

Quizás lo primero que quieran ver tus personajes es el lugar del accidente. Se trata del puente del bulevar viejo en su zona norte. Tras cruzar el puente, el bulevar se encuentra con la calle norte en una especie de rotonda llamada Plaza de la Iluminación (que, según la leyenda popular, debe su nombre al la cantidad de semáforos instalados). Los personajes sabrán por los periódicos que el coche de Aaron entró en la rotonda a gran velocidad, se encontró con un camión, intentó esquivarlo, chocó contra el interior de la rotonda y el rebote lo empujó al río.

La rotonda tiene una cámara que permite ver el acceso desde el bulevar viejo. Si los personajes se dan cuenta de ello, podrán suponer que hay unas imágenes y si hablan con Trafico no tendrán problemas en conseguir las imágenes. De hecho, si buscan un poco por internet, también las encontrarán.

Las imágenes están tomadas desde la rotonda y el bulevar se ve a la derecha. Es de noche, pero hay bastante iluminación. Se ve que el semáforo se pone verde y el camión arranca. Segundos después aparece el coche de Aaron que entra en la rotonda, bloquea ruedas, choca contra un murete interior de la rotonda y sale rebotado hacia el río. En la imagen no se ve su caída al río.

Si los personajes se fijan bien (TA de Descubrir si es preciso), se darán cuenta que hay un coche parado en el semáforo del bulevar viejo y que en el momento que arranca el camión, también arranca. Sin embargo, se detiene poco después al ver al camión. La policía no se ha fijado en este detalle o no le ha dado importancia, pero es una pista de que el semáforo del bulevar también estaba verde.

Los personajes podrán confirmar esta hipótesis si consiguen las imágenes de ese día de alguna cámara que apunte al puente desde el sur. En el propio puente hay cámaras, pero también hay cajeros y otros sistemas de seguridad si quieres improvisar una escena de dialéctica para ellos.

El camionero

Quizás sospechen que el camionero no estaba ahí por casualidad, pero se equivocarán. Podrán hablar con él o repasar sus entrevistas en televisión, pero nada en su historia hace aguas. Estaba en la rotonda porque se dirigía al puerto y como era de noche aprovechó para atajas por la ciudad. Siempre lo hacía.

Cuando le acusaron de haberse saltado el semáforo en rojo (antes de que las imágenes se hicieran públicas), el camionero se defendió diciendo que no se lo había saltado, que llevaba varios minutos esperando que se pusiera verde. Esto es cierto y puede hacer sospechar, de nuevo, a los personajes que los semáforos fueron manipulados por alguien.

Por otro lado, el camionero se mostrará muy antipático en todo momento. Está hasta las narices del tema y quiere que le olviden de una vez.

El destino

La casa de Aaron Encina está en el barrio gótico y si cogió el bulevar viejo es que iba hacia las playas. ¿Dónde iba? Los personajes no pueden saberlo desde el lugar del accidente, pero no estaría mal que se lo preguntaran.

Aaron iba hacia el hospital donde creía que estaba su sobrina enfrentándose a la muerte.

La casa de Aaron Encina

Cristina no ha visitado la casa de su tío desde el accidente. Todo está como su tío lo dejó y eso, los personajes deben ser conscientes, es una ventaja porque sabrán qué estaba haciendo el escritor ante de su salida de casa. La casa, como hemos dicho, está en el barrio gótico. Es una casa mediterránea de dos alturas y un solario encima de la segunda planta. Es de piedra, de paredes gruesas y bastante antigua. Aaron tenía dinero para tener una vivienda mejor, pero, su sobrina podrá confirmarlo, a él le gustaba aquel ambiente y le ayuda, decía, a escribir.

La planta baja tiene un enorme salón con una impresionante biblioteca (unos 10.000 libros amontonados de diferentes maneras). No hay televisión, ni consola. El único equipo electrónico es un viejo equipo de música con un reproductor de CD. No hay muchos discos de música cerca, una veintena, la mayoría música clásica o de ambiente. Además del salón, hay una amplia cocina (se puede comer en ella), un cuarto de baño (recién remodelado) y un dormitorio (la cama es de matrimonio, pero en su interior sólo hay ropa de hombre).

La segunda planta tiene un pequeño aseo, un pequeño cuarto con una nevera, una máquina de café y un microondas y el despacho, otro espacio enorme de la casa presidido por una enorme mesa de roble atestada de papeles. En las paredes hay tableros de corcho con anotaciones de personajes, tramas, ideas y demás (un galimatías bastante curioso, pero sin trascendencia para el caso). En una librería, hay varios diccionarios y libros de lingüística. No hay ordenador (Cristina podrá comentarles que su tío siempre escribía a mano y encargaba que transcribieran sus obras a máquina en la editorial). Aaron decía que si uno necesitaba una máquina para escribir, la que escribía era la máquina, no uno.

En la casa de Aaron pueden descubrir varias cosas:

– Un contrato de edición con una editorial barcelonesa para publicar una novela titulada: «Palabras de Hierro». El contrato no está firmado y tiene una carta adjunta con un clip en la que el editor barcelonés le felicita por la obra y por la brillantez con la que desvela las malas artes de algunos compañeros de profesión.

El manuscrito de «Palabras de Hierro» no está en la casa, pero los personajes podrán hablar por teléfono con el editor de Barcelona y descubrir de qué iba la novela (lo que les apuntará al antiguo editor de Aaron). Encontrarán, eso sí, algunas páginas guardadas en los cajones de la mesa. Son copias desechadas y borradores; leyéndolas podrán hacerse una idea de qué iba la novela.

– En uno de los tablones de corcho hay una reproducción bastante fiel de lo que sería la organización mafiosa de Don Víctor. Parece que Aaron estaba trabajando en una nueva novela y que había puesto su atención en una de las organizaciones criminales de la ciudad. El trabajo no está terminado, no hay una trama, ni personajes y o bien acaba de empezar con ello o bien abandonó la idea hace tiempo, pero no limpió el tablón.

Esta es una pista falsa. En esta ocasión, Don Víctor no tenía ni idea de las intenciones de Aaron. Si se lo cuentan o los personajes hacen algo para que Don Víctor se entere, en su siguiente visita a la casa, todas las notas de esta supuesta futura novela habrán desaparecido.

– El teléfono no funciona. Sí, esa antigualla bajo un montón de papeles, no tiene línea. No, como habrán adivinado, Aaron no tiene móvil. Y Cristina les confirmará que su tío era un excéntrico, pero hasta él reconocía la necesidad de tener un teléfono en casa; debería funcionar.

El teléfono

Si hablan con la compañía de teléfono les explicará que la línea está al corriente de pago y que debería estar funcionando. Mandarán un técnico a investigar y 24 horas después informarán a los personajes que la línea había sido manipulada en la centralita del edificio. Alguien la había desconectado. Ya está arreglada.

Conseguir el listado de llamadas realizadas y recibidas no será fácil. Los personajes tendrán que recurrir a toda su dialéctica, a algún subterfugio o a pedir algunos favores en la policía o el juzgado. En cualquier caso, lo único que descubrirán es que la última llamada recibida en el teléfono corresponde a un teléfono móvil con el número oculto, imposible de localizar. La llamada se realizó a las 00:43 horas y los personajes podrán suponer que es la que hizo que Aaron saliera de casa a toda velocidad porque poco después tendría el accidente en la Plaza de la Iluminación.

Tras ella llamada, no hay ninguna otra llamada (ni realizada ni recibida). El teléfono enmudece. Esto es consecuencia del «corte» en la centralita del edificio. La pregunta que se harán tus personajes es ¿por qué él o los asesinos se molestaron en llamarle y después cortarle el teléfono? No tendrán respuesta a esto, salvo que unan la personalidad del escritor a lo que conocen del caso. Si le preguntan a Cristina: ¿qué hubiera hecho su tío en caso de recibir una llamada urgente que le hiciera salir de casa de madrugada? Ella no dudará en decir: llamar a un taxi. He aquí la razón del corte telefónico. Impidieron que Aaron llamara a un taxi para obligarle a coger el coche (algo que no le gustaba nada).

El editor

Los personajes quizás quieran hablar con el editor de Aaron. Es posible que aún no sepan que ya no es su editor o, aún sabiéndolo, es posible que sea una de las personas que mejor le conoce ya que lleva muchos años editando. José Huerta les recibirá con total amabilidad y responderá a todas sus preguntas con aparente sinceridad. Se disculpará por el estado de su despacho pero están preparando unos nuevos lanzamientos y tiene todo el tema de publicidad en su despacho. De hecho, los personajes verán dos portadas de libros enormes en la sala: la primera es una biografía del actual alcalde, se ve su foto, su nombre y el título del libro «Escalones». El editor, si muestran interés, les contará que es un libro que esperan que sea un éxito de ventas y tienen puestas muchas esperanzas en él. El segundo es más extraño, un autor desconocido y una portada con la imagen de unos pandilleros junto a un muro lleno de grafitis (con la silueta en negro de una rata en el centro). El título «Su Lucha» no parece muy afortunado. Huerta les contará que Ignacio V. es un nuevo autor que han descubierto y que esperan sea bien recibido por los lectores juveniles. De hecho, el libro es el primer título de una colección juvenil que está a punto de iniciar.

Huerta les explicará a los personajes que Aaron llevaba varios años sin escribir nada decente. Es cierto que las cosas de menor calidad de Aaron eran mejores que muchas de las que se publican, pero él era muy exigente y muy crítico consigo mismo y aunque había leído algunas cosas, Aaron mismo se había negado a publicarlas. Es una fase, les explicará, que le pasa a todos los escritores. Se sienten inseguros de su propia creatividad y se bloquean. Algunos la superan y otros se pierden para siempre. Él se temía que su amigo se estaba perdiendo.

Si le preguntan por los derechos de las obras no editadas, no tendrá problemas en reconocer que son suyos. Es una cláusula habitual en los contratos editoriales (miente), pero por respeto a su amigo no tomará ninguna decisión mientras no hale con Cristina, su heredera.

Si le preguntan porque no estuvo en el funeral, les comentará que le dolió mucho no estar, pero estaba de viaje en México asistiendo a una feria literaria que había allí. Esto es cierto, pero su visita a México fue parte de su trama para no estar en la ciudad en el momento del asesinato.

Si le preguntan por el contrato de edición que hay en la casa de Aaron, explicará que no sabe nada (miente) e intentará convencer a los personajes que, seguramente, era una forma de demostrarse a sí mismo que aún interesaba al mercado editorial. El hecho de que el contrato no esté firmado (si se lo cuentan) es un claro ejemplo de que Aaron no se tomaba en serio la propuesta. Él ha leído la novela objeto de ese contrato y, créanme, no estaba a la altura de su obra. Una sarta de especulaciones y tonterías casi adolescentes.

El coche

Quizás quieran tus personajes hacer una visita al depósito municipal donde el coche de Aaron Encinas espera pacientemente a ser convertido en chatarra a que alguien se interese por él. Para poder sacarlo del depósito necesitarán abonar los gastos (300 euros) y el permiso o la presencia de Cristina. Les permitirán echar un vistazo al coche para la investigación sin necesidad de sacarlo del depósito, pero les costará un pequeño soborno (50 euros). En cualquier caso, sin llevar el coche a un taller especializado (y sólo hay uno en Cunia de esta marca de coches), no se enterarán de lo siguiente:

– El coche de Aaron Encina era una coche de gama alta (con todos los extras). El coche, como hemos dicho, es bastante moderno, y tiene un sistema de tracción gestionado electrónicamente. Dicho sistema ha sido manipulado para que bloquee las ruedas en una frenada brusca (justo lo contrario de lo que debería hacer un sistema de control de tracción). ¿Cualquier entendido en mecánica de automoción con un portátil y los programas adecuados podría haber hecho el sabotaje? Y no, esto no puede ser fruto del accidente, la placa electrónica no se reprograma en un accidente.

El coche de Aaron es algo pretencioso para el estilo de vida del escritor, pero Cristina podrá contarles que fue un regalo de su editor cuando vendieron el ejemplar 1.000.000 de una de sus novelas. Lo conservaba como una especie de trofeo, pero apenas lo usaba y se había pasado la mayor parte del tiempo en el garaje. Se lo había ofrecido en muchas ocasiones a su sobrina, pero para Cunia ella prefería su pequeño Mercedes clase A que era más fácil de aparcar.

Atando cabos

Tus personajes deberían saber ya que la muerte de Aaron Encina, el famoso escritor, no fue un accidente. Se lo pueden contar a Cristina y dejar la resolución del caso a la policía, pero sabemos que no lo van a hacer, ¿verdad? Bien, pues tendrán que localizar quién lo hizo.

El hilo de los semáforos

Está claro que los semáforos fueron manipulados para provocar el accidente. ¿Quién tenía posibilidad de hacer algo así? La verdad es que el sistema de tráfico de Cunia ha sufrido ataques siempre, pero la ciudad ha podido repelerlos en casi todas las ocasiones. Además, los hackers no son tan detallistas, suelen cambiar o apagar todos los semáforos de la ciudad. Este trabajo requería mucha precisión y acceso a cámaras de tráfico para ir controlando el camino del coche de Aaron. Sólo alguien dentro de Tráfico podría haberlo hecho.

Tras superar las pertinentes barreras burocráticas en Tráfico Municipal, descubrirán que hubo un problema de seguridad la noche del accidente, pero que no se halló al culpable. Sospechan que fue un muchacho que trabajaba antes con ellos, un especialista informático, pero desapareció al día siguiente y como no tenían a nadie a quién echarle la culpa, simplemente olvidaron el problema. El muchacho se llama Ernesto Val y por supuesto, tienen la dirección que les dio cuando entró a trabajar (cuatro meses antes).

Cuando visiten la casa de Ernesto Val les recibirá su madre, una mujer entrada en carnes, sin pelos en la lengua y que sabrá, inmediatamente, que su hijo se ha metido en líos. Les enseñará la habitación (sin dejar de gritar por lo mal recogida que la tiene) y confesará que lleva varios días sin verle el pelo (sospecha que duerme allí por las noches, pero como ella trabaja en el turno nocturno de la empresa municipal de transportes, nunca coinciden en horario. Sí, sabe que dejó el trabajo de Tráfico, no le dio ninguna explicación el desagradecido a pesar de todo lo que ella se había movido para conseguírselo. ¿Qué dónde está? ¡Pregúntenles a esos amigotes suyos! ¡Los ratas negras o algo así!

El hilo del coche

Un coche caro, con una tecnología extraña y una marca de alto standing con un solo taller especializado en la ciudad. Si alguien manipuló el coche, ¿es raro pensar que tiene relación con el taller?

Todos los empleados conocen el accidente de Aaron Huerta. No es normal que un coche de su marca tenga un accidente y salga en las noticias. No ha sido una publicidad buena y están un poco molestos, pero ni el dueño ni los empleados conocían al escritor. Ni siquiera sabían que tenía uno de sus coches. Consultando archivos confirmarán que el coche lo compró el editor hace ya un año.

Si sonsacan al dueño, descubrirán que hace unos meses trabajaba en la tienda un joven. Lo despidieron por el tema de los recortes (la crisis, ya sabe). Era un buen trabajador, pero lo eligieron a él para despedirlo por ser el empleado con menos antigüedad y porque tenía unos amigos que venían a buscarle con unas pintas poco recomendables (una banda callejera), sin duda. Si le piden una descripción, les dirá que todos llevaban chupas vaqueras (él dirá chaquetas) con la silueta de una rata.

Algo de conocimiento de Bajos Fondos, una llamada a algún contacto o recordar lo que vieron en las portadas del despacho del editor puede ponerles sobre la pista de las ratas negras.

El hilo telefónico

Este, posiblemente, sea el hilo más complicado de seguir. Aaron recibió una llamada desde un teléfono oculto (en el servidor del receptor no quedó registrada la llamada), pero sí se puede descubrir quién la hizo. Sin embargo, para conseguir ese dato los personajes deberán convencer a un juez (y tardarán varios días hasta que la compañía les de la información) o entrar en los servicios de telefonía para obtener la información por métodos poco convencionales (un hacker informático, un soborno, un chantaje).

Lo que descubrirán es que la persona que llamó al teléfono de Aaron no estaba en el país. En concreto, llamaron desde México. Si no lo recuerdan, el editor estaba en México en ese momento y en su teléfono está la prueba incriminatoria de que él hizo esa llamada. Si la consiguen, podrán implicarle en el asesinato.

Los ratas negras

Los ratas negras son una banda juvenil del barrio centro. Dos de sus miembros son responsables de la manipulación de los semáforos y del coche y su líder: Ignacio V., es el autor novel que José Huerta va a publicar en pocos días (¿un pago por sus servicios? Posiblemente).

Nos se mostrarán amables con los personajes ni les darán facilidades. Negarán todo lo que les digan y cualquier acusación. Para poder sacarles algo deberán recurrir al soborno, a la extorsión (que tengan pruebas de algún otro delito) o la simple fuerza bruta. En cualquier caso, esto llevará un tiempo. Haz que los personajes suden la gota gorda con los ratas negras. Quizás provocar una guerra con una banda rival sea lo que necesitan.

Si Ignacio se ve acorralado, lo cantará todo. Huerta es un cliente y no le debe ningún tipo de lealtad. Conocen al editor gracias a unos contactos comunes: (los Latinos).

Una de las distribuidoras más importantes de libros y cómics en la ciudad está «participada» por los Latinos. Si quieres editar en Cunia y no quieres problemas, tienes que pasar por su distribuidora (Ludobook, SF). Huerta no sólo trabajaba con la distribuidora sino que le había hecho algunos favores a la familia (comprar los derechos de distribución de algún libro mediocre en el que los Latinos estaban interesados, editar el libro de la sobrina de alguien y cosas así). A cambio, los Latinos le han quitado de en medio a gente de la competencia o a librerías que no querían promocionar sus títulos (el negocio editorial es muy duro).

Ignacio culpará de todo a Huerta, dirá que todo ha sido idea suya y que ellos no querían que se matara, sólo asustarlo. Si presionan un poco más a Ignacio (o atrapan a uno los dos implicados y les amenazan con acusarles ante un juez), podrán obtener una grabación del momento en que Huerta, en un parque del barrio, les hace el pago de sus servicios (un sobre amarillo con dinero). La grabación está tomada desde lejos, pero es clara, y como es natural, Huerta no sabe que existe. Uno no llega a ser líder de una banda callejera fiándose de los encorbatados. La grabación era un seguro de vida por si el tipo este les salía rana.

El final, el editor de nuevo

En el enfrentamiento final con el editor, este lo negará todo. Si le enseñan la grabación (o le mienten diciendo que han clonado su teléfono y tienen la llamada que hizo desde México), José Huerta intentará huir. Saldrá por una puerta lateral de su despacho e intentará alcanzar las escaleras. Una persecución a pie en medio del tráfico, corriendo por el bulevar Mediterráneo, incluso robando un vehículo, puede ser un buen final para la partida. Nuestro editor no tendrá ningún reparo en sacar un arma (con algún subterfugio en plan, voy a enseñarles una cosa que les convencerá de mi inocencia) y apuntar a los PJ o tomar rehenes civiles para huir de ellos.

Las pruebas contra Huerta son bastante endebles (aunque él no lo sabe). Su huida es más inculpatoria y si la persecución acaba en una desgraciada muerte de Huerta, el fiscal se alegrará de no tener que presentar el caso ante el juez. En cualquier caso, la carrera de Huerta está acabada, incluso si los tribunales le declararan inocente.

Cristina

Si le cuentan todo a Cristina sin intentar detener al editor, les dará las gracias y llamará a la policía. Estos sí detendrán a Huerta y no le dejarán mucho margen para persecuciones, huidas y demás.

Aunque sean ellos quienes le detengan y entreguen a la policía, Cristina agradecerá a los personajes el servicio prestado y pagará generosamente sus servicios. Días después, se enterarán que ha firmado un contrato millonario con la editorial barcelonesa para reeditar las novelas de su tío más una novela inédita sobre el mundo editorial. «Palabras de Hierro» parece que se convertirá en la obra póstuma mejor vendida de la historia…

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