Número: 221. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
A principios de 1943, los Aliados se plantearon reducir la capacidad industrial de Alemania como uno de sus objetivos estratégicos. Podían, como estaban haciendo, realizar bombardeos masivos contra las fábricas, pero el proceso era lento porque los alemanes habían diversificado toda la producción en pequeños centros y acabar con todos era una tarea titánica.
El Ruhr era una zona de la Alemania occidental que albergaba muchas de esas empresas, incluyendo la conocida Krupp que fabricaba algunos de los cañones más importantes del ejército alemán. Todas estas fábricas dependían, y esa era su debilidad, de la electricidad, la cual se generaba en diversas presas, seis, en varios ríos, cercanos al Rin. Estas presas eran: Möhne, Sörpe (estas dos eran las más grandes), Eder (proveedora de la fábrica Krupp), Diemel, Henne y Listers. Todas estas presas se convirtieron en objetivo a destruir por los Aliados.
La primera idea fue bombardearla igual que las fábricas. Es decir un raid aéreo con cientos de aviones y dejar la zona plana. Sin embargo, la idea fue descartada porque las presas estaban bien defendidas con antiaéreos y el bombardeo a gran altura no es preciso. Era bastante probable que dejaran la zona llena de cráteres y la presa intacta. El precio en tripulaciones y aviones no compensaba el objetivo.
La segunda idea fue atacar las presas con torpedos. Para ello, los aviones debían atacarlas a baja cota y lanzar torpedos a corta distancia. El plan se abortó porque, como se comprobó, los alemanes habían pensado en lo mismo y habían colocado redes antitorpedos (las mismas que se colocaban en los puertos) protegiendo las presas.
Aquello enfrió un poco la operación porque no había forma de atacar el objetivo. El Comando Estratégico planteó el dilema entre las empresas de armamento colaboradoras con el ejército y, al poco, un ingeniero, Bames Walls, de Vickers-Amstrongs (sí, los fabricantes de la famosa ametralladora) presentó una solución: una bomba que rebotaba en la superficie del agua hasta llegar a su objetivo donde se hundiría al detenerse y explotaría. El ingenio fue llamado, bomba de rebote.
El comité Dambuster: vicealmirante del aire Ralph Cochrane, Comandante de ala Guy Gibson (que dirigiría la misión), el rey Jorge VI y el capitán John Whitworth. Imagen de dominio público del Imperial War Museum.
No tuvo un camino expedito porque al ministro del aire, Francis J. Linell, y al mariscal del aire, Sir Arthur Harris, no acababa de gustarles la idea, le veían ciertas dificultades (como que tuviera que lanzarse desde muy baja altitud para favorecer el rebote). Sin embargo, antes de la negativa de estas autoridades se habían realizado algunas pruebas con la bomba en una presa de Gales (sin explosivos, claro, solo el concepto con modelos de prueba) y las pruebas se habían grabado. Estas grabaciones llegaron a Frederick Winterbotham que era oficial británico de inteligencia y fue el que convenció al mariscal Harris de su puesta en práctica. La bomba fue llamada bomba Dambuster y se formó un comité homónimo para el desarrollo de la idea de Francis J. Linell.
Detalle de la colocación de la bomba en el Lancaster y el mecanismo de giro. Imagen de dominio público, Imperial War Museum
Cochrane era el vicecomandante que dirigía el comité Dambuster y una de sus primeras decisiones fue elegir el Lancaster como avión a modificar para el lanzamiento de la bomba. También se formó el Escuadrón X (grupo 5 de bombardeo especial) dirigido por el comandante Guy Gibson y al que se le asignaron 23 bombarderos Lancaster recién salidos de fábrica. El compartimento de bombas de los aviones de fábrica fue modificado para lanzar la bomba de rebote y se le añadió un motor que la hacía girar a 500 rpm antes del lanzamiento. De esta forma se conseguía que la bomba rebotara más y llegara más lejos sobre el agua.
El diseño original de la bomba fue cambiando según avanzaban las pruebas. Al principio era esférica, pero tenía facilidad para desviarse por lo que optaron por la forma cilíndrica. Además, la hicieron de madera (era un material más accesible), pero comprobaron que las bombas de madera rebotaban menos. La madera no es un material tan duro como parece y el impacto contra el agua a gran velocidad le hacía perder velocidad por deformación. Por ello acabaron haciendo la bomba de metal. La bomba acabó teniendo 152 centímetros de longitud por 127 cm de diámetro y llevaba unas 3 toneladas de explosivo. Se calculó para que rebotara 7 veces recorriendo una distancia de 400 metros y se ajustó para que explotara a 9 metros de profundidad.
Teniendo ya el mecanismo para atacar, se fijó la fecha del ataque para el 15 de mayo, día en el que se esperaba buen tiempo y luna suficiente para ver los objetivos. Toda la operación se organizó como una escalera con tres grupos de ataque: el primero (tres oleadas de tres aviones cada una) atacaría Möhne (objetivo X en el plan) y si conseguía su objetivo, las oleadas siguientes atacarían Eder (objetivo Y), el segundo con 5 aviones atacaría Sörpe (objetivo Z). Y el tercer grupo con dos grupos de dos aviones actuaría como reserva por si fallaba algún objetivo del grupo 1 y, en caso contrario, atacar las represa de Ennepe, Henne y Lister. Para facilitar la comunicación, se establecieron unas palabras en código que se trasmitirían a los aviones según se fueran cumpliendo las fases. De esta forma, los pilotos podían cambiar los objetivos de ser necesario.
Antes del ataque (los aviones empezarían a las 22:00 horas) diversos aviones de la RAF realizaron ataques por la zona para atraer a los cazas nocturnos alemanes y así abrir un hueco en las defensas.
La presa de Mönhe tras su destrucción. Imagen de dominio público del Archivo Federal Alemán.
Los aviones que llegaron a Mönhe comenzaron a atacar a medianoche y tras una primera pasada de reconocimiento donde la artillería les descubrió comenzaron a atacar la presa de uno en uno. Dos aviones fallaron su objetivo y tres bombas alcanzaron la presa, aunque las dos primeras solo la debilitaron y no fue hasta el quinto lanzamiento que la presa se derrumbó. Uno de los Lancaster atacantes fue derribado por los antiaéreos. Solo un tripulante lograría salir del avión en llamas con su paracaídas.
La presa de Eder tras su destrucción. Imagen de dominio público del Archivo Federal Alemán.
Los cuatro aviones que aún no habían lanzado su bomba se dirigieron a Eder (objetivo Y). Allí no había antiaéreos, pero la orografía era más complicada y tras lanzar la bomba debían ganar altura para esquivar las montañas tras esta. Llegaron a la zona sobre la 1:00 de la mañana y tuvieron varios intentos fallidos (bombas que explotaron sin causar daño o ataques abortados por aproximaciones erróneas). La explosión de una de las bombas, la espuma de agua que levantaba, alcanzó al aparato que había lanzado la Dambuster y los daños recibidos no le permitieron seguir volando. 45 minutos después caería al suelo falleciendo toda la tripulación. La presa parecía que se iba a desmoronar, pero aun así, hicieron un último intento con la última bomba. Este fue bien y la presa cayó.
La presa de Sörpe resultó ser un objetivo más esquivo. Uno de los cuatro Lancaster se averió y abandonó la formación y los otros tres se perdieron y no localizaron la presa. Sin embargo, el cuarto avión consiguió reparar la avería en vuelo y fue al puente, al que encontró envuelto en la niebla. Necesitó 10 intentos antes de lanzar la bomba y cuando lo hizo, esta no la destruyó. Comunicado el mando del fallo en la misión de Sörpe mandó a la escuadra de reserva, la tercera, a por Shörpe. Solo dos de los tres aparatos enviados llegaron a la presa, pero la niebla dificultó la operación y la presa aguantó. Uno de estos aparatos fue derribado por las defensas antiaéreas cuando ya regresaba y 3 de sus tripulantes cayeron prisioneros.
El cuarto aparato de reserva fue a la presa de Ennepe, pero su bombardeo no fue efectivo. De hecho, en los partes alemanes se señala la presa de Bever Dam como objetivo del ataque. Es posible que el navegante del Lancaster se equivocara de objetivo.
La voladura de dos de las presas objetivos provocó la inundación de unos 64 kilómetros cuadrados, la destrucción de 114 fábricas de armamento, al igual que varios pueblos y varias ciudades, veinticinco puentes fueron destruidos y se arruinó el sistema de navegación fluvial (canales) de la zona. Además, murieron 1650 personas (algunos franceses, belgas, neerlandeses y ucranianos prisioneros de guerra), así como muchos animales de granja, lo que derivó en problemas alimentarios poco después.
Volvieron 11 aviones, pero 53 tripulantes de la RAF murieron durante la operación y de los 3 prisioneros, 2 morirían en cautiverio. 34 aviadores recibieron la Medalla al Valor en Combate.
Tras el ataque, la organización Todt desvió recursos de la Muralla del Atlántico para reparar los daños. En 45 días restituyeron la energía eléctrica y tardaron 9 meses en reconstruir las instalaciones. Si bien la producción alemana en la zona no se detuvo, sí se resintió y los recursos distraídos de la Muralla del Atlántico quizás tuvieron su importancia al año siguiente. Durante toda la reconstrucción, el mando Aliado no consideró necesario bombardear la zona de nuevo, ni siquiera a gran altitud, lo que hubiera perturbado, sin duda, los esfuerzos alemanes.
El escuadrón aéreo, el 617 también conocido como Dambuster, se convertiría en un escuadrón de élite de la RAF al que se le asignarían misiones especiales: como el ataque al Tirpitz. El último tripulante de la misión contra las presas moriría en 2022. Se llamaba Johnny Johnson y fue uno de los atacantes de la presa Sörpe.
El bombardeo de las presas tuvo cierta repercusión moral en la población británica. Los británicos había sufrido una campaña de bombardeos y las fotografías de las presas alemanas les mostraban que se estaban devolviendo las afrentas. Sin embargo, el efecto en Alemania fue menor, no solo por el control de las noticias ejercido por el partido nazi sino porque la población alemana consideró legítimo el ataque. Sin embargo, para e al mariscal del aire, Sir Arthur Harris, la operación fue un desperdicio de recursos y un fracaso (quizás esa fue la razón de que no se repitiera nada parecido).
A corto plazo, el bombardeo de las presas tuvo una consecuencia importante, la RAF estuvo más abierta a ideas novedosas en el campo del armamento, lo que llevaría al desarrollo de armas como la "bomba terremoto" (que terminaría en la Tallboy y la Gran Slam) o en las bombas que permitieron atacar con el Tirpitz o la base de submarinos de Brest.
A largo plazo, el bombardeo de las presas dejó una huella en aquellos que fueron testigos y en 1977 se realizó una enmienda a la Convención de Ginebra (el llamado protocolo I) que condenaba ataques a instalaciones civiles cuya destrucción conllevara daños para los trabajadores o la población civil cercana a las instalaciones. Esto incluiría las presas (y también las centrales nucleares, por cierto).