Número: 240. 4ª época. Año XXII ISSN: 1989-6289
La expansión de enfermedades infecciosas fue una preocupación fundamental de los ejércitos durante la II Guerra Mundial. A modo de ejemplo, las fuerzas aliadas en el Pacífico Sur fueron muy afectadas por estas enfermedades. Para 1943, 6 de cada 10 soldados americanos en Nueva Guinea habían sufrido de malaria. Esta enfermedad llegó a causar cinco veces más bajas americanas que las fuerzas japonesas. El mismo gobierno de los EEUU hizo un llamamiento a la creación de un insecticida con una eficacia mayor que los que existían entonces para parar las epidemias.
Por suerte para los científicos de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico del ejército de los EEUU, el trabajo ya estaba muy adelantado… en otra parte. Un grupo de científicos suizos llevaba desde 1939 experimentando con químicos para combatir las polillas que destruían los almacenes de lana. Durante estas pruebas, el químico Paul Müller tropezó con un producto que había sido descubierto a finales del siglo diecinueve por un estudiante alemán: el dicloro difenil tricloroetano (DDT). Los suizos enviaron seis libras de DDT al ejército de los Estados Unidos, que lo adoptaría oficialmente como solución a las plagas en el frente.
Por entonces, las tropas aliadas habían expulsado a los nazis de Nápoles. Para finales de 1943 la urbe estaba destrozada, incluyendo las instalaciones de agua y saneamiento. Esto, unido a la necesidad de los napolitanos de hacinarse en refugios, creó el caldo de cultivo perfecto para la expansión del tifus a través de piojos y pulgas. Eisenhower, comandante en ese momento de las tropas aliadas en el Norte de África e Italia, pidió diecisiete toneladas de DDT, que le llegaron solo dos semanas después. Durante ese invierno, se aplicó DDT a las ropas de más de un millón de ciudadanos de Nápoles, deteniendo fulminantemente la epidemia. Pronto, compañías químicas como DuPont y Hércules obtuvieron enormes beneficios de contratos con el ejército para la producción del insecticida.
https://www.youtube.com/watch?v=cI-1wXTEY1Y.
Obviamente, la rápida dispersión de DDT por las zonas de conflicto era prioritaria y la vía aérea era sin duda la mejor. El ingeniero Chet Husman y el piloto Olin Longcoy realizaron una serie de modificaciones en aviones militares para esta distribución de DDT, incluyendo un pulverizador para expulsión de DDT que se podía instalar en la mayoría de aviones militares. Los bombarderos "Flying Flit Gun" fueron retratados por la fotógrafa de la revista LIFE Margaret Bourke-White, inventora precisamente del nombre (FLIT fue una popular marca de insecticida anterior al DDT que se convirtió en sinónimo de la herramienta de pulverización). Las probabilidades de que un personaje se infecte de alguna de las enfermedades transmitidas por mosquitos, garrapatas, pulgas o piojos se reducen en un 50% en zonas cubiertas por estos vuelos.
Sin embargo, mucho más eficaz que estos vuelos sería la aplicación directa del DDT en la ropa y piel de los personajes. Para ello, millones de soldados y marineros recibieron pequeñas latas de polvo de DDT para protegerse de pulgas, piojos y mosquitos. Cada uno de los personajes podría llevar uno de estos botes encima, pero además, unidades pequeñas podrían llevar encima uno o dos pulverizadores con una mayor cantidad de DDT que además facilita la aplicación más eficaz debajo de la ropa, sin necesidad de desvestirse. También existían pulverizadores con una mayor capacidad, de varios litros, que se dispersaban a través de una manguera corta. El uso regular de este producto, junto con las demás medidas recomendadas (ver el artículo sobre el tifus en esta misma revista), hace que, en caso de tener que comprobar si un personaje se infecta, solo un resultado de fracaso alto daría lugar a la transmisión.
Centro para el control y prevención de enfermedades (circa 1944). [Fotografía]. A U.S. soldier is demonstrating DDT-hand spraying equipment while applying the insecticide. Dominio Público.
Los beneficios del DDT como herramienta para el control de plagas son innegables. La de Nápoles fue la primera vez en la historia que una epidemia de tifus se detenía en pleno invierno y la OMS estima que el uso del DDT salvó 25 millones de vidas humanas. Además, aunque los estudios en ratones mostraron posibles daños a la salud, en especial para el hígado, los estudios en humanos no han probado un efecto carcinógeno, al menos en las concentraciones en las que se ha encontrado. Después de la guerra y hasta los años sesenta, el DDT se convirtió en uno de los productos químicos más utilizados en el los EEUU, no solo en el ejército o la agricultura, sino a nivel doméstico.
Sin embargo, al no ser soluble en grasas y, por tanto acumularse en ellas en el cuerpo humano (hasta el punto de que en los ciudadanos estadounidenses llegó a triplicar la proporción máxima recomendada por la OMS), no se la considera una sustancia inocua. Por sus efectos medioambientales tampoco: permanece a través de la cadena trófica, hay pruebas de envenenamiento de aves, peces y mamíferos pequeños y tiene capacidad de viajar grandes distancias a través del aire. Todo esto llevó a su prohibición como uso general y a que la OMS solo recomendase su uso en humanos en espacios cerrados en situaciones de epidemia en las que el bien fuese mayor que el daño.