Número: 142. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Los alemanes están rodeados con la espalda al mar y la ciudad de Túnez como único punto de abastecimiento. Capturar la ciudad de Túnez es capturar el norte de África y terminar la batalla que comenzó en la Operación Torch. Las fuerzas Aliadas se han puesto bajo un único mando, han aprendido las lecciones duramente enseñadas por los contraataques alemanes y se disponen al último asalto. Pero todo no es tan sencillo, en el camino hacia Túnez hay una colina, la 609, que aunque no es un obstáculo infranqueable es un excelente puesto de observación para la artillería. Cualquier avance que quiera hacerse por el norte o por el sur de esta posición se encuentra con la respuesta artillera y demoledora alemana. No hay otra opción, hay que capturar la colina 609, hay que echar de su cima a esos observadores y es la primera división de infantería quién tiene sus posiciones frente a ella.
La Sangrienta Siete está en sus posiciones de asalto desde primera hora de la mañana. Ha visto como la artillería ha disparado por encima de sus cabezas y como algunos aviones han hecho pasada ametrallando los puestos defensivos en la cima. A su izquierda, algunos elementos de la 1ª división blindada han venido a ayudarles. Es el momento del ataque y cuando el oficial da la orden, la Sangrienta se pone en marcha. Algunos novatos caen en las primeras andanadas, pero ellos siguen, buscando parapetos improvisados en las estribaciones del terreno, pegando su cuerpo al terreno y respondiendo con granadas y lanzallamas al tableteo de las ametralladoras.
El sargento Rogers lanza una bengala de humo púrpura y todos agachan la cabeza. Segundos después, un avión lanza dos cohetes contra las posiciones enemigas y la Sangrienta Siete se levanta y vuelve a avanzar. Peters utiliza una lanza explosiva para volar una alambrada de espino y la unidad sigue avanzando, cada vez más arriba y a media mañana, como por sorpresa, las cuestas terminan, están en la cima, aunque aún tienen que eliminar algunas fortificaciones un poco cabezotas para rendirse. La cima es suya justo a tiempo porque el día empieza a nublarse, amenaza lluvia y los aviones no hubieran podido apoyarles.
Rogers intenta organizar a los suyos para que preparen defensas, para que modifiquen las trincheras en previsión de un contraataque, pero es inútil, las zanjas que han sobrevivido a los bombardeos están en la ladera opuesta y no servirán de nada ante un posible ataque alemán. Cavar una nueva red de fortificaciones es una locura, así que cada hombre cava un agujero, un pequeño agujero confiado en que este es el principio del fin de la campaña de Túnez, los alemanes se han ido para no volver.
Se equivocan.
Por la tarde, cuando queda claro que las nubes han venido para quedarse, las tropas alemanas contraatacan. La artillería precede el ataque por unos metros y los pobres agujeros son insuficientes. El empuje inicial les desaloja de la cima y les obliga a retirarse cuesta abajo. Más novatos mueren en el descenso y la Sangrienta Siete recorre el mismo camino que la mañana pero defendiéndose, huyendo de los disparos que les llegan desde el sitio que ocuparan al mediodía. ¿Por qué nadie pensó en destruir los fortines?
-Bueno muchachos -les anima el oficial una vez alcanza sus posiciones iniciales- Ha sido un buen primer asalto, a ver si mañana nos resisten el segundo.
-Señor -se aventura a responderle Snelling siguiendo el símil pugilístico, un deporte muy popular en su Queens natal- quizás sería mejor para nosotros si mañana subieran otros al ring.