Número: 128. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Las nieves han caído en la localidad y su manto blanco ha cubierto completamente los caminos, tanto desde el norte como desde el sur. Las reses, las pocas que dejaron los franceses, permanecen en los establos y pocos se aventuran a salir a las calles esperando días mejores. No es este el caso del grupo Rojo y Oro porque en estos malos días, aprovechando el mal tiempo, muchas alimañas (de dos patas) se acercan a la ciudad.
Los primeros días atrapa a uno cada pocos días y siguen el procedimiento habitual. Le dan una paliza, le dejan dormir en la cárcel y luego lo llevan lejos del pueblo para que tome otro camino. Pero el goteo empieza a incrementarse y pasan a tener un incidente cada día y de ahí a tener a varias personas durmiendo en calabozos cada noche. El oficial de Rojo y Oro se siente desbordado, pero sus compañeros intentan quitarle la idea de la cabeza sugiriendo que será una casualidad, como cuando alguien se tropieza varias veces con la misma piedra del camino.
Cuando algunos de los apalizados vuelven, Padilla y su grupo empiezan a preocuparse. ¿Qué está pasando en los alrededores del pueblo para que todos los vagabundos de la comarca acaben en sus municipios? Padilla le pide a Mario Mariscal que les prepare algunas viandas para un par de días, Chaparro se queja de tener que cabalgar con ese frío de los demonios que se te mete en el cuerpo y que sólo puede quitártelo una mujer. Entre gruñidos y maldiciones, se alejan del pueblo para investigar. Una jornada de viaje después descubren una de las primeras pistas: el cuerpo de un hombre ahorcado en un árbol. No lleva nada que lo identifique, pero las pocas ropas que le quedan en el cuerpo no dejan dudas sobre su condición de vagabundo. Seguirían descubriendo cadáveres, pero tendrían que cabalgar casi hasta agotar sus escasas raciones para descubrir quién estaba detrás de aquello: ¡Otros miembros de la Santa Hermandad! ¡Tendrían que detenerles!