Número: 103. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
En el año 408 d.C., el General Geroncio llegó a Hispania en calidad de magister militum con la misión de aplastar la rebelión de los partidarios de Honorio, otro de los aspirantes al trono de este tumultuoso periodo del declive de Roma. Tras derrotarles, Geroncio permaneció en Hispania al mando de las tropas locales, instalándose en Cunia, ciudad que le acogió calurosamente puesto que sus tropas constituían un notable refuerzo para las defensas de la ciudad.
A finales de la primavera del 409, al tiempo que las primeras tribus bárbaras cruzaban los Pirineos, Geroncio se rebeló contra el emperador Constantino, elevando al trono a un tal Máximo de Hispania, probablemente hijo ilegítimo suyo o de alguno de sus seguidores más fieles. Durante el siguiente año se enfrentó en varias escaramuzas a augusto Constante al tiempo que Roma era saqueada por los visigodos.
En el año 411 Geroncio pasó a la ofensiva, derrotando, capturando y ejecutando al joven augusto Constante. El siguiente paso fue enfrentarse directamente a Constantino, por lo que puso sitio a su capital (Arlés). Sin embargo, antes que la ciudad capitulara sucedió un hecho que daría un vuelco radical a la suerte de Geroncio: desde Italia Flavio Honorio envió al general Constancio (el futuro Constancio III) al mando de un poderoso ejército. Ante la palmaria superioridad de sus enemigos, el ejército de Geroncio desertó en masa y éste se vio obligado a huir de regreso a Hispania, acompañado solo por un pequeño séquito. El general se refugió en Cunia, cuya guarnición supuestamente seguía siéndole leal. Pero poco después, ante los rumores de que se acercaba a la ciudad un gran ejército enemigo, el comandante de la guarnición local depuso a Gerontio y proclamó su "eterna lealtad" a Constantino. En su obra, el historiador Sozomeno narra que los soldados cunienses cercaron a su comandante y sus más fieles en la casa que éstos habían ocupado. Pese a encontrarse en franca desventaja, el mermado séquito de Geroncio tuvo éxito repeliendo la agresión de los traidores, quienes bombardearon con flechas el tejado y consiguieron incendiar la casa. Aunque Geroncio tuvo la posibilidad de escapar y ponerse a salvo, se negó a dejar atrás a su esposa. Después de matarla se suicidó junto a un sirviente alano que era su más fiel seguidor.
Mientras, en el año 409 los bárbaros que tres años antes habían cruzado el Rin e invadido el imperio consiguieron atravesar los Pirineos. Durante esta primera fase de las invasiones germánicas de la Península Cunia consiguió salir más o menos indemne, ya que las tribus bárbaras evitaban la zona de Levante, mucho mejor defendida que el interior peninsular. Vándalos, alanos y suevos pasaron de largo frente a los altos muros de la ciudad en su viaje hacia el suroeste. Las dos primeras tribus apenas permanecieron en la Península unos pocos años antes de ser expulsados al norte de África por los visigodos mientras que los suevos se afincaron en la lejana Gallaecia (Galicia), en donde crearon su propio reino.
Para entonces, los visigodos, invasores que apenas unos años antes habían cruzado toda Europa y saqueado Roma, se habían vuelto ahora sedentarios y convertido en pueblo federado del Imperio (por lo que los hispanoromanos debían cederles tierras), estableciendo su capital en la Galia (Tolosa), por lo que su área de interés y grueso de tropas se encontraban al otro lado de los Pirineos. Sin embargo, las intervenciones en la península de su rey, Teodorico I, fueron numerosas y no todas a instancias de Roma...
Una vez aniquilados o expulsados los alanos y los vándalos silingos, el gobierno imperial optó por prestar su apoyo a los suevos contra los vándalos asdingos. Para ello en el año 420 Roma envió un ejército imperial al mando del comes hispaniarum Asturio, quien obligó a los vándalos asdingos a levantar el asedio al que tenían sometido a los suevos en los montes Nerbasios (situados probablemente en el actual Bierzo).
Dos años después Roma envió un nuevo ejército al mando del Magister militum Castino para enfrentarse a los vándalos. Este ejército era mucho más poderoso que su predecesor y contaba con numerosas tropas auxiliares visigodas. Sin embargo, las tropas visigodas abandonaron las filas del ejército antes de la batalla, dejando al ejército imperial deshecho. La derrota de los imperiales ante los vándalos asdingos fue clara, lo que favoreció su expansión por el sur peninsular hasta que en el año 429 Genserico decidió huir al norte de África. Para el año 430 solo permanecían en Hispania los suevos quienes ampliaron sucesivamente sus rapiñas hacia el sur, a lo largo de la vía de la Plata. Por lo general Roma concedía mucha mayor importancia al dominio de la Tarraconense, por lo que suevos y bagaudas gozaron de amplia libertad de acción en la parte occidental de la Península.
Cunia se vio también afectada por las revueltas bagaudas, una serie de rebeliones que estallaron en la Galia y desde allí se extendieron a la Tarraconense. Su origen son las luchas de los indígenas campesinos, libres o serviles, contra los grandes propietarios, entre los que estaba el rico y decadente episcopado cuniense (con la conversión al cristianismo de la población romana Cunia se había convertido en la sede de un importante obispado). Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos e indigentes y se piensa que estaban provocadas por la crisis social y económica del Bajo Imperio. En cualquier caso los campesinos de la región circundante se enfrentaron con éxito a los contingentes romanos de Cunia en el año 445, llegando a dar muerte al obispo de la ciudad, a quien capturaron cuando intentaba salir discretamente con todas sus riquezas.
La amenaza de suevos y bagaudas convertían a Hispania en un territorio extremadamente convulso e inestable. Roma intentó sofocar el problema enviando un ejército que logró derrotar a los bagaudas en Araciel (Navarra). Sin embargo, poco después el caudillo bagauda Basilio se alió con el rey suevo Rekhila y atacó Tarazona. Juntos devastaron Zaragoza y tomaron Lérida, llegando incluso a realizar correrías esporádicas en las cercanías de Cunia.
En el año 443, Asturio y su yerno Merobaudes fueron enviados a enfrentarse a los bagaudas, a los que derrotaron en Araciel (Navarra). Esto, lejos de frenarlos, provocó que el líder bagauda Basilio se aliase con los suevos y atacase Tarazona, tras lo que devastó Zaragoza y tomó Lérida, convirtiendo los saqueos en una guerra abierta contra el imperio.
Finalmente el problema se hizo tan grave que Roma se vio obligada a recurrir de nuevo a sus aliados visigodos para resolver el problema de Hispania, poniendo así la primera piedra del futuro dominio visigodo de España...