Número: 143. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Cuentan que, hace mucho tiempo, en el norte vivió un inmenso bronto llamado Boros, mucho más colosal si cabe que sus congéneres. Su fuerza era tan descomunal que todos los demás gigantes de los alrededores lo temían. Él, por su parte, cometía continuas tropelías contra sus parientes, así como contra cualquiera que se cruzase en su camino. Boros tenía atemorizados a todos cuantos se negaban a entregarle cualquier capricho que este tuviera a bien arrebatarles por la fuerza. A quienes trataban de resistirse por la fuerza los perseguía, acosaba y maltrataba. Incluso llegó a matar solo por el placer que sentía al mantener a todos sometidos y aterrorizados. Finalmente, la situación llegó a ser tan mala que un día recibió la visita de una comitiva encabezada por una joven y hermosa mujer bronto llamada Asna, la cual le exigió que cesase en su vil comportamiento. Sin embargo, desafiando sus demandas, Boros mató a sus acompañantes y a ella la encerró en su cueva, donde fue sometida a toda clase de vejaciones.
Sin embargo, uno de los brontos que había acompañado a Asna y a los que Boros había dado por muerto consiguió sobrevivir. En cuanto pudo ponerse en pie y recuperó fuerzas escapó, se escondió y, tras varios días, logró llegar hasta la cueva de un clan cercano, donde dio noticia de todo lo acontecido. Este abominable comportamiento contra una hembra provocó que, por fin, la comunidad de brontos de las colinas se levantase en armas contra el perverso Boros.
Una veintena de gigantes armados se dirigió a su cueva y lo atacó por sorpresa cuando cazaba. Boros logró escapar saltando sobre un profundo abismo y corrió hasta refugiarse en la oscuridad de su cueva. Acorralado, se defendió en un estrecho pasillo pétreo en donde sus enemigos se vieron obligados a luchar contra él de uno en uno. Allí se produjo un combate terrible, durante el cual dio muerte a casi la mitad de sus oponentes. Finalmente resultó herido de muerte pero, antes de perecer a consecuencia de sus muchas heridas, juró que regresaría de la muerte para vengarse de sus enemigos. Por su parte, Asna fue rescatada con vida, aunque en muy mal estado.
En cuanto al cuerpo de Boros, ninguno de los guerreros que le habían dado muerte quiso levantar una pira funeraria para el malvado, así que su espíritu nunca pudo encontrar el camino hacia la Gran Montaña (ver pág. 59 del Manual Básico). En vez de eso, su cuerpo fue llevado lejos y sepultado en el corazón del Bosque del Invierno Eterno, a gran distancia de las colinas.
Poco tiempo después, sobre su tumba comenzaron a brotar las primeras hojas de una planta no conocida hasta entonces. Continuó creciendo hasta convertirse en un árbol oscuro, recio y con puro veneno en sus venas, que muy pronto empezó a extenderse como una plaga por todo el bosque. Todo aquél que entraba en contacto con su savia negra, la cual rezumaba de su corteza y ocasionalmente goteaba de sus ramas, padecía los males de su ponzoña. Cumpliendo su promesa, Boros había conseguido mantener su maldad sobre la faz de la tierra incluso después de su muerte para así seguir atemorizando a su pueblo. Ese árbol fue bautizado con el nombre de árbol de Boros.
Al poco tiempo, la hermosa Asna falleció, puesto que nunca consiguió recuperarse del todo de las penurias pasadas a manos de Boros. Su familia, desolada, decidió cumplir su último y extraño deseo y enterrar su cuerpo junto a la tumba del perverso, para que así su bondad contuviera la supurante malicia del groka. Pronto surgió de la tierra removida otro pequeño árbol de corteza lisa y clara, del cual brotó un fruto dotado de cualidades curativas. Era el árbol de Asna, que también se extendería por el bosque en la misma proporción que el de Boros. Sea como sea, hoy en día casualidad o no, cerca de un árbol de Boros casi siempre hay un árbol de Asna…