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Insultar en 1808
El insulto es una herramienta poderosa a la que le hemos dado incluso su espacio en las mecánicas de 1808, pudiendo apoyarte en ellos en los duelos verbales. En este sentido, los personajes de principios del XIX son herederos de los mejores insultadores de todos los tiempos en castellano, los escritores del Siglo de Oro.
De cara a dar color al lenguaje de vuestras partidas, ahí va una lista no exhaustiva, digamos que para iniciaros, de propuestas de insulto que podéis aprovechar al narrar las voces de vuestros personajes. Incluso podríais pedir a la Dirección de Juego algún bonificador por usarlos con tino.
Por desgracia, sabemos que nos vamos a dejar muchas y muy sabrosas expresiones en el tintero pero sin duda saldrás por la puerta de este artículo con los sesos llenos de ideas para impresionar en la próxima sesión de juego.
Insultando
Empecemos por algo básico, las comparaciones con animales. Es frecuente que os insulten comparándolos con criaturas que entonces resultaban antipáticas, como asnos, puercos o «bestias» en general para atribuiros una naturaleza obtusa, de poca inteligencia. Perro lo usaremos para señalar una naturaleza indigna y reptiles si es algo más traicionera. En esta misma línea, se te podía calificar con enfermedades muy mal vistas (apestado, tiñoso) o etnias discriminadas como judío (para avaro y traidor), afrancesado o mameluco (como sinónimo de bobo).
Una naturaleza poco brillante, sencilla o ruda se os puede atribuir poniéndoos el nombre de profesiones que no poseéis pero se califique a quienes las ocupan de ser personas toscas, como mozo de camino, ganapán (recadero), faquín (mozo de cuerda) o gañán (mozo de labranza). Pueden rematarlo con un «mangurrián» para resumir un origen genérico rural, silvestre o tosco.
En la misma ruta de llamaros bobos van insultos como tonto, necio, pánfilo o babilón; infacundo si específicamente no le salen las palabras; majadero si además se empeña una y otra vez en sus tonterías, creyéndose sabio. También pueden sugerir que os falta no solo inteligencia sino algo de cordura con nombres como el anterior majadero pero también loco, mentecato o sonado. Si le añadimos ser locuaz en decir cosas que no debe, calificaremos de deslenguado; si de habitual dice groserías, bufón, chocarrero o socarrón; maledicente si más que torpeza sospechamos mala intención; e indino (de indigno) o malmirado al habitualmente travieso y descarado.
Si se te entiende, por el contrario, una persona presumida, te podrían llamar petulante o petimetre, y si tienes la manía de ir muy estirado, mirando a los demás por encima del hombro, una de mis favoritas: tragavirotes. En cambio, a quien anda por ahí mal vestido o aseado, tenemos desaliñado o andrajoso. Para el fanfarrón que presume de valiente tenemos baladrón.
También podrías ser una persona poco digna de confianza o traidorzuela, a la que llamar villana, malnacida, bergante, o ruin. Incluso un maestro de malas artes, casi criminal, al que calificar de belitre, granuja, bellaco, pillo, rufián, descuidero o malandrín. A los más inofensivos de estos se los califica por estar tirados en la calle sin hacer nada, llamándolos vagos, baldragas, gandules, zascandiles, vagamundos, magantos o haraganes, y tus compañeros de aventuras te lo llamarán si te empeñas en ser siempre el último en hacer las cosas. Si lo único que ocurre es que eres el novato del equipo, te llamarán tirón. Si lo que pasa es que tienes miedo hasta de tu sombra… cagalindes. Y a medio camino entre ser vagos y ser ruines tenemos a los follones.
Ni qué decir que los insultos apelando a los oficios sexuales o las apetencias sexuales estaban tan a la orden del día como hoy, resaltando sobre todos el puto, puta e hideputa. Tenemos bujarrón para el sodomita, verriondo para compararte con un cerdo en celo, rijoso si para satisfacerte carnalmente eres además propenso a la riña, y por supuesto, ramera. A la mala mujer, además de esto, una persona culta la podría llamar harpía y otros calificativos mitológicos.
Variantes
A cualquiera de estos insultos se le puede poner un sufijo para convertirlo en diminutivo. En ese caso, el significado del insulto cambia bastante para convertirse en algo jocoso y hasta amistoso, sin malicia. Así, llamar a un amigo «ay, bellaquillo» por irse sin pagar de un sitio no pretende ser un insulto, sino una descripción jocosa de su carácter. Socarroncillo no pretende llamarte maleducado o inoportuno, sino seguramente gracioso, sin más.
Finalmente, para nota van los insultos que consisten en inventar expresiones aceradas, combinando o no una de estas palabras malsonantes para construir una expresión nueva. La literatura española nos ha dado ejemplos tan maravillosos como monstruo de naturaleza (feo), garganta muerta de sed por el dinero (avaro), fantasma de noche (personaje estrambótico), pan mal cocido (contrahecho), depositario de mentiras, arrufianada mujer, figura de paramento mal pintado (vaya facha que me llevas), harto de ajos (paleto), silo de bellaquerías (mala persona)…
A estos podemos, qué demonios, debemos, añadir nuestras propias expresiones, como estas que os dejo de mi cosecha: enemigo del honor (traidor), grande pérdida de entendederas (te debiste dar fuerte en la cabeza de pequeño), rebaño humano de estupideces (tienes las peores ideas que ha tenido nunca nadie), asno remendado (eres un bestia al que alguien ha sabido vestir bien), capricho de mala partera (no tenías ni que haber nacido), perro de baladrones (pelota del jefe, lamebotas del matón del pueblo), besagandules (se aprovechan de tu compasión los vagos)… Os animo encarecidamente a inventar otros felices hallazgos verbales para vuestra mesa de juego.