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sábado, 23 de noviembre de 2024


 

La ciudad cerrada de Miast

Cuando el imperio de Osterreid estaba en su máximo apogeo se topó con el pueblo de los Remen, al que más adelante se conoció como El Reino Perdido, pero los habitantes invitaron a sus ciudadanos, a aquellos que quisieron emigrar, a ocupar la isla al levante del Reino de Cargrum. Los gobernantes hacía tiempo que la habían abandonado por la isla central donde habían erigido su nueva capital y la tierra estaba desaprovechada (salvo por una comunidad de enanos). A los Remen aquellas tierras les parecieron el paraíso y aceptaron la oferta, pero, aunque sin sorpresa para muchos, los habitantes de la isla, los ciudadanos de la ciudad de Miast, no lo vieron con buenos ojos. Argumentaban que la familia Osterreid no podía regalar unas tierras que no le pertenecían. Hubo algunos enfrentamientos y algunas escaramuzas, pero el cuerpo administrativo del imperio intervino y recordó a los orgullosos misteños que las tierras no eran suyas y, según el decreto, se les había invitado a vivir en aquellas montañas, pero no se les había regalado el lugar. Estaban, por así decirlo, en alquiler.

Aquello no gustó nada a los de Miast que consideraban que se había rebajado su condición de ciudadanos a la de meros acogidos. Les habían convertido en parias sin hogar. En un plazo de tiempo breve (algunas fuentes hablan de días), los habitantes de Miast empacaron sus cosas y se marcharon de la ciudad. Se desconoce su destino y nunca han vuelto a ser mencionados en la historia. No se sabe dónde fueron, pero sí que cerraron la puerta de entrada con toneladas de roca y tallaron una inscripción que aún puede leerse en el dintel: «Solo aquel que conozca volverá a morar en Miast». Hasta la fecha, el significado de dicho mensaje permanece tan críptico como el primer día.

Cuentan las leyendas que la ciudad de Miast estaba formada por un espacio principal al nivel de las puertas y otros tres que se asomaban a este mediante terrazas talladas en piedra. Caían hermosas cascadas canalizadas de unas a otras y el musgo y los líquenes daban al ambiente un aire de frescor permanente. Los más imaginativos dicen que las terrazas se sustentaban en capiteles de oro y que la luz del día se reflejaba en enormes cuarzos de color de la cerveza. Sin embargo, se cree que los enanos de Miast se llevaron consigo todo lo de valor y arrojaron al vacío aquello que no podían transportar.

Con los años, ha habido muchos forasteros que aseguran haber encontrado una entrada secreta a la ciudad y haber descubierto sus secretos. Ninguno lo ha podido demostrar o vivido lo suficiente para volver a visitar la ciudad. La riqueza oculta de Miast es cebo suficiente para todos los amigos de lo ajeno.

Además de los tesoros, circula la creencia entre los actuales habitantes de la isla que no todos los enanos se marcharon y que algunos se quedaron tras el derrumbe para vigilar las estancias. Con el tiempo, han degenerado en criaturas que rehúyen el sol y que han caído en el canibalismo para su subsistencia. Se los denomina los espectros de Miast y cualquier cosa misteriosa que ocurra en la isla se les atribuye a ellos. Son muchos los que no se acercan a la ciudad con la luz del anochecer.

 

 

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«No le digas a la gente cómo debe hacer las cosas. Dile qué hay que hacer y deja que te sorprendan con los resultados.»

General Patton