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GENERAL LASALLE
Sólo se necesita una firma para hacer un alcalde, no bastan veinte años para hacer un Lasalle.
Con estas palabras se refería Napoleón a Antoine Charles Louis Lasalle, uno de los personajes más pintorescos y romantizados de las Guerras Napoleónicas. Epítome del húsar, desarrolló una carrera militar fulgurante, muriendo para algunos demasiado pronto, pero para él demasiado tarde.
Antoine Lasalle nació en el seno de una aristocrática familia un 10 de mayo de 1775. Ya desde muy joven la interesó la carrera militar, consiguiendo gracias a su sangre noble el cargo de subteniente de reemplazo en el arma de infantería. El advenimiento de la Revolución Francesa no mermó su ardor castrense, ya que abrazó sin dudar los objetivos de la revolución. Así consiguió un nombramiento, esta vez en el ejercito regular, de subteniente de caballería. Contaba entonces con tan solo 16 años. No obstante, la revolución que tanto apoyaba propinó un fuerte varapalo a su carrera militar, ya que un decreto de 1792 vetaba a la nobleza el acceso a puestos de mando. Degradado, no se amilanó y se enroló como soldado raso en un regimiento de cazadores. Una mezcla de arrojo, ingenio, temeridad y buena fortuna le propiciaron un ascenso meteórico, esta vez sin cortapisas burocráticas. Se especializó en misiones de reconocimiento y forrajeo, actuando a menudo tras las líneas enemigas. La guerra contra la Primera Coalición le valió el nombramiento de teniente, que inicialmente rechazó pero finalmente le fue concedido. Luchando contra Austria en la campaña italiana, consigue su nombramiento de capitán primero y a comandante de húsares después. Es en estos momentos cuando llama la atención de un joven Bonaparte, a la sazón comandante de los ejércitos destinados a Italia. El futuro emperador consigue que le acompañe a su campaña de Egipto. A pesar de que esta campaña no fue especialmente exitosa para el ejercito francés, Lasalle consiguió nuevamente lucirse, volviendo a Francia en el 1800 con el grado de comandante del 10º regimiento de húsares, ascendiendo al poco tiempo al rango de coronel. Es finalmente en la batalla de Vinadella donde su incansable furor castrense le hacen merecedor del ansiado rango de General de Brigada.
El carácter astuto, resuelto, valiente, irreverente y un tanto canalla fueron del agrado de Napoleón, que en varias ocasiones disculpó sus salidas de tono e insubordinaciones, llegando al punto de darle dinero a Lasalle para que pudiera pagar su boda. Entre sus más reconocidas acciones miliares se encuentra por ejemplo la toma del fuerte de Stettin, en el que consiguió engañar a los sitiados de que rindieran la plaza porque contaba con una nutrida artillería. Cuál sería la sorpresa de los defensores cuando, al abrir las puertas y entregar el fuerte a Lasalle, descubrieron que los cañones que habían visto desplegar eran en realidad troncos de madera pintados. Otro suceso que da cuenta de su temple especial ocurrió durante la campaña en Egipto, cuando en plena carga contra los mamelucos pierde su sable y, ni corto ni perezoso, detiene su caballo y desmonta para recuperarlo, a pesar de exponerse a ser arrollado.
También cosechó sus éxitos en la Guerra de la Independencia, distinguiéndose especialmente en la batalla de Medina de Rioseco, donde, a pesar de su inferioridad numérica, consiguió que sus dragones destrozaran las tropas de los generales García de la Cuesta y Joaquín Blake.
Pero sin duda su acción más esperpéntica fue cuando junto con diecinueve de sus hombres, se coló en la ciudad de Vincenza, controlada por los austríacos, con el tan poco castrense propósito de cortejar a una dama. No obstante, Lasalle aprovechó la ocasión para recabar información sobre las fuerzas del enemigo, aunque fue descubierto y tuvo que huir a todo galope. Durante la huida se separó de su grupo y acabó emboscado por los austriacos. Dándose por muerto, consiguió abrirse camino entre sus adversarios y arrojarse al río. Reapareció horas más tarde en el campamento francés, empapado hasta los huesos, sobre un caballo robado, justo a tiempo para dar parte de su misión.
Por otro lado, su carácter juerguista e irreverente propiciaron un sinfín de salidas de tono, como, por ejemplo, cuando fundó durante un periodo destinado en París la Sociedad de los Sedientos, un grupo de oficiales cuyo único objetivo fundacional era beber, jugar e irse de fiesta. O cuando aseguró de forma altanera que "cualquier húsar que siguiera vivo a los 30 años era un cantamañanas" o cuando se gastó el dinero que Napoleón le dio para pagar su boda en liquidar deudas de juego. Estas acciones esperpénticas tomaron a veces tintes suicidas, como la ocasión en la que, durante la campaña de Polonia, la brigada que tenía a su mando, conocida popularmente como "La Brigada Infernal" por su temeridad, se retiró tras una carga de coraceros rusos y dragones polacos. Cuando un furioso Lasalle consiguió reunir de nuevo a la brigada, los dirigió al alcance de la artillería rusa y les obligó a permanecer formados y sin moverse lo más mínimo. Obviamente la artillería les tomó como objetivo, matando ante los impertérritos ojos del general a sus húsares.
Tan pintoresco personaje encontró su fin durante la campaña austríaca de 1809. El 6 de julio de ese año, durante la batalla de Wagram, Lasalle se separa momentáneamente de su batallón y acude en apoyo del Primer Regimiento de Coraceros, haciendo huir al destacamento de infantería que acosaba a los coraceros. Lamentablemente su ímpetu le condenó, se lanzó en persecución de la unidad que huía y fue herido primero en el pecho y finalmente en la cabeza. Murió como siempre había deseado, en batalla y de forma instantánea. Tan solo se erró en la edad, contaba con 34 años, cuatro más de los que él mismo había sentenciado en su famosa frase.