Llego hasta aquí
Uno más
Xalîn, Lluvio 1547
Expulsados de la biblioteca, a pesar de haber salvado a los escribas, decidieron que no descubrirían más cosas de su destino que, por otra parte, eran muy pocas. La isla estaba recorrida longitudinalmente por montañas y decidieron sortearlas por el camino del sur. Era un poco más largo, pero también más civilizado y sería más fácil proveerse de pertrechos cerca de su destino. Sortearon varios arroyos que nacían en las montañas y que, junto al rico sustrato, favorecían el crecimiento de vides en ese lado de la isla. Aquello era un tesoro para los isleños que consideraban cualquier comentario hacia sus vinos como una afrenta nacional. Se decía que, antaño, hubo guerras por dicho motivo. Ahora, el único recuerdo de esos caldos era el olor a tierra mojada por las recientes lluvias.
-Permítanme que me presente -apareció un desconocido anunciando que pronto dejaría de serlo; llevaba ropa de viaje polvorienta, un pequeño zurrón y una pequeña mandolina a su espalda-, mi nombre es Siguro el hacedor de historias y he escuchado a las buenas gentes de los caminos que os dirigís a la cadena. -No dio tiempo a una respuesta-. Permitidme acompañares nobles señores y damas. Seré más pequeño que la sombra de una mosca y ni siquiera escucharéis el sonido de mi voz si no lo deseáis.
Gorusa se puso a su altura apoyada en la maza que siempre portaba. El mango de la misma casi llegaba al mentón de recién llegado, pero aquello no pareció intimidarle y tampoco le hizo la mirada penetrante bajo las pobladas cejas.
-Me gusta -afirmó al fin sin llegar a sonreír. El aludido no supo si se refería a él como persona o como aperitivo.
-¿Y cómo sabremos que no te convertirás en una carga que tengamos que salvar de cualquier apuro? -pregunto Roba, aunque la decisión ya estaba tomada.
-Además de mi afilada lengua, puedo defenderme por mi mismo -y señalo un florete que colgaba del lado izquierdo de su cinto.
-¡Eso es un arma! -exclamó la semiogra sin disimular ya su sonrisa-. Pensé que era un mondadientes…
-¿Un florete? Esa es un arma de Cargrum. ¿Vienes desde tan lejos? -preguntó Valtar con cierta suspicacia.
-No he venido andando -replicó Siguro.
Tras las risas. Roba sentenció:
-Podrás acompañarnos hasta las cadenas, pero que entres o no con nosotros dependerá de tu destreza y de tus historias hasta que lleguemos allí. ¿Conoces algún lugar donde pasar la noche y escuchar la primera de ellas?
Y siguiendo al desconocido por el camino continuaron hacia poniente. Quizás a una trampa en opinión del desconfiado Valtar.