Llego hasta aquí
Las tierras vetennas
Este diario de viaje pertenece al escolar Atticus de Corus, enviado de la Orden Geográfica de Ôs. En el mismo registraré mis avances hasta estas cuasi míticas tierras de salvajes, y desvelaré el secreto del legendario acero negro con el comercian sus mercaderes.
Como antecedente, ningún no vetteno ha intentado antes cruzar el Paso de Vettos y ha regresado para contarlo. Dicho paso se encuentra en la región montañosa al sureste de los Pueblos Frey. Por lo poco que sabemos de su cultura, son gentes primitivas e incivilizadas, evidentemente inferiores a nosotros. Por ende, si podemos cartografiar sus tierras no sería difícil hallar en ellas recursos valiosos, quizás teniendo que desplazar a los bárbaros por la fuerza, pero ¿qué podrían hacer unos pocos salvajes desarrapados contra nuestros poderosos soldados?
Con este fin La Orden Geográfica de Ôs me ha provisto de recursos económicos importantes, joyas de serrín y otros abalorios para comerciar con los nativos, un par de carros para transportar el material y un grupo de mercenarios de confianza que serán mis guardianes. No me hace mucha gracia que entre ellos viaje una joven orca de aspecto tan salvaje como aquellos a los que vamos a conocer, pero tengo las manos atadas en este asunto.
El viaje desde Os hasta las Tierras Frey ha sido tranquilo, si bien cruzarlas ha supuesto algún sobresalto que otro, las gentes no son tan acogedoras como en mi tierra, pero que se le va a hacer. Por fortuna, los mercenarios que me acompañan han sido muy eficientes en su labor.
Tras casi un mes de viaje, conseguimos llegar a la villa de Liria, lugar habitual para los comerciantes vettenos. Sin embargo, tal como había previsto, no son muy frecuentes y cuando vienen, hacen sus intercambios rápido y parten deprisa. Tuvimos que aguardar en una posada inmunda durante otro par de semanas hasta que se corrió la voz de que un par de vettenos acababan de llegar al pueblo. Sin más dilación salimos a su encuentro. Se trataba de un hombre y una mujer de una complexión robusta, pero agradable a la vista, con unas armas de respetable tamaño de acero negro, especialmente el montante del varón. Les acompañaba una montura extraña: parecía una especie de dragón en miniatura, que tiraba de un carro fabricado con huesos de una criatura enorme. Ambos hablaban un idioma extraño, un tanto gutural y áspero. Por fortuna, pude comunicarme en una jerga comercial de los Pueblos Frey que ambos dominaban. Averigüé que el hombre se llamaba Draco y la mujer Lago. Ambos apenas llevaban ropa, aparte de su calzado, un taparrabos y capas para protegerse del tiempo. Tras inspeccionar su mercancía me sorprendió que la orfebrería que transportaban estaba ricamente grabada y podría alcanzar sumas muy elevadas en determinados puertos. Tras una larga conversación conseguí convencerles para que nos mostrasen el camino del Paso de Vettos, especialmente con algo de aceite de oliva y algunas telas caras, que aceptaron como pago.
La primera jornada de viaje fue amena, el camino era firme y amplio, lo que permitió a nuestros carros avanzar sin preocupaciones. Por delante nuestro, los bárbaros abrían el camino; Draco caminaba tirando de la su reptiliana mascota, que, a veces, se debatía y lanzaba mordiscos al aire. Lago, por su parte, iba en la parte superior del carro y cada vez que el reptil se revolvía, le atizaba en la cornamenta con una gruesa vara de madera. La bestia desde luego era fuerte, ya que ella sola tiraba de una carreta cargada de mercancía que haría falta dos robustos caballos para moverla. Quizás debería adquirir varias crías para llevarlas a Ôs.
El segundo y tercer día de viaje fueron parecidos. Por lo que Draco pudo contarme en su rudimentario idioma mercantil (me parece que Lago lo dominaba mejor, pero mantenía una cuidadosa distancia con nosotros), el viaje duraría un par de semanas.
El quinto día, a la hora de la cena me quedé impresionado por la imagen de unos majestuosos seres voladores, a los que Draco se refirió como etilirones (art. 19753). Por lo que pude entender, estos seres tienen un significado cuasi religioso, siendo asociados a héroes del pasado.
Conforme avanzamos a través de la senda, ésta empezó a estrecharse y llegué a temer que no pudiesen avanzar los carros. Por otra parte, la presencia de etilirones empezó a hacerse más habitual. Aquello pareció preocupar a nuestros guías; según nos dijeron, estos seres son cazadores y, en grandes grupos, pueden llegar a atacar a seres del tamaño de un hombre.
En el octavo día pasó un percance importante: ¡Una de aquellas bestias voladoras atacó al perro del capitán de los mercenarios que me acompañaban! Cuando intentó levantar al pesado animal con sus fauces, la orca del grupo se abalanzó sobre el etilirón y empezó a sajarle con su hacha, mientras gritaba como una posesa, hasta darle muerte. Viendo de máximo interés la oportunidad, pedí a nuestros guías que demorasen un poco la partida para poder diseccionar a tan impresionante ejemplar. Las notas de mis hallazgos quedaran guardadas como un anexo a mi presente diario y no dudo que el ilustre biólogo Rochen de Ôs lo encontrará de lo más interesante.
El décimo día de travesía tuvimos que permanecer ocultos en una caverna, pues una gigantesca bandada de estos seres estuvo sobrevolando la zona y Draco y Lago no quisieron arriesgarse a un ataque. Durante el tiempo que permanecimos allí, tuve oportunidad de hablar con Lago sobre sus gentes. La conversación resulto de lo más amena y pude sacar una idea más o menos clara de la disposición de las Tierra Vettenas con un rudimentario mapa que luego plasmé en un pergamino.
Según la mujer, los vettenos se dividen en cinco grandes tribus: los Arbiscaras (a los que pertenecen ella y Draco), los Bastogaunines, los Bodilkas, los Buntalos y los Urkeátinas.
Me contó que los Arbiscaras son los más avanzados y ricos de la región y son quienes comercian con las gentes allende las montañas para conseguir artículos que les han traído mucha de esa riqueza. Los Bastogaunines son los guardianes de lo que llaman el Bosque Sagrado y su Nech (un círculo de dólmenes que usan en sus rituales), un lugar de gran importancia religiosa para las tribus. Los Bodilkas son unos nómadas esteparios que comercian con otras gentes muy al sur. Los Buntalos son bastante aislacionistas; según la mujer, adoran a los mismos espíritus, pero no se relacionan con las demás tribus, salvo por los rituales anuales que se llevan a cabo en el Nech del Bosque Sagrado. Por último, la tribu de los Urkeátinas es, quizás, la más atrasada. Aún vive en el Bosque de los Muertos y siguen las antiguas tradiciones. Son tan aislacionistas como los Buntalos, y muy violentos con las gentes de fuera. La única excepción a esta regla son las dos ciudades que hay en su territorio, que fueron fundadas por una rama que se escindió y decidió «civilizarse». Estos son los únicos puntos de contacto con el exterior. Esta tribu tiene su propio Nech en el que realizan sangrientos sacrificios de hombres y animales para aplacar a sus furiosos espíritus. Como persona de la cosmopolita Ôs, nada se me hace más horrible que semejante conducta.
Los últimos días de trayecto se hicieron especialmente penosos. El camino había empeorado y los mercenarios, conmigo mismo, tuvimos que empujar los carros de mercancías o hacer de contrapesos cuando el camino se estrechaba demasiado. Los vettenos no tuvieron ese problema al ser el suyo bastante más estrecho y su bestia de carga tenía cuatro manos terminadas en imponentes zarpas con la que agarrarse a las superficies. De hecho, casi puedo afirmar que les hacía mucha gracia nuestros esfuerzos.
Al empezar el quinceavo día, terminamos la bajada y el camino volvió a ensancharse. Las montañas dieron paso a elevadas colinas que conforme avanzamos fueron perdiendo altura.
Al decimoséptimo día, el camino se consolidó y pudimos apreciar unas extrañas esculturas en el mismo que los vettenos llaman verracos. Según me informó Lago, las usan para delimitar los territorios de tribus, clanes y familias. También sirven para marcar zonas de pastos y cultivos o peligros. Al finalizar el día, llegamos a la ciudad de Cáciro, en las tierras de los Arbiscaras.
Estoy cansado de este largo viaje, por lo que reposaré un tiempo y luego retomaré este diario.
Ilustre Atticus de Corus, escolar de la Orden Geográfica de Ôs