Llego hasta aquí
Demonio en el abismo (2ª parte)
Xalîn, Lluvio 1547
El demonio les derrotó. Eran solo dos y no tenían ni la fortaleza de Gorusa ni la sabiduría de Roba. Si hubieran tenido al menos la de la segunda, no habrían bajado allí solos. Huyeron y el demonio que ansiaba su sangre les persiguió. Piedras derrumbadas, vigas de madera partidas, cascotes, restos por todas partes y el sonido jadeante de un ser que no está acostumbrado a que la comida corra.
La escalera de madera putrefacta se hizo añicos y Tempesta tuvo que librar el último tramo de un salto. Aquello retuvo a la criatura un instante y les dio un respiro. La oían moverse, en círculos, como una especie de ocho o de símbolo del infinito más deprisa cada vez y, de repente, saltó y su boca negra llena de infectos dientes asomó por el agujero. Poco faltó para no agarrara a uno de los dos.
Y volvieron a huir, claro. El ruido era menor ahora. Las paredes parecían resistir mejor las acometidas de la criatura o esta estaba perdiendo fuerza, pero no querían hacerse ilusiones. Corrieron y corrieron, rezando para no errar el camino y perderse en aquel laberinto perseguidos por esa cosa. Pero no, llegaron a la última escalera y subieron los escalones de tres en tres, de cuatro en cuatro. Cruzaron el umbral que daba a la biblioteca y la cerraron a su paso. ¿Sería suficiente para contener a la criatura?
Un golpe y el polvo acumulado de los libros se levantó.
Otro golpe y las lámparas que alumbraban a los escribas oscilaron en sus pies de metal.
Un tercer golpe acompañado de un crujido que procedía de las bisagras de aquella puerta.
—¡No va a resistir! —gritó Valtar.
—¡No podemos retirarnos! ¡Mataría a los escribas!
Y corroborando sus palabras uno de ellos salió corriendo dejando caer plumas, tintas y algún pergamino que portaba.
El cuarto golpe hizo temblar la estructura del edificio y los años acumulados formaron una ligera neblina a su alrededor.
—Quizás debiéramos dejarle entrar antes de que derribe toda la biblioteca —dijo Roba a la espalda de ambos. Le acompañaba Gorusa con la maza oscilante en una de sus manos.
—¡No es culpa nuestra! —arrancaron a decir los exploradores, pero su explicación se perdió en el estruendo de la puerta cediendo por fin al empuje. La criatura, el demonio con forma de serpiente negra de varios pasos de largo, pensó que, por fin, había encontrado su aperitivo…