Llego hasta aquí
3x09 - El río
Uno de los problemas de vivir en el camino es que este se empeña en pegarse a cualquier cosa que lleves puesta. A los pocos días, calzas, botas, sayas se habían cubierto de polvo que parecías más un caminante fantasma que un miembro de las orgullosas mangas verdes. No es de extrañar, por tanto, que descubrir un río tranquilo en el que refrescarse sea siempre una buena noticia, sobre todo si el día acompaña y no es problema quedarse en calzones. Un baño y una buena vareada a la ropa es suficiente para reemprender el camino.
Sin embargo, los ríos son caminos y no siempre están despejados. En esa ocasión, descubrieron un montón de troncos deslizándose lentamente corriente abajo. No eran muchos e iban por la otra orilla, lo que hacía seguro el baño. Chaparro entró primero y Madales le siguió maldiciendo lo fría que estaba el agua.
—Pero qué tenemos aquí. Dos forasteros en paños menores.
Quién así hablaba era un hombre de anchos hombros que mascaba una brizna de hierba entre los dientes, quizá fuera una pequeña rama. En su mano derecha llevaba una larga vara de varios metros. Le acompañaban otros dos hombres, más enjutos, pero de mirada taimada y con la mano en uno de sus bolsillos presta a sacarla. Sonreían como si acabaran de encontrar un pastel de carne abandonado en el alfeizar de una ventana.
—Desplumémoslos —dijo uno de ellos.
—Sí, sí —replicó el otro—, así aprenderán que el agua no es buena.
Madales, a diferencia de sus subordinados, primero se ocupaba de su ropa, luego de sus necesidades entre los arbustos y, finalmente, volvía y se daba un baño breve. En esta ocasión se encontró a los tres maleantes cuando acababan de proferir su amenaza. Le oyeron llegar, no intentó disimularlo, y cuando vieron la capa verde que portaba en las manos doblada de forma marcial comprendieron su error. La cara cetrina se volvió cenicienta.
—¿Necesita ayuda, sargento? —preguntó Chaparro por educación.
Pero el aludido sacudió la mano con despreocupación invitándole a que siguiera con su baño.