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Escultura viviente
En tiempos remotos, los chamanes kotai esculpían estas estatuas en forma de animal a partir de ciertas piedras, rocas o cantos de río especiales, elegidos por albergar aletargado en su interior un arbian, un espíritu de la naturaleza.
El chamán que la moldea con sus propias manos debe poner toda su voluntad y su corazón en su tarea, ya que de otro modo la atadura mística no tendrá éxito y la escultura estallará en mil añicos cuando el espíritu sea despertado y se revuelva furioso (probablemente hiriendo o matando al chamán).
Como primer paso, el chamán aspira el humo resultante de quemar ciertas hojas y raíces secretas para sumergirse en un trance místico, durante el cual emplea arcilla roja mezclada con su propia sangre para crear una estatua de barro. A modo de corazón, en el interior coloca la piedra que contiene el arbian. El chamán modela la arcilla, dándole la forma del tótem animal de la tribu. Al amanecer, tras terminar su obra, consagra su trabajo a sus ancestros derramando un cuenco de agua al amanecer y declamando sus nombres hasta donde alcance su memoria.
El siguiente paso es esperar hasta el anochecer para sacrificar y colocar sobre la estatua el corazón palpitante de un animal de la misma especie que el tótem, dejando que la sangre se derrame. A continuación, comienza a golpear la estatua con una rama de árbol. Esto tarde o temprano despierta al arbian de forma violenta. El espíritu, furioso y hambriento, devora al ibu (espíritu) del animal que fue sacrificado y cuyo corazón fue arrancado, que sirve como ancla mística. Como resultado del ritual, el arbian insufla vida en la estatua, pero queda atrapado en el interior de la estatua. Además, gracias a la sangre del chamán mezclada con la arcilla
El último paso de la creación de estas estatuas vivientes es una negociación: el chamán debe conseguir una promesa de servicio de la escultura. La mayor parte de los espíritus odian verse atrapados en una forma física y, tarde o temprano, todos terminan claudicando. Una vez se ha obtenido una promesa formal de servidumbre a cambio de una futura liberación en un determinado plazo, resulta fácil engañar al espíritu para que prolongue indefinidamente sus servicios (los espíritus no son conscientes del paso del tiempo de la misma forma que los mortales).
El resultado final es una escultura de arcilla viviente, un enemigo terrible para cualquiera, capaz de matar a sus adversarios de un único y poderoso golpe. Por desgracia para los kotai, las estatuas vivientes no pueden alejarse demasiado del lugar en donde fueron creadas o pierden su conexión con el entorno, quedando ciegas e inmóviles.
En su día, antes de las guerras Raciales, estas estatuas eran mucho más frecuentes. En la actualidad apenas existe una mano de chamanes capaz de crear estatuas vivientes, y los que conocen el ritual guardan secreto. Las pocas estatuas vivientes que aún existen protegen las cuevas que los kotai han habitado durante muchas generaciones, mientras que otros tantos siguen protegiendo cuevas oscuras y vacías, que en su día pertenecieron a bandas y familias hoy extintas. Incluso hoy, estas estatuas vivientes permanecen ahí, inertes en la oscuridad, esperando en vano a que su amo regrese y las libere…