Llego hasta aquí
2x11 - El encargo de Ursus (tercera parte)
Dejaron atrás la enorme puerta tallada en la roca, un dintel de antes de que el mundo fuera mundo, cubierto por el musgo y vigilado por una higuera crecida en un hendidura con las raíces serpenteando hasta terreno más estable. Parecía dispuesta a saltar sobre los intrépidos o estúpidos que se atrevieran a pasar bajo sus ramas. Lobo y Aarthalas puede que fueran ambas cosas, pero no temían al vigilante verde, sino a la oscuridad que se adivinaba en su interior.
-Huele a la sangre negra -afirmó la dwandir y dejándose guiar por su olfato descubrió un recipiente de piedra en la penumbra de la entrada. Ató una piel a un palo que allí mismo encontró y tras impregnarlo bien en aquella sustancia, chasqueó el pedernal sobre ella. Tras varios intentos consiguió que prendiera una llama envuelta en humo e iluminó la estancia.
Era más grande de lo que parecía y estaba cubierta por hongos en los que se escondían esquivos insectos que huían de la repentina claridad. Un enorme dwaldur custodiaba la estancia y la única puerta visible se abría bajo sus piernas.
Caminaron por aquel lugar oscuro muchos latidos, incluso varios puños, pero carecían de referencias para poder medirlo. La antorcha titiló un par de veces, pero encontraron abundantes fuentes de esa sustancia negra para reponerla. Los momentos de oscuridad cuando tenían que encenderla de nuevo eran terribles, porque las sombras transportaban ruidos, como si un cuerpo pesado se arrastrara por un suelo lleno de viejos huesos. Por algún lugar se colaba una brisa que hacía agitar la llama y sonaba como un lamento que contagiaba a las figuras que adornaban las paredes. Sus relieves bailaban como intentando salir de las paredes donde habían sido cincelados. Aquella construcción no pertenecía a las gentes de Pangea. Era antiguo, muy antiguo y no le gustaba nada que estuvieran allí.
Pero el viaje concluyó, pasaron por debajo de otro dwaldur enorme y llegaron al inicio de un valle. Una cascada lloraba y daba nacimiento a un río sobre el que confluían otros arroyuelos y saltos de agua de la garganta que les rodeaba. Unos pasos más allá un árbol de pequeñas flores blancas parecía iluminado por el sol. Junto a las flores unos frutos de intenso color rojo. Un anciano comía esos frutos mientras esperaba que se acercaran. Desde lejos parecía un mendwan, pero según se acercaron se les reveló como un dwaldur, de enorme tamaño, eso sí.
-¿Sabes el nombre de la punta de lanza que portas? -preguntó sin presentarse.
-Me dijeron -respondió Lobo- que su nombre era Vakal que significa "luz de noche".
-Es correcto. Recuerdo cuando la forjaron y le pusieron ese nombre.
De alguna forma, Lobo sabía que acababan de pasar una prueba y que aquel anciano era a quién Ursus les había enviado a buscar. Saco el petate que había llevado todos estos días a la espalda y lentamente le quitó las pieles curtidas y empapadas de aceite que lo cubría y lo mostró. ¡El hacha de Ursus!
-Su nombre es "oso" -explicó- y Ursus nos ha pedido que lo devolviéramos. Dice que el hacha ha enfermado, como él, y que cree que el final de ambos está cerca. No quería que nadie se apoderara de ella y nos pidió que la trajéramos aquí.
El anciano examinó el hacha que, en verdad, parecía envejecida. El metal parecía lleno de tierra e irregularidades y también se pegaban en el filo. El anciano apartó la arena con los dedos, pero esta simplemente cambio de sitio, sin desprenderse. Sonrió.
-El hacha no está enferma y dudo que Ursus lo esté. -Y sin mediar ninguna explicación, sacó un pequeño martillo de entre sus ropas y golpeó el arma tres veces. Cada golpe sonaba como algo ajeno a Pangea, vibrante, hermoso y quedaba suspendido en el aire hasta desaparecer, como el sabor de una fruta madura, como el beso de un amante. Al tercer golpe, toda la arena del hacha se desprendió y cayó al suelo. El anciano volvió a sonreír. -Decidle a Ursus que beba mucha agua durante tres días, que coma manzanas y mastique menta. Al final de los tres días estará mejor.
Y sin añadir nada más, el anciano dwaldur se alejó y cogió un nuevo fruto de ese extraño árbol que florecía y tenía frutos a la vez.