Llego hasta aquí
2x05 - La dote envenenada
Descansando de su último viaje en el que se enfrentaron a un falso de dientes de sable, la caravana del Lobo es testigo de la llegada de un raro grupo ataviado con elegantes ropajes y presentes. No se trataba de un comerciante, eso estaba claro, y no podían haber viajado mucho sin arruinar sus vestimentas. El jefe del grakin salió a recibirlos con un alegre rostro. A su lado su hija entre sorprendida y entristecida.
Más tarde se enterarían que aquella era la dote que un hijo de un jefe de grakin entregaba para poder casarse con la hija de este, la joven que no parecía muy contenta al lado de su padre. La dote la traía el mejor cazador del grakin vecino por orden del prometido. ¿Por qué no vino él mismo? Parece que no es costumbre ver a la novia hasta que esta ha aceptado los presentes. En la casa del grakin y jefe y los recién llegados discuten las condiciones.
-No es correcto que se compre a las muchachas como si fueran ganado -si alguno no compartía la opinión de Aarthalas, nadie se atrevió a contradecirla.
Para sorpresa del Lobo y sus compañeros, el jefe del grakin les pide que acompañen a la doncella hasta el grakin de su prometido. No se trata de una mercancía, se apresura a añadir ante la mirada extrañada de la dwandir, sino de la darle compañía y seguridad en el viaje. Es preferible, dice el jefe, que viaje con vosotros a ir solo acompañada de extraños de otro grakin. En otras palabras, que el jefe no se fía de sus nuevos parientes.
El viaje empieza bien y la compañía, aunque molesta a las bestias y en especial a Birco, parece agradable y sociable. La muchacha va envuelta en sus ropajes, como un regalo apunta la dwandir, y se niega a mostrar su rostro. A veces les parece que llora. Nadie de su escolta parece atenderla.
Una noche escuchan gritos en la oscuridad, como lamentos que el viento trae hasta sus orejas. Las bestias se agitan, los esclavos se atemorizan y de sus compañeros de viaje, solo el cazador jefe parece tranquilo. Y desde esa noche, se suceden los incidentes. Ataques de animales, desprendimientos de rocas en el camino, tropiezos de las bestias. Nada no habitual, pero demasiado frecuente para no ser sospechoso. Algunos se asustan y en la cuarta noche, solo el cazador jefe queda con ellos. El resto han huido o han desaparecido. Esa mañana, sorprende al Lobo con una pregunta:
—¿Aguantareis o también desapareceréis?
—Siempre cumplimos nuestros encargos.
Y aquella respuesta no gustó al cazador.