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jueves, 21 de noviembre de 2024


 

Nakub

Viento en el rostro y el reflejo del sol del atardecer en sus ojos claros. Sus largos cabellos morenos danzan al son de la silenciosa melodía del aire que transporta consigo el intenso aroma de su presa.

Ante el cazador se extiende la pradera que es su dominio, su territorio de caza... O al menos es lo que él cree. Pues el cazador aún es joven, e ingenuo e ignora que en Pangea el único amo es la muerte. La muerte atroz y salvaje que aguarda en cada rincón oscuro y bestia depredadora.

Caminando entre plantas bajas y viejos árboles una manada de chillones se alimentan con demasiada tranquilidad, más de una mano de ellos, toda una manada. Pastan ajenos al peligro que se les avecina, rumian las duras hojas de los arbustos caminando con lentitud. De vez en cuando yerguen sus cabezas y emiten un sonoro mugido que retumba con fuerza en los huecos cuernos de su testa. El joven cazador conoce la forma de sus cuernos pues Dragmo, el tuerto, el tenebroso chamán del clan tiene una calavera de chillón que usa en sus rituales haciéndola sonar soplando con fuerza por las fosas nasales para llamar a los espíritus de la Taga.

El joven cazador es un mendwan y Nakub es su nombre, un hombre del Clan del Chillón. La otra mano de cazadores que acecha a las bestias cerca suya entre la hierba alta también lo son. Los nervios de la inexperiencia hacen temblar sus manos, es su segunda cacería y la primera con presas tan grandes. Aquellas moles de carne que pastan ante él deben medir al menos diez varas de largo y tres de altura. Nakub sabe que otros clanes los usan como animales de carga, lo ha visto en muchas caravanas que pasan cerca de la caverna que su tribu tiene como hogar durante los duros inviernos. Pero para su clan los chillones son su principal fuente de alimento a la par que una una criatura sagrada, un espíritu totémico que les protege del Wukran y les proporciona un modo de sobrevivir en aquellas tierras salvajes mas ninguno en el clan sabe cómo hacer de ellos sus compañeros de viaje.

Sacando al novicio cazador de sus pensamientos Gor, el líder del grupo, da la señal y todos atacan al unísono. La víctima es una criatura anciana, un animal que ha visto tiempos mejores. Mas al joven cazador le parece espléndida pues ¿qué sabe él de grandes presas como aquella?. Atosigándolo con las puntas de sílex de sus armas los hombres abren feas brechas en la carne de la bestia que pronto se vuelven carmesí con el brotar de la sangre. Alertadas por el sonido de la lucha la manada de chillones comienza su estampida. El viejo chillón lo intenta pero se encuentra rodeado. Asustado emite un fuerte mugido de terror y con un impulso de sus músculos traseros da un latigazo a uno de sus atacantes con su gruesa cola. Como un pelele, el cuerpo del hombre sale disparado hacia atrás chocando contra unas rocas cercanas. Al caer, Nakub puede escuchar con nítida claridad el chasquido de los huesos al romperse, algo que provoca que el vello de la nuca del joven cazador se erice. En Pangea la muerte siempre está cerca.

En ese momento el chillón intenta huir pero Gor es más rápido, más inteligente. Con habilidad fruto de años de experiencia se lanza bajo las patas del animal realizándole dos profundos cortes en sus patas. Tras la hazaña el líder de los cazadores apenas tiene el tiempo suficiente para salir de debajo de la bestia antes de que esta caiga al suelo ahora que sus piernas no lo sujetan. Momentos después el animal agoniza víctima de los continuos puntazos de sus verdugos.

Finalmente, con un último estertor, el espíritu del chillón abandona su cuerpo.

La cacería ha llegado a su fin, mas ninguno lo celebra. Raudos todos acuden a donde yace el cazador herido. Su nombre es Sarba y su cuerpo ahora no es más que un guiñapo de postura imposible, mas aún esta con vida y consciente.

Con mirada preocupada Gor se acuclilla a su lado.

- No noto mi cuerpo Gor... Mi espíritu ya no está entero -gime con angustia el herido

Entonces Gor toca las piernas y brazos del maltrecho Sarba pero las siente muertas. La ausencia de dolor a pesar de las visibles roturas vaticinan lo peor.

- Despediros e ir a despiezar la presa -ordena el líder a los demás- yo he de ayudar a Sarba a que se vaya con el espíritu de la Taga.

La noticia cae como un cuenco de agua fría. Es duro para el jefe de la cuadrilla pues todos ellos son Manada, hermanos de cacería. Muchos eran los inviernos que él y Sarba habían compartido juntos. Pero todos saben que nadie puede sobrevivir a Pangea con medio espíritu. Un cuerpo roto solo significa la muerte.

Uno a uno el grupo se despide del moribundo que no cesa de gemir asustado. Nakub es el último antes de Gor. El joven cazador no sabe qué decir y siente la necesidad imperiosa de vomitar ante el grotesco aspecto de su desdichado compañero. Finalmente no puede evitar dar media vuelta y alejarse. Gor no se lo reprochará.

Ahora llega el turno del jefe y, mientras los demás comienzan a cortar la dura carne del chillón, dice:

- Que los ancestros te acojan en su hogar.

Después, con un giro seco, le rompe el cuello a la vez que las lágrimas florecen en sus ojos.

El despiece no estuvo acompañado de las risas y celebraciones habituales. Aunque la presa bien lo merecía habían perdido a uno de los suyos. En su lugar el silencio reina con la sombra de la pesadumbre y la tristeza.

Es en aquel mismo instante cuando Nakub lo siente. Primero ligero, como una pluma al caer en aguas calmadas. Después más intenso. Un ligero temblor en el suelo, casi imperceptible. Segundos después otro más.

El joven cazador alza la mirada. Todos sus sentidos se han puesto alertas. Algo no va bien.

El siguiente temblor, aunque aún ligero, es más intenso que los anteriores. Ahora toda la Manada de Gar alza la vista a su alrededor.

Un nuevo retumbar y el sonido de árboles al romperse comienza a llegar hasta ellos y una imagen, fruto de un antiguo recuerdo, se forma en la mente del muchacho.

- Suladrak... -susurra

Un nuevo temblor y más crujidos de árboles. Gor se pone en pie, su expresión es de preocupación, casi rozando el miedo.

- Tenemos que irnos. El sonido de la cacería a atraído a otras bestias.

En aquel momento los árboles cercanos se sacuden y el suelo vuelve a temblar al rítmico sonido de unos pasos. Los cazadores comienzan a alejarse, pero ya es tarde. Un descomunal reptil, una bestia feroz erguida sobre sus patas traseras y equilibrando la mole que es su cuerpo con una gruesa cola, aparece de improviso partiendo una rama baja. En cuanto ve a los hombres resopla y después suelta un espectacular bramido mostrando la hilera de enormes dientes que tiene en su boca. Hilos de saliva cuelgan entre ellos.

Él es suladrak. Él es muerte.

Nakub no puede evitar chillar aterrorizado mientras sale corriendo. A su espalda los pasos de la bestial criatura resuenan y el suelo vibra bajo su peso. Pero el joven cazador no mira atrás, ni siquiera cuando llega a sus oídos un alarido de dolor seguido del crujir de la carne al desgarrarse.

Nakub corre y corre buscando un cobijo. Apenas puede pensar, el miedo emborrona sus sentidos. Y mientras corre regueros de lágrimas surcan sus mejillas. Entonces alcanza un macizo de rocas cercanas y se oculta tras él.

Nakub no puede más, cae de rodillas y cierra los ojos implorando a la Taga su ayuda, pidiéndole fuerzas para regresar con los suyos sano y salvo.

Un resoplido en su rostro es toda la respuesta que recibe. Aterrado el joven cazador abre lentamente los ojos. Ante él, imponente, se alza el suladrak que le observa con los colmillos aún manchados de sangre fresca. Después la bestia vuelve a emitir uno de sus poderosos bramidos y Nakub siente la tibieza de su propia orina en sus piernas. Después siente nauseas ante el olor a podrido del aliento del animal.

Los único que pudo hacer el joven antes de morir es chillar, un grito angustioso y cargado de auténtico pavor ante la impotencia de enfrentarse a aquella bestia.

Él es suladrak. Él es muerte y Pangea es su hogar.

 

 

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«A mí no me mires, yo no voté al presidente Ayala.»

Anónimo