Llego hasta aquí
La Gran Cacería
El invierno ha pasado. Las gentes de Lobo han sido correctos, pero no muy cordiales. Eran unos intrusos y no dejaban de recordárselo a cada momento. Sin embargo, gracias a la autoridad del jefe, nadie se había atrevido a levantar la mano contra ellos, lo que no había evitado que sus esclavos recibieran algún palo de más o que las bestias de carga recibieran la paja seca siempre las últimas. Se alegraban de que las nieves estuvieran desapareciendo, pero aún les quedaba una cosa por hacer.
Al principio del verano, una gran manada de grandes animales cruza la estepa buscando los territorios que empezaban a verdear. Es el momento en el que la gente de Lobo prepara una gran cacería con la que festejar la llegada del buen tiempo y, de paso, rellenar los almacenes de pieles, de carne seca y fresca, sebo y todo lo que un animal pudiera facilitarles. Como es normal, y como pago por los gastos ocasionados, Lobo y su grupo, son invitados a formar parte de la cacería. El invierno ha acabado, podrían marcharse y, de hecho, el jefe del asentamiento así lo proclama, pero Lobo sabe que debe quedarse y llevar tantos animales como pueda.
Lo que Lobo no podía imaginar es que los viejos resentimientos que le hicieran irse de allí aún están vivos, azuzados por el contacto de esas largas horas de invierno. Sus enemigos, que antaño eran su familia, tienen un tipo de cacería en mente completamente diferente. Así Lobo y su grupo se ven enfrentados a los grandes mastodontes y, sin saberlo, a las trampas traicioneras de sus conocidos. Una cacería que ninguno olvidará.