Llego hasta aquí
FRAGMENTOS DEL OLVIDO
Capítulo X
Frío.
Mucho frío.
Todo volvía a estar a oscuras en la cueva, pero Naest no lograba percibirlo.
Estaba en otro lugar, muy lejos de allí. Su mente flotaba perdida por el éter, buscando un consuelo para su atormentada alma. Todo su ser era poco para contener todo aquello que ahora sabía y que, por mucho que se empeñase, no lograba recordar.
Podía sentir su cuerpo aterido en la cueva, e incluso podía percibir al guardián a su lado, mirando hacia su carcasa de carne. Todo parecía ya perdido, y Naest se preguntó a sí mismo si eso era morir. Y de hecho lo terminaría siendo de no ser porque se sintió repentinamente pegado a su cuerpo, como unido por algo invisible. Lentamente fue arrastrado hacia su propio cuerpo, sintiendo como unas manos espirituales tiraban de él, viendo como veía vedada su eterno viaje hacia los reinos espirituales.
"Naest"
El guardián le habló directamente a su mente, como era habitual, aunque esta vez el infortunado chamán sintió una súbita punzada en la cabeza cuando sintió su voz. Aun se sentía bastante mareado aunque estaba claro que había vuelto a su antigua forma.
"¿Estás bien?"
¿Bien? Ni siquiera podía describir como se sentía, jamás había vivido algo tan místico y desesperanzador a la vez. Dudaba incluso de poder hablar, pero según las palabras brotaron de su boca comenzó a tomar conciencia de sus labios, sus dientes, su lengua... Hacía tanto frío...
- Si, creo que estoy bien... - alcanzó a decir atropelladamente, con los labios entumecidos.
"Me alegro que sea así. No puedes continuar aquí, esto se ha vuelto muy peligroso y la propia existencia de este lugar está en peligro mientras tú permanezcas aquí."
Naest no podía dar crédito a lo que llegaba a su aún ensoñecido cerebro.
- ¿Cómo? ¿Qué crees, que he venido hasta aquí y he pasado las penalidades que tú has elegido para que luego puedas despedirme como un trapo? ¡Ni siquiera habéis terminado de narrarme la Guerra de Razas!
"Lo sé, y créeme que lo lamento, pero no..."
Esta vez Naest ni siquiera dejo que terminase.
- ¡Pero nada! ¿A ver, qué es lo que ha ocurrido aquí? ¿Por qué ahora es diferente?
Si el espíritu tuviera rostro, en ese momento expresaría sin duda una mueca de asombro.
"Naest... ¿qué es lo último que recuerdas?"
El dolor de cabeza del mendwan aumentó al tratar de recordar, tanto que al final tuvo que dejarlo y conformarse con lo que ya sabía.
- Lo último que recuerdo es haber escuchado la historia del dwaldur Kimtel, y de como su maestro le había matado por preservar el origen del hierro. Después estoy seguro de que hubo algo más, pero no soy capaz de recordar que, ni quien.
El espíritu se quedó un tiempo parado frente a Naest, meditabundo... Mientras tanto, el chamán comenzaba a recuperar su calor corporal, parecía que la cueva estaba menos fría ahora.
"Hemos de hablar de ti, pequeño. Espera aquí"
¿Esperar? Como si tuviera otra opción. Al menos la mitad del tiempo que llevaba allí no había hecho más que esperar a que vinieran las difuntas personalidades de Pangea a confundir aun más su atribulada mente con historias que en poco o nada se parecían a aquello que su maestro y sus mayores le habían contado durante su niñez. Se levantó, y comenzó a estirar sus miembros a fin de desentumecerse por completo. Era increíble lo que había llegado a calentarse la cueva.
De repente, el guardián de la gruta apareció de nuevo, y no estaba solo; otro espíritu luminoso que a duras penas cabía en la cueva estaba a su lado. Parecía un bronto, pero las facciones de su cara eran delicadas, más propias de un mendwan. Lucía una barba muy fina y su cuerpo estaba cubierto de heridas.
"Siento la espera, Naest. Este es Kall, otro de los numerosos héroes de Pangea de los que nadie se acuerda ya. Tiene una historia que contarte."
Naest se sentía muy sorprendido. ¿Habían recapacitado en su decisión, y habían decidido continuar con su iluminación espiritual? Seguía sin comprender cual era su auténtica función en todo esto, y cual era el interés de los ancestros que le hablaban. Pero poco podía hacer hasta ahora, más que sentarse en el suelo y escuchar el relato de aquel imponente ser.
«Me alegro de conocerte Naest, último de los iluminados. Como ya te han dicho mi nombre es Kall, y yo era el jefe de la tribu del Limite del Hielo; vivíamos en el final de un valle muy próximo a las heladas laderas del norte, y nuestra era la función de salvaguardar la frontera del territorio apropiado por el Wukran. La situación de la guerra era mucho mejor que hacía solo unas manos de lunas; las armas de hierro dwaldur y los arcos dwandir ayudaron mucho a que los nuestros demostrasen su supremacía en los campos de batalla, y la coalición formada por los h'sar, drak y ogros huía o se rendía tras la muerte del temido Shibraa y sus sacerdotes.
Aparte de algunas escaramuzas la vida comenzaba a ser muy tranquila, aunque a veces no éramos capaces de vivir ni con nosotros mismos. Nos enteramos que en las grandes poblaciones del sur las cosas no estaban mejor, y las suspicacias estaban a la orden del día; un padre podía matar a su hijo si sospechaba que el espíritu de este pudiera pertenecer al wukran, y las rencillas internas eran frecuentes en todos los territorios no ocupados. Nosotros teníamos suerte en ese sentido, puesto que nuestra vigilancia ante un enemigo común nos hacía permanecer unidos, sabíamos que si dejábamos de confiar entre nosotros pereceríamos.
Durante aquellos tiempos teníamos un problema añadido, y es que estabamos a merced de las inclemencias del tiempo. Se decía que en la parte más lejana del norte la Taga y el Wukran estaban combatiendo mano a mano, y el choque de sus colosales poderes provocaba las tormentas y los temblores que asolaban Pangea una y otra vez. Muchos guerreros de ambos bandos perdieron la vida a causa de esos inesperados y salvajes fenómenos, y en más de una ocasión nos veíamos obligados a dejar de luchar para que un súbito temblor no acabase con nosotros con más eficacia que nuestros enemigos.
Con la rendición incondicional de las razas reptilianas y la huida de los ogros a las montañas más altas de Pangea, podíamos hablar por fin de victoria. Estabamos diezmados, cansados y aún recelosos, pero comenzábamos a ver la luz. Pasábamos a cuchillo a todos aquellos traidores que no quisieran rendirse, y tribus adyacentes a la nuestra se movilizaron a la conquista del frío norte. El Wukran seguía actuando en la sombra, poseyendo a nobles animales para que tuviéramos que matarles y ni siquiera pudiéramos aprovechar su carne podrida para alimentarnos, pero su influencia se había reducido muchísimo. La Taga parecía haber ganado, y el Wukran tardaría demasiadas lunas en poder recuperarse.
En esos momentos yo estaba ayudando a las tareas de reconstrucción tanto de mi poblado como de los de las cercanías, y una vez establecido todo viajé a otros lugares para ver en que situación había quedado el resto del mundo. En mi viaje observé intrigado como las razas no estaban acostumbradas a ver brontos y como me miraban con una mezcla de respeto y repulsión. También me sorprendieron las grandes aglomeraciones de casas que estaban generándose en ciertos puntos de las llanuras del centro, pero aún había de pasar mucho tiempo para llegar a lo que ahora llamáis "grakin".
Sentía que todo estaba bien y me disponía a regresar a mi hogar cuando una noche me tropecé con otro viajero perdido, un dwaldur que me pidió cobijo al lado de mi fuego. Yo no pude negárselo, y este a cambio me contó que habíamos ganado gracias a los ingenios de su raza, pero que tarde o temprano vendrían a cobrarse esa deuda. Nunca me dijo quien vendría ni a que se refería, y esa fue la última vez que vi a aquel anciano dwaldur de mirada perdida, callosas manos y una piel salpicada por numerosas esquirlas de metal que brillaban a la luz de la hoguera.
En aquel momento no le di mayor importancia, volví a mi tribu y allí ayudé a los míos en todo lo que pude hasta que llegó la hora de mi muerte. Pero fue después, una vez se me permitiera unirme a los habitantes de esta cueva, que comprendí el alcance de las palabras del anciano dwaldur. Pequeño, los orígenes del metal que los dwaldur dominan no son lo que parecen, y alguien les confió el secreto de la fabricación. Dentro de poco ese alguien volverá a estar entre los vivos y vendrá con la intención de reclamar la deuda. Debes avisar a los tuyos, y sobre todo a los dwaldur, puesto que alguien debe estar prevenido para su llegada. Haz esto como un favor que te pido, inexperto Naest."
Y, una vez dicho esto, desapareció dejando al joven chamán con el espíritu guardián solos en la cueva.
Era sin duda la mejor persona de todas las que Naest había conocido hasta ahora.
EN TERMINOS DE JUEGO
Tras el estropicio del mes pasado continuamos con la cronología como tal, y ya veremos como reacciona Naest tras todo esto. ¿Podrá Naest cambiar el destino de Pangea tal y como lo conocemos en un momento dado? Quien sabe...
CRONOLOGIA PRIMORDIAL DE PANGEA