Llego hasta aquí
TAMBORES EN LA JUNGLA III
Una intensa lluvia caía sobre la selva. Su sonido rodeaba a Kust y lo empapaba entero. Se había refugiado bajo las ramas de un gran árbol Dremba pero la intensidad del agua hacía poco efectiva la protección del techo de ramas que era la selva. La época de lluvias había llegado a la selva del Gran Espíritu y se quedaría durante un tiempo prolongado. El muchacho se mantenía en silencio, sentado entre las grandes ramas, pensando y observando su alrededor. Mordisqueaba distraídamente un trozo de araña que había capturado poco tiempo antes; últimamente su vida había cambiado por completo, solo hacía unos días que su única preocupación era superar la prueba de madurez para convertirse en un adulto y formar parte de la tribu completamente y ahora se encontraba siguiendo un rastro que con las lluvias sería casi imposible de continuar hacia los límites del territorio conocido por su tribu en busca de los causantes de la destrucción de su aldea. Todavía le dolían las heridas que había sufrido recientemente y la humedad no iba a ayudar a su cicatrización. Conservaba todavía algo del ungüento que el chamán de la Tribu del Río le había entregado antes de hacerle partir en pos de su destino y aprovechó para aplicarse una nueva capa sobre las anteriores.
Llevaba dos jornadas siguiendo el rastro pero después de comprobar como se dirigía hacía los límites de la Selva más o menos directamente comenzó la lluvia y pronto lo perdió. Confiaba en que no se desviara demasiado y poder alcanzar su objetivo antes del tercer sol, pues la distancia no parecía ser mayor cuando empezó la lluvia. Además habían señales que las lluvias no habían borrado: las ramas quebradas y las plantas pisoteadas le daban una idea más o menos clara de hacia donde ir. Si los culpables no habían salido de la selva, las lluvias seguramente les frenarán lo suficiente para que les diera alcance.
Más allá de ese momento Kust no estaba seguro de qué haría. Sus costumbres dictaban que debía exigir la entrega y sacrificio de tantos hombres como muertos hubiera sufrido su tribu pero nunca hubiera pensado que el número sería tan alto. Lo más probable es que los mismos que aniquilaron terriblemente a los suyos no se lo pensaran en hacerlo con él una vez se mostrara.
Un trueno retumbó en la copa de los árboles y le hizo estremecer. Los dioses estaban furiosos y Kust sabía la causa. Querían que diera alcance cuanto antes a los asesinos, entonces lo que tuviera que ser sería. A los dioses de la naturaleza les gustaba que las cosas siguieran su curso natural.
El problema, pensó Kust, es que no sabía que era lo natural en este caso.
Cuando se disponía a reanudar la marcha escuchó un crujido a sus espaldas. Rodeó el tronco del árbol y se asomó con precaución para ver quien o que lo provocaba. A través de la lluvia vislumbró el causante del ruido: un gran Brembe brembe1 estaba revolviendo lentamente las raíces de los árboles cercanos en busca de brotes tiernos. El gran herbívoro lo miró distraídamente cuando Kust salió al claro y volvió a sus quehaceres entre la vegetación. El muchacho le dio unas palmadas en el lomo.
- Cuanto me gustaría ponerme en tu lugar y preocuparme solo de buscar comida y dormir.
El gigante cuadrúpedo volvió a girar su enorme cabeza y miró con curiosidad al muchacho. Kust arrancó un puñado de plantas y las acercó a la boca del animal, que las olisqueó y las mordió durante unos instantes antes de volver a buscar raíces más jugosas.
Un nuevo trueno se escuchó en la jungla y Kust se alejó del claro, dejando atrás a su ocupante.
Retomó su camino, ahora solo guiado por su instinto e intuición y caminó durante el resto de la jornada. Al caer la noche la lluvia continuaba, así que se acomodó lo mejor posible en una pequeña cueva que encontró en su camino y de la que tuvo que desalojar a su anterior dueño: un pequeño zorro que también le sirvió de cena. Logró encender un fuego milagrosamente pese a la madera mojada y cocinó su cena. Luego se durmió acurrucado en el fondo del escondite.
Despertó con un escalofrío, nada más abrir los ojos se encontró con un zorro que le observaba desde la entrada de la cueva gruñendo. Parece ser que su cena de anoche tenía pareja. Se incorporó lentamente, tratando de asir su lanza sin provocar al animal, que respondía a cada movimiento con un amago de ataque. Se puso en cuclillas con la lanza ante él, apuntando al zorro. Estaba en una posición difícil, ya que la cueva no le permitía ponerse en pie y por lo tanto no tenía margen para moverse en caso de que el animal lograra entrar.
Se quedaron así un rato, cada uno evaluando a su contrario. Kust pensó que lo mejor sería tratar de salir sin dejar de apuntar con la lanza al zorro, una vez fuera podría moverse mejor en caso de que le atacara. Cuando movió un pie para comenzar a avanzar el animal lanzó un ladrido y atacó. Entró rápidamente por el lado izquierdo de Kust y lanzó una dentellada hacia su brazo. Este, pillado en una posición inestable trastrabilló hacia la derecha y se golpeó el codo derecho contra la pared de piedra, impidiendo así una posible defensa con la lanza. La mordedura le alcanzó en la muñeca y le hizo gritar de sorpresa y dolor. Soltó el arma y trató de separar al animal con la otra mano. El zorro no aflojó su presa y los intentos de Kust por que le soltará le hicieron hincar más los dientes en la herida, que ya mostraba sangre manando. Se desplazó como pudo fuera de la pequeña cueva, arrastrando tras de si al animal que forcejeaba continuamente. Tenía más fuerza de la que parecía por su tamaño y el joven cazador temió que le rompiera el brazo en un movimiento brusco y trató de seguir los movimientos de la fiera para evitarlo. Una vez fuera y con más espacio para maniobrar le agarró la mandíbula superior y tiró hacia arriba. No consiguió demasiado más que el animal gruñera y siguiera mordiéndole. La rabia comenzó a inundarle y cada vez pensaba con menos claridad. Intentó serenarse lo suficiente para encontrar una alternativa y miró fugazmente a su alrededor. Entonces se le ocurrió algo: se agachó y cogió una piedra de las que había en los alrededores de la pequeña gruta y golpeó al animal en la cabeza con ella, este gimió y soltó su presa, cayendo al suelo mareado y con una herida en la cabeza. Kust no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él antes de darle la oportunidad de contraatacar. Lo tumbó en el suelo y volvió a golpear al animal con la piedra hasta matarlo, entonces se levantó y poco a poco se calmó.
Observó su herida y no le gustó demasiado lo que veía, el dolor era punzante y le llenaba todo el brazo hasta el punto de dejárselo casi insensible. Era casi de día y aprovechó para acercarse a un pequeño riachuelo creado por las precipitaciones para lavarse la herida. Había dejado de llover por fin aunque se respiraba la humedad en el ambiente. Se lavó y se puso algo del emplasto del chaman, que le alivió bastante. Regresó a la cueva y recogió su abandonada lanza, miró el cadáver del animal y lo cogió por si acaso luego no era capaz de cazar algo. Pensó de pronto en Gerdau, la que debía haber sido su compañera y sintió una nueva rabia surgiendo de él. La desechó inmediatamente y comenzó a caminar.
Dos jornadas sin incidentes después la vegetación comenzó a clarear. Se estaba acercando a los límites de la Selva del Gran Espíritu; los límites de su mundo, de todo lo que conocía. Se estremeció ligeramente al pensarlo. ¿Qué encontraría más allá? ¿Existía realmente algo fuera? Los ancianos hablaban de una vasta extensión baldía hasta donde alcanzaba la vista, poblada de terribles animales que devoraban al incauto que abandonara la seguridad de Madre Selva.
Kust no creía en todo eso, algo debía de existir fuera de la selva pero no sabía el qué. Nunca se lo había planteado más allá de unos instantes. Siempre había estado más ocupado pensando en el día a día de la tribu. Aunque por otra parte, estaba claro que el ataque que destruyó su poblado fue provocado por al menos una gran criatura
1.- Bembre Bembre: nombre que recibe, en la Tribu del Gran Fuego, una variedad solitaria y selvática del Chillón de las llanuras.