Llego hasta aquí
FRAGMENTOS DEL OLVIDO
(VII Entrega)
La narración de Kimtelm relajó visiblemente a Naest, y volvió a intentar centrarse en lo que estos espectros del pasado trataban de contarle: a fin de cuentas, seguramente nadie le esperaba ya y todos lo creían muerto, incluso Uormo. De hecho, no tenía muy claro como iba a poder salir de aquí y bajar las escarpadas laderas que subió para llegar hasta allí sin matarse. Ahora se maravillaba de la inaudita cantidad de fuerza que había tenido que reunir para subir hasta allí, y se preguntaba de donde la habría sacado, y por qué ahora no la tenía en su mente.
¿Sería que alguien le imbuyó esa fortaleza física y mental para que llegase hasta la cueva que desde hace más tiempo del que puede recordar se ha convertido en su único sitio donde vivir? ¿Es posible que todo esto ya estuviera anticipado por alguien, y que en realidad él mismo no era dueño de su propio destino?
Naest lo pensó un poco, mientras la sombra permanecía expectante cerca suya, sin realizar ningún movimiento. ¿Sabría ella lo que estaba pensando? ¿Le estaba dejando tiempo para poner en orden su mente antes de presentarle al siguiente narrador? ¿Qué parte de la historia de Pangea le sería confiada en esta ocasión, qué mito se encargarían de echarle por tierra en esta ocasión? Casi prefería la ingenuidad en la que antes vivía que enterarse que lo que los mas sabios hombres de Pangea enseñaban sobre el pasado de las Primeras Razas no eran más que mentiras o tergiversaciones de lo que realmente había ocurrido.
¿Existiría esta cueva para enmendar ese error? ¿Estaría Naest condenado a contar la verdad sobre lo ocurrido durante el resto de su vida, a difundir la verdad? El joven mendwan no era capaz de ordenar sus ideas, y comenzaba a notar un poco de frío en las partes expuestas de su piel, y a través de sus ropas. Era un aire gélido y pesado, olía como un lugar que hubiera estado cerrado mucho tiempo... 'Esto no es un viento normal', pensó Naest.
Se incorporó y comenzó a investigar los gruesos pliegues de la cueva, pues se dio cuenta que el viento no venía de la entrada, y que de ningún modo ese pútrido aliento que ahora ya le rodeaba podía siquiera compararse al mortalmente frío aunque esplendoroso viento de las montañas, a ese viento que le cortó la piel y los ropajes durante su escalada hasta allí.
Tras un tiempo, localizó la entrada de ese nuevo y viciado aire en uno de los recovecos del fondo de la gruta. Comenzó a palpar el hueco, tapándose la nariz y la boca con la otra mano para evitar aspirar ese nauseabundo hedor. Este se hizo mas penetrante, como si reaccionara a los intentos de Naest por evitar su respiración, y ya no olía a cerrado, a humedad... olía mas bien a muerte y putrefacción, un olor que Naest no estaba muy acostumbrado a captar. Solo el día que fue con su maestro a la choza del anciano de la tribu Kublak para ver como se encontraba, ya que hacía mucho tiempo que no sabían de él, y se lo encontraron muerto desde hacía varias lunas tuvo Naest un contacto similar con la decadente fragancia de la muerte en estado puro. Como la que estaba penetrando por su nariz en ese preciso instante.
Cuando llegó hasta sus órganos receptivos, Naest se encogió y vomitó en el suelo de la caverna. Tuvo que huir hasta la entrada y hacer auténticos esfuerzos para no caer al vacío, asiéndose con ambas manos a las paredes, y respirando todo el aire puro que entró en sus pulmones, en una bocanada larga y fría que seguro que haría que le doliese la garganta a las pocas horas, pero era mucho mejor que permanecer respirando ese olor.
Naest se sintió un poco mas aliviado después de respirar algo del buen aire de las montañas, y fue cuando comenzó a relajarse y destensar por fin los músculos que vio alucinado como una mano reptiliana atravesaba su pecho, aunque saliera sin resto alguno de sus vísceras y además pudiera ver sus propios pies a través de ella. El pobre chico emitió un grito con todas sus fuerzas y solo un fuerte golpe de viento impidió que cayera al vacío. El chamán se sobrepuso como pudo y se dio la vuelta, apoyándose contra uno de los lados de la entrada. Comenzaba a estar harto de que intentaran matarle a sustos cada vez que asomaba por la entrada de la cueva.
- Como todos los sangre caliente, un pequeño cobarde. - dijo con una voz completamente neutra y austera la figura que tenía Naest ante sí. Parecía un sacerdote h'sar, aunque tenía un porte muy regio y tras su cabeza se extendían un par de apéndices, parecía una de esas extrañas serpientes llamadas cobras, como la que una vez le mostró Uormo tras uno de sus viajes al lejano sur. Al ser casi transparente no podía saberlo, pero su piel parecía mucho mas oscura que la de cualquiera de los pocos h'sar que había podido ver en su corta vida.
El chamán se quedó atónito, sin saber que contestar. Pese a que sabía que el h'sar no se encontraba ante él, se sintió completamente abrumado, estaba seguro que había algo físico ante él, algo real. Desde que estuvo delante de Kora, la primera mendwan, que no sentía nada similar.
'No deberías estar aquí todavía, Shibraa.' - proyectó la sombra en sus mentes, como siempre hacía. - 'Aun no, al menos.'
- No pienso dejar que hagáis como con todos los desdichados que entran aquí, que les llenáis de mentiras sus mentes y emponzoñáis sus corazones con sentimientos contrarios a nuestras razas. ¿Por qué nunca llega uno de los míos por aquí? Porque todavía existen, ¿no? - Más que enfadado, lo que Shibraa parecía era contrariado por la actitud de la sombra.
'Sabes que eso no puede ser así, lo sabes perfectamente. Recuerda la regla principal de todo esto: solamente mendwan pueden llegar hasta aquí, y solo a ellos podemos contarles nuestras vivencias.'
- ¡Yo no hice las reglas de este lugar, ni permití que se hicieran! ¡De hecho, ni siquiera pedí estar aquí! Pero... reconozco mi utilidad entre todas las almas puras que pobláis las paredes de esta gruta. - El h'sar miró hacia el techo de la cueva con ojos astutos. - No os atrevéis a contar la auténtica verdad, solo las cosas que a vosotros os pasaron desde vuestro propio punto de vista. ¿Es eso preservar la historia, forjar vínculos con a tradición? No, esto es una sarta de mentiras como todo lo que se cuentan de padres a hijos ahí fuera. - Shibraa se volvió y miró a Naest con sus ojos de serpiente - Y tu, cría de mendwan, cuando salgas de aquí... si sales con vida y no te unes a nosotros por siempre... ni se te ocurra contarles a los de mi raza toda la palabrería que aquí oigas. Prefiero que sigan creyéndose las mentiras que se cuentan entre ellos a que escuchen tus falsedades.
'Por muy gran sacerdote que fueses te recuerdo que aquí no tienes ningún poder, así que deja de molestar a nuestro invitado y vete.'
Naest salió de su inicial estupor y estaba mirando como discutían ambos fantasmas, y le parecía demasiado surrealista... ¿Dónde se había metido? ¿Qué experimentaron los que vinieron antes que él, sufrirían ellos también la desorientación que él mismo estaba experimentando? ¿A quién debía creer?
De repente, se dio cuenta.
- Tú, tú... - balbuceó como pudo - Tú eres el Gran Sacerdote Shibraa, el h'sar negro... - los recuerdos de las clases de historia impartidas por Uormo afloraron en su mente, y se sentía centrado por primera vez desde que pisó este lugar. - Fue por tu culpa por lo que comenzó la Guerra de Razas.
El h'sar se volvió y extendió su caperuza todo lo que pudo, mostrando un aspecto tremendamente amenazador. Acercó su rostro hasta el de Naest tanto que el mendwan casi podía sentir su aliento, a pesar de que sabía que no respiraba. Le invadió de nuevo la sensación febril y nauseabunda de antes...
- ¿Ves? Esas son las mentiras que te contarán una y otra vez los seres de carne blanda y cálida. ¿Eso es lo que se dice, que todo fue mi culpa?
De repente, el h'sar se volvió hacia la sombra, ignorando al humano.
- Y tú no desprecies mis habilidades, Zhiorm. Es más, no solo he roto la regla del orden, sino que me he traído a un colega de nuestro 'invitado', para que le instruya en todo lo que realmente debería saber para ser un buen siervo de los espíritus.
'¿Has traído a alguien?' - Incluso siendo solo una proyección mental, la voz de Zhiorm sonaba alterada. - '¿De dónde lo has sacado? Nadie mas que él puede convocarnos aquí, ni siquiera yo tengo ese poder.'
- Pero es que tú eres débil, pese a tu posición, y ante todo confías en sus decisiones... Yo no, y cada vez que ha traído a alguien nuevo he aprendido. O quizá él me ha permitido hacerlo, para que las cosas estén un poco más igualadas. Sea como fuere, tenéis a un nuevo huésped en vuestra cueva de los sueños rotos, ya se presentará en su momento... Y no te preocupes, que no es de los míos.
El rostro surcado de escamas de Shibraa no podía aparentar mayor satisfacción.
En ese momento, tanto Naest como Shibraa sintieron que la sombra iba a decir algo, pero no se oyó más que un suspiro, y se desvaneció como otras veces había hecho.
¿Zhiorm, se llamaba? Así lo había llamado el sacerdote, pero a Naest ese nombre no le sonaba de nada. Si hubiera sido influyente en la historia de Pangea Uormo le hubiera hablado de él, ¿no? Siempre lo hacía... aunque comenzaba a tener la certeza de que ni su maestro ni ninguno de los demás habitantes del mundo en el que vivían tenía la más remota idea de lo que había ocurrido realmente. Claro, con esas malditas tradiciones orales era normal que los datos se pervirtiesen... Eso tenía que cambiar de algún modo, que fuera más eficaz que las runas que se usaban actualmente para realizar registros.
Dejó de darle vueltas a la cabeza cuando el h'sar de piel volvió a fijar sus ojos en él.
- Y ahora que nos han dejado solos, cachorro de mamífero, déjame iluminarte...
EN TERMINOS DE JUEGO
Esta vez no ha habido cronología propiamente dicha, me temo. Permitidme esta pequeña licencia para poneros en ambiente al relato de una de las piezas claves de la historia de Pangea, alguien que a buen seguro desbaratará las pocas creencias que aún quedan en píe en el ingenuo Naest. Por cierto, gracias de nuevo por estar por aquí, seáis quien seáis; espero que le saquéis provecho a esta narración.
CRONOLOGIA PRIMORDIAL DE PANGEA