Llego hasta aquí
FRAGMENTOS DEL OLVIDO
Nieve, cansancio y dolor.
Así podía resumir Naest la ascensión a las Montañas Grises, una subida que le estaba costando mucho más de los que jamás podría haber imaginado. Su frágil cuerpo mendwan no podría aguantar mucho más.
Ya en el recuerdo quedaba su relativamente apacible infancia en su pequeña tribu de aidswan, aunque su madre hubiera muerto al dar a luz, y su padre nunca hubiera existido, quedando al cuidado de Uormo, el hombre sabio del lugar. Éste le formó en la comunión con los espíritus y le habló de muchas cosas, incluso le contó relatos increíbles como el que hablaba de la existencia de la Cueva de lo Vivido.
Según su maestro, existía en lo más alto de las Montañas Grises una caverna en la que quien entre puede comunicarse con los espíritus de los que ya han muerto, no importa cuando hubiera ocurrido. Eso le intrigó sobremanera a Naest, ya que su principal obsesión era saberlo todo, saber como se había llegado hasta ese punto, no se conocían apenas relatos fiables de los días pasados, y sólo alguien muerto hace mucho podría resolver sus preguntas.
Cuando hizo patente su deseo por ir en busca de la cueva, Uormo no podía estar más en desacuerdo, pero poco podía hacer sino dejarle ir al encuentro de su destino.
"Nunca llegarás allí con vida, no se conoce de nadie que lo haya logrado. Puedes ir, pero recuerda que es casi seguro que mueras. Por ello espero que no te moleste si comunico a la tribu que te irás para no volver, y que intente buscar otro discípulo que me suceda a cargo de esta gente a la que llamamos familia. No me guardes rencor, si logras llegar hasta allí créeme cuando te digo que no será necesario que nuestros caminos vuelvan a cruzarse, y si no lo logras... bueno, tampoco te importará demasiado si no lo logras."
Pero todo eso quedaba a manos y manos de jornadas de distancia, demasiado lejos como para resultar importante, ese recuerdo no hará que el viento corte menos su rostro, ni que sus piernas se hundan menos en la nieve, ni que vuelva a sentir los dedos de sus manos.
Ahora solo se trataba de él contra los espíritus de la naturaleza, los cuales arremetían contra Naest con fatales resultados. Solamente el vacío que sentía en su interior del hambre que tenía estaba impidiendo que se dispusiera a quedarse dormido en cualquier cornisa, esperando la plácida muerte. Sólo su innata curiosidad, que según Uormo decía había heredado de su madre, le impulsaba a dar los pasos más largos que podía permitirse, que no era decir mucho. Naest sabía que la vida se le escapaba entre sus dedos, y que si no encontraba un refugio pronto no pasaría de este día.
La nevada arreció, y aquel que fue aprendiz de chamán notó como llegaba a un punto crítico: su último paso. Ya no podía más, con la nieve llegándole a la rodillas y la boca a punto de soltar el ronco aliento de los que van a morir.
Y entonces, llegó el calor.
No sabía de donde venía, pero empezaba a rodearle, a invadir cada parte de su cuerpo una gran sensación de bienestar. "Así que esto es estar muerto", pensó Naest dejándose llevar.
Durmió durante un tiempo... jornadas, manos de jornadas, manos de manos de jornadas... no estaba seguro cuanto tiempo había pasado cuando despertó. Estaba en una cueva iluminada por antorchas y decorada por dibujos, parecidos a los símbolos que Uormo le enseñó. Fuera nevaba mucho más intenso que antes, pero en el interior todo estaba en calma, el ambiente era cálido y se respiraba tranquilidad.
Volvió a fijarse en los dibujos de la pared, se acercó a uno de ellos y comenzó a recorrer con el dedo su trazo. Pronto se dio cuenta de que, fuera cual fuera el líquido que habían usado para dibujar, todavía estaba fresco; se llevó el dedo índice a la boca y comprobó que efectivamente era sangre, o al menos tenía un sabor parecido.
Pasado un tiempo, seguía sin ocurrir nada. Naest se daba cuenta de que la cueva continuaba siendo igual de cómoda que antes, pero empezaba a ponerse muy nervioso, no sabía que hacía allí. La tempestad no amainaba, y ni siquiera tenía modo de ver si estaba en las mismas montañas que antes escalaba. Por lo poco que se podía ver entre las furiosas ráfagas de viento, vislumbraba que estaba a una altura exagerada, mucha más de la que tenía la montaña que él estaba escalando. También podía ver que había comenzado una nueva jornada, aunque aún no se veía apenas luz.
Ya había pasado mucho tiempo no tenía hambre y las antorchas no se gastaban. Naest comenzó a creer que en verdad estaba muerto, y que esta iba a ser su morada durante toda la eternidad, pero él tocaba las cosas y veía que todo estaba allí, que era real. Incluso probó a hacerse daño, y se golpeó con la cabeza contra la pared, y cuando notó la sangre que manaba y el dolor que afloraba en su cráneo no tuvo ninguna duda de que seguía vivo.
Entonces algo sucedió, por fin. El símbolo que Naest había rodeado antes comenzó a brillar, mucho más que la luz de las antorchas. Súbitamente éstas se apagaron, y fuera dejó de oírse el sonido del viento, quedando a solas el símbolo iluminado y Naest, quien estaba a su lado observando como aumentaba su fulgor.
Conforme Naest seguía con la mirada fija en la luz, ésta se iba concentrando en un solo punto, en el centro del símbolo, y cuando solo una pequeña esfera de luz concentrada muy fuerte iluminaba la estancia, esta salió de la pared rocosa y se posó en el suelo, muy cerca de un maravillado Naest, que intentaba tocar la luz pero notaba que su mano la atravesaba sin más.
Una vez en el suelo comenzó a ascender mientras que una ligera brisa surgía de una dirección que Naest no podía identificar, y finalmente la luz dio forma a una silueta de tamaño mendwan, a la que no se le distinguía ningún rasgo, ni siquiera se podía decir si era hombre o mujer, o de que raza.
"Bienvenido a la Cueva de lo Vivido, joven Naest". Parecía una voz masculina, pero no venía de ninguna parte, el aprendiz de chamán la escuchaba directamente dentro de su cabeza, de forma completamente nítida. Recordó que esa es la sensación que se tiene cuando se habla con un espíritu de la Taga.
- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes quien soy? - Naest sabía que esas preguntas eran inútiles, puesto que si el espíritu era de la Taga o del Wukran conocía a todas las criaturas que habitaban en Pangea, y sabía de sus miedos, aspiraciones y debilidades. Ambas entidades formaban un todo solo superado por el Gran Espíritu, el creador.
"Mi nombre no tiene importancia... Al menos no por ahora. Has venido a saber, y tras considerar tu deseo se ha decidido que será satisfecho por nosotros. No temas, aquí estás entre gente de paz, aunque muchos de nosotros fuéramos grandes luchadores cuando aún éramos de carne y sangre."
- ¿Has dicho "nosotros"? ¿Cuántos sois?
"Aquí están todos aquellos cuyo espíritu ayudó a Pangea a formarse, todos los que jugaron un papel importante, y que han querido permanecer aquí, puesto que no se les obligó en su momento. Pero ahora relajémonos y comencemos con tu periodo de aprendizaje... Pregunta, y te será concedida una respuesta."
EN TERMINOS DE JUEGO
El relato que tenemos aquí es el prólogo a una serie de capítulos en los que Naest irá conociendo a grandes hombres y mujeres que habitaron Pangea en su momento, y los cuales irán revelándole fragmentos de la auténtica historia de este mundo... al menos, tal y como ellos la vivieron, siempre tenemos el derecho de exagerar, o de estar equivocados respecto a nuestras creencias.
Al final de cada capítulo incluiremos una pequeña tabla a modo de resumen de los acontecimientos que se vayan mencionando, aunque como será costumbre en esta ambientación nunca pondremos fechas, ni ninguna referencia temporal, sólo indicaremos que ocurrió antes y que más tarde. Así podrás recrear Pangea a tu gusto, y de forma cómoda, además que es lo más adecuado teniendo en cuenta que apenas saben medir los meses.
Espero que esta pequeña tarea de recopilación a modo de relato os resulte útil de alguna manera, ya que descubriendo el pasado es como se conoce el futuro, y Pangea no es una excepción a esa regla.