El caso es que, aún de forma silenciosa, el monopolio se acabó. Para principios de la década del 2000 habría un pequeño número de empresas y uniendo el negocio biotecnológico con los servicios militares privados y similares, reclutando, creando y entrenado posthumanos que actuaban al margen de la ley.
Varios estados empezaron a desarrollar sus propios proyectos Indalo, paralelos a los privados. La tasa de supervivencia aumentó hasta un deprimente once por ciento; no faltaban voluntarios entre buscadores de emociones y gente desesperada atraída por la cada vez mayor compensación económica.