Benneckenstein, Alemania. 19 de abril de 1945
El camino no les llevó a Berlín, sino que avanzaron con decisión hacia el este, cada vez más cerca de Leipzig, lo que no les pareció un mal objetivo para después girar al norte y entrar en Berlín. ¿Cuán equivocados podíamos estar? Sin ellos saberlo, el Alto Mando había dado ya la orden a algunas unidades su propio Ejército que se detuvieran, que no avanzaran más. No así a ellos. Además, creían que el ejército alemán estaba destruido y que solo encontrarían unidades dispersas y mal organizadas con armamento antiguo o sin él, pero para su sorpresa, les esperaban unidades motivadas que querían resistir lo suficiente para dar tiempo a la mítica ofensiva final que les salvaría del desastre.
La Sangrienta Siete siguió avanzando, combatieron en las montañas Harz, un entorno lleno de bosques y escondrijos donde tenían que tener ojos en la nuca para esquivar a todos esos malditos tiradores apostados. Y cruzaron la frontera alemana con Checoslovaquia (la vieja frontera aunque los alemanes la habían movido un poco de sitio) y se enfrentaron en terrenos de bosques y aldeas a dispersos defensores alemanes, en Kyn?perk nad Oh?í, Prameny hasta llegar a la pequeña localidad de Mnichov. Allí combatió por última vez la Sangrienta Siete, aunque ellos aún no lo sabían. Sigue leyendo