Nº: 41 . 3ª época. Año VI
Relatos: Cuestión de ilógica Por: Sergio Jurado
 
 
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Cuestión de ilógica

Como hacía cada mañana, Ernesto Pavón se despidió cariñosamente de su mujer y su hija y salió, como cada día, por la puerta de su casa en las afueras de la ciudad. Con paso ligero se dirigió hacia la estación del monorraíl colectivo que le llevaría a la sede del Sindicato de Obreros de los Astilleros de Lan-Dor, en cuyo comité ejecutivo ocupaba un cargo de vocal. Llegar bien pronto esa mañana era especialmente importante, ya que tenía que terminar de prepararse para una reunión con los negociadores de IJM, que tendría lugar por la tarde. Si ese día todo iba bien, sus compañeros y él recuperarían sus antiguos empleos después de muchos meses en el paro. Desde que se anunció que la IJM planeaba reabrir los viejos Astilleros, su firme propósito había sido que la empresa no se aprovechase de la precaria situación que soportaban para renegociar, a la baja, sus contratos; lo cual, evidentemente, era justo lo que habían intentado hacer. Durante las reuniones anteriores su gente había logrado meter bastante presión a la corporación, que aparentaba estar ansiosa por poner en marcha el proyecto cuanto antes. Si hoy se mantenían firmes, seguramente lograrían cerrar un acuerdo que incluyese un sueldo digno para todos. Ernesto sonrió recordando cómo los abogados de IJM habían intentado comprarle durante su último encuentro y cómo él les había mandado amablemente a la mierda: "esos asquerosos picapleitos no son capaces de comprender que no todo el mundo está en venta", pensó mientras se reía para sus adentros.

En la parada del monorraíl solo había un puñado de personas. Observó que todavía faltaban veintidós segundos para que llegase el transporte. Ernesto se apoyó en una marquesina llena de graffitis, encendió su dataóptico y se lo colocó en la sien, como hacía a diario, con la intención de ir repasando las noticias durante el trayecto hasta el centro.

- Tiene una hija muy guapa-. Dijo una voz metálica.

- ¿Perdón? -. Preguntó Ernesto mientras se quitaba el dataóptico y alzaba la vista hacia el origen de la voz. Para su tremenda sorpresa, junto a él se hallaba una enorme babosa de color grisáceo, la cual llevaba acoplado un collar del que pendía un pequeño altavoz. No la había oído acercarse.

- Eeeehhh... - Logró articular mientras trataba recordar el nombre de la raza de su interlocutor. Creía recordar que se trataba de una raza oriunda de la Federación, al otro extremo de la R.F.P. Evidentemente, Ernesto nunca había visto un "docto".

- He dicho que tiene una hija muy guapa. - Repitió lentamente la voz metálica, similar a la de un robot, del extraño alienígena. - Ha debido heredar buenos genes de su esposa.

- ¿Quién demonios es...?- Comenzó a decir Ernesto antes de que el otro le interrumpiera de nuevo.

- Sería ilógico permitir que algo malo les ocurriera, ¿no creé?

En ese preciso momento, el monorraíl entró con un zumbido sordo en la estación...

 
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