Número: 104. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Entre los mushkenu de algunos lugares de Akkad existe la creencia de que ofrecer regularmente pequeñas ofrendas de comida a la figura de metal de una langosta mantiene a los enjambres satisfechos y alejados de las cosechas. Lamentablemente, esta práctica no parece servir de mucho contra las langostas de bronce.
Las langostas de bronce son una insidiosa variedad de las langostas ordinarias, ya de por sí una plaga devastadora. Llamadas así por el aspecto broncíneo y la increíble robustez de su caparazón, se desconoce su origen, si bien algunos sabios postulan la idea de que se crean a raíz de langostas ordinarias que habrían depositado sus huevos en la tierra bajo la que reposa el cuerpo de uno de los míticos asakku. Según ellos, las larvas mutan debido a la presencia de la criatura y de ellas nacen estos pequeños monstruos. Por supuesto, se desconoce si esta peculiar teoría es cierta o si, como resulta más probable, es un pérfido brujo quien las crea deliberadamente mediante la alquimia y las libera sobre las tierras de los hombres.
Las langostas de bronce son muchísimo más grandes que las ordinarias, llegando a alcanzar el tamaño de un gato. Pueden saltar hasta quince veces su propia longitud por lo que los enjambres se mueven muy rápido. Su caparazón siempre está extremadamente caliente, como si fuera un brasero encendido. Poseen unas largas patas posteriores y dos pares de alas que les ayudan a impulsarse y "volar" durante el salto. Es precisamente en ese momento cuando sus cuerpos brillan con un color anaranjado, poniéndose casi al rojo vivo en unos instantes e incendiando todo lo que tocan al tomar tierra.
A veces, imparables plagas de docenas, cientos o, afortunadamente en contadísimos casos, miles de langostas de bronce surgen de la nada arrasando todo cuanto se cruza en su camino. Se alimentan de las cenizas y brasas resultantes de los incendios que provocan y, según se cuenta, también se deleitan en la carne quemada de los seres vivos.
Afortunadamente, las langostas de bronce no pueden atravesar grandes corrientes de agua puesto que el más mínimo contacto con esta sustancia les resulta inmediatamente fatal. Pese a todo, en la mayoría de las ocasiones lo único que los campesinos pueden hacer ante un enjambre es correr y ponerse a salvo mientras imploran a los dioses que llueva cuanto antes.