Nº: 150 . 3ª época. Año VI
Relatos: La tempestad de las cuatro manos de días Por: David García Martín
 
 
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La tempestad de las cuatro manos de días

De nuevo al calor de la hoguera, ¿eh? Este maldito frío se mete en los huesos y ni si quiera la cercanía de las llamas lo quitan del todo. Pero créeme, recuerdo temporales mucho peores que este ¿Quieres seguir escuchando las historias de este viejo? Bueno, como quieras, pero no olvides que ha sido decisión tuya.

La historia que voy a narrarte hoy sucedió ya hace mucho tiempo, cuando mi hijo Lanuk no era más que un niño y la sangre no manchaba sus manos. Los espíritus no nos habían concedido ningún hijo más, pero no nos importó. Lanuk crecía fuerte y astuto, con un afán devorador por llenar su mente de conocimientos. No recuerdo bien cuantos años tendría por aquel entonces... ¿una mano de ellos? Quizás un par más. No me acuerdo ahora y tampoco es importante para la historia.

Al igual que estos últimos días, en aquel entonces soplaban con fuerza los helados fríos del norte. No habría quedado más que en un simple temporal más, de no ser por la intensa nevada que comenzó a caer. La ventisca de las cuatro manos la llamamos, pues eso es precisamente lo que duró. Cuatro manos de días en que un terrible viento se mezclaba con la nieve y el hielo. Todo alrededor se cubrió con un espeso manto blanco y muchos enfermaron en aquel vendaval que casi duró una druma. Varios ancianos murieron víctimas de las fiebres que el frío traía, y un par de bebes también sucumbieron al devastador clima. Por desgracia el temporal trajo aún más terrores con el.

Había pasado una mano de jornadas cuando los vimos por primera vez. Al principio no parecían más que sombras engañosas producidas por el viento, pero luego no tuvimos duda alguna. Caminando semidesnudos entre la nieve, deformes bestias corrompidas por el Wukran caminaban en el más absoluto de los silencios. Jamás olvidaré aquella visión. Yo me encontraba vigilando la empalizada cuando llegó la primera oleada. Lo que venía hacia nosotros parecían mendwan, pero al mismo tiempo eran tan diferentes... Caminaban tambaleantes y extrañamente encorvados, como si no supieran como manejar aquellos cuerpos. Sobre su piel había una sustancia pegajosa y negra, algo que me recordó vagamente a una versión oscura de los trozos de membrana con la que vienen los bebes al emerger de una madre.

En cuanto las vimos supimos que el Wukran se acercaba a nuestras puertas. Surgidos de las corruptas entrañas de Tierrapartida, en la cercana región de Narava, aquellas criaturas no conocían otra cosa que no fuera oscuridad y muerte.

Aunque la primera oleada la detuvimos sin mucha dificultad pronto vinieron más. Entonces apareció en el horizonte, la mayor aberración wukránica que había visto jamás. Una mole de carne y pelo, un enorme mamut venido del norte con el frío. Lo primero que sentimos todos fue confusión. No había mamut en las tierras de Aguaclara, tampoco en muchas, muchas jornadas a la redonda. Después, cuando el fuego alumbró a la bestia lo que sentimos fue auténtico terror. El Wukran había transformado al animal en una monstruosidad sin nombre.

Su pelo era oscuro, disponía de cuatro colmillos gruesos y de gran tamaño, mucho más de lo habitual en estas criaturas. Sus ojos eran tan negros como el cielo durante el morkana. Y en su boca, en vez de los grandes molares clásicos de todo elefante contaba con afilados colmillos que supuraban una sustancia negruzca similar a la brea.

Habían pasado dos manos de días cuando llegó. Después aguardó paciente hasta alcanzar las cuatro manos de días, mientras sus camaradas de menor tamaño iban diezmando las fuerzas del grakin.

Y cuando la tormenta estaba en su punto más álgido, el mamut cargó contra la empalizada.

Muchos hombres murieron aquel día, la mayoría de ellos a mano de aquella bestia sin nombre. Los pocos guerreros que sobrevivieron aquel día a la cruenta batalla llamaron a aquel mamut wukraniko Drazhu, que significa "Portador de la Ventisca". Este nombre le fue otorgado porque muchos aseguraron que Drazhu fue el verdadero causante de aquel temporal de viento y nieve que había asolado la región. Si quieres saber mi opinión viajero, creo que estaban en lo cierto. Pues el final de Drazhu significó también el final de aquellas cuatro manos de pesadilla.

Podría decirte que mi relato acaba aquí, pero no lo hace. Cuando Drazhu fue finalmente abatido, el clima remitió de manera repentina y las criaturas del Wukran se cayeron como si fueran simples sacos exentos de todo resquicio de vida. Entonces encontré a mi mujer en un gran estado de alteración. Durante el ataque el pequeño Lanuk se había alejado de ella y no aparecía por ningún sitio.

No perdimos la esperanza. Buscamos entre los cadáveres. Eran tantos... pero allí tampoco encontramos a mi hijo. Entonces, con los pocos hombres que no estaban atendiendo a sus propios caídos, formamos una partida de búsqueda. Lanuk era muy pequeño y no podía haberse alejado demasiado del grakin. Menos aún con aquella tormenta de nieve que había estado azotando la región.

No tardamos en encontrarle, había buscado refugio en un abrigo oculto en medio de una arboleda. Pero había algo aún más inquietante en todo aquello. Mi hijo estaba sentado al calor de una hoguera.

Mucho se habló sobre aquello en los días venideros. Algunos dicen que Lanuk había aprendido a encender hogueras. Yo, como su padre, puedo asegurarte que no era así, ¡y menos una como aquella! La mayoría dio por hecho que se trataba del campamento que algún cazador había dejado abandonado. El abrigo había protegido los troncos del frío y el muchacho había podido encenderla. Yo creo que no son más que estupideces... Llevábamos jornadas y jornadas asediados por las criaturas del Wukran. Nadie salía. Nadie entraba. He incluso de ser cierto la humedad del furioso clima habría hecho imposible encender la hoguera incluso al más habilidoso de los mendwan.

¿Qué creo yo? Creo que aquella noche la Taga estaba con nosotros. Creo que nos ayudó a abatir a aquel demonio del norte. Y también creo que fue ella quien protegió a mi hijo encendiendo la hoguera.

Y ahora ya es tarde. No te preocupes, habrá tiempo para más historias, pero no hoy. Vayamos a descansar, y si sientes frío recuerda mi narración sobre aquellas cuatro manos de días. Como has visto podría ser peor... mucho peor...

 
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