De regreso a casa o no
Ahí iban de nuevo, metidos en un barco rodeados de aguas infestadas de submarinos alemanes o, al menos, así se las imaginaba la Sangrienta Siete. La campaña de Italia había terminado para ellos. Los muchachos (otros muchachos) habían desembarcado en Salerno y Calabria y el gobierno italiano se había desmoronado. Los alemanes aún se defendían en territorio italiano, pero era solo cuestión de tiempo que toda la península fuera liberada.
El mando había considerado que la Uno Rojo ya no era necesaria en Italia, les habían cambiado el mando, el viejo Clarence era ahora el jefe, y habían vuelto a un periodo de instrucción donde los días se contaban por kilómetros de carrera y número de sentadillas. A diferencia del campamento, allá en Fort Riley, a todos les pareció un periodo mucho mejor que los combates. Pero, como diría Snelling, todo lo bueno se acaba y ahora se hacinaban en un barco.
Los italianos, antiguos enemigos, ahora eran aliados y una pequeña representación de ellos les acompañaba en el barco con destino, como les habían sonsacado, Gran Bretaña. Los italianos eran buena gente a pesar de ser oficiales y parecían contentos de alejarse del frente de guerra. Algunos les trataban como prisioneros, pero eso no parecía importarles. "Mejor prisioneros vuestros que de los nazis" respondían en un mal inglés contra las puyas de Gonzalez.
Cruzaron Gibraltar a oscuras y en silencio pues había una alerta de posible ataque aéreo. ¿Desde dónde? Preguntaron incrédulos algunos, pero rápidamente recordaron que España podría ponerse en cualquier momento de parte de los nazis que les ayudaron a ganar la guerra. Esa oscuridad y ese silencio sumieron al barco en la tristeza.
A la mañana siguiente, uno de los italianos había muerto con una bayoneta reglamentaria estadounidense clavada a la espalda. Gonzalez había perdido la suya…
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