Nº: 178 . 3ª época. Año VI
Rojo y Oro: 3x01 - La venganza del jefe Por: Don Toribio Hidalgo
 
 
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3x01 - La venganza del jefe

Rojo y Oro

Uno no se ríe del jefe de la dotación de los mangas verdes sin sufrir, más tarde o más temprano, algún castigo. Y el superior de Padilla, Chaparro y Madales no había esperado mucho. Allí estaban los tres, recorriendo los caminos como un innovador programa para asegurar el tránsito de mercancías y pasajeros. "Somos" había dicho el jefe sin reírse, lo que entraña cierto mérito, "la primera línea de defensa y debemos establecerla donde están los ataques". Lo que traducido al castellano vernáculo que todos hablamos significa: "me he hartado de teneros por aquí y vais a patear camino hasta que el culo se os quede tan curtido como la silla de montar".

Asintieron y marcharon, para sorpresa de su superior, sin protestas, sin añagazas y, para sorpresa de todos, con cierto orgullo en la mirada. Uno debe estar dispuesto al castigo si el acto realizado es de justicia. Y la muerte de Doña Bernarda lo exigía. Era justo y se hizo.

Estar orgulloso de ser castigado no significa que te guste el castigo. Chaparro fue el primero en quejarse: el camino estaba lleno de agujeros y piedras y su viejo caballo los cogía todos por martirizarle. El tiempo tampoco acompañaba y la lluvia caía fuerte haciendo inútiles sus ponchos de viaje.

—Paremos —anunció finalmente Padilla al avistar una vieja estructura, apenas dos postes de madera y unos ladrillos, sujetaban un voladizo agujereado teja y remiendos. Podría haber sido un antiguo puesto de postas, cuando el correo funcionaba con normalidad, pero ahora parecía el recuerdo de un albañil loco. Descargaron los caballos y los seis, apretujados se resguardaron de la lluvia. En una esquina, protegido del agua y de la lluvia había restos de una hoguera, piedras negras y maderas quemadas hace tiempo. Junto a ella un pequeño petate olvidado. Por el tamaño se diría que es de un niño. Lo abren y en su interior descubren algo de ropa remendada de pequeño tamaño, un trozo de pan duro envuelto en papel de periódico, una muñeca de trapo con una sonrisa pintada y el retrato de una mujer, una madre a tenor del niño que sujeta en brazos.

—No parece el equipaje que uno abandona al irse —comentó Madales.

—No, más bien parece que se fue sin poder recogerlo…

 
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